miércoles, 6 de noviembre de 2013

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Antes de empezar con mi vida, quiero contarle que María Inés descubrió a su marido en el estudio, teniendo sexo oral con el dueño de la A: tomó una barbaridad de Rivotril; antes de irse la  obligué a que me diera los comprimidos sobrantes. ¿La obligó? Gustavo asiente con la cabeza. Le dije que hasta que no me los entregara, mi próximo paciente seguiría tocando el timbre; en ese instante ni me lo planteé, supe que lo tenía que hacer. ¿Y ahora duda? Ante usted dudo reconoce Gustavo. ¿Lo volvería a hacer? Sí contesta él, categórico no podía arriesgarme a que siguiera intoxicándose. ¿Necesita mi aprobación? inquiere ella y luego, la sonrisa en abanico, agrega somos personas antes que analistas. Él también sonríe, aliviado. Luego de un rato informa Cecilia se fue; hace ya ocho días que se fue. ¿Cómo los sobrellevó? Gustavo se queda reflexionando. No estuvo tan mal; los chicos no dejaron de hacer nada de lo que tenían que hacer; Juana, la empleada, es una joya; mi suegra colaboró bastante y a mi vieja hay que levantarle un monumento, ella es la única con quien Nacho se abre un poco. ¿Nacho es su hijo? Él la mira, sorprendido. A Martina, sí, pero a él nunca lo nombró. Qué raro comenta Gustavo y luego añade esta semana, por primera vez, lo ayudé a hacer un trabajo, le pusieron un diez; hoy cenaremos afuera para festejar. ¿Para festejar que compartió una actividad con su hijo? Él se siente molesto. Ana María bebe un vaso de agua y comenta hace un par de semanas no logró recordar qué lo había alterado de su sesión con Daniela. ¿Por qué lo trae ahora a colación? pregunta él. Ella solo encoge levemente los hombros. Sí, recordé lo que me puso mal dice él y siente que súbitamente se le seca la boca. No quiero hablar de eso, piensa; ella no me puede obligar. Se sirve un vaso de agua. ¿Me lo quiere contar? pide Ana María con tanta dulzura que los frenos de él estallan. Colapsan. Me identifico mucho con el marido, yo tampoco quise que Nacho naciera confiesa con infinita vergüenza y calla. Está agotado, le cuesta respirar. Retiene un sorbo de agua en la boca, antes de tragarlo. ¿Cecilia, como Daniela, lo obligó? No a concebirlo; se pinchó el preservativo. ¿Sí a tenerlo? Él asiente con la cabeza. Hacía cuatro meses que éramos novios; ella diecinueve años, yo veinte; segundo año de la carrera, alumnos de diez; los dos participábamos activamente en el centro de estudiantes; no trabajábamos; ¿le parece, Ana María, que estaban dadas las condiciones para que tuviéramos un hijo? A usted no le parecía concluye ella. ¡No!, fue una locura, lo sigo pensando, pero no hubo manera de convencer a Cecilia; ni sus padres, ni yo; una roca; le dije que no me iba a hacer cargo de la criatura, amenacé con dejarla, no le importaba nada cuenta Gustavo con rabia. Veo que su mujer siempre fue osada comenta ella con una sonrisa incisiva. Gustavo, en un instante, descubre que nada de cuanto él pueda hacer, va a desviar a su mujer un milímetro de su camino. La perdimos, había intuido Martina. No quiero ni acordarme regresa Gustavo al pasado me jodió la vida, la carrera, me obligó a depender de mi viejo. Ella no lo obligó lo corrige Ana María. Él la mira, desconcertado. Usted decidió libremente acompañarla, ¿Libremente?, ¿la iba a dejar sola embarazada de mí? Qué frase ambigua comenta ¿embarazada de usted o por usted? Ana María se reacomoda en su sillón, cruza las piernas. Me gustaría que reflexionara al respecto señala Cecilia tomó la decisión de afrontar el embarazo y usted también tomó una decisión: acompañarla. ¿Sabe quién fue la única que la apoyó desde el principio? Ana María lo mira mi propia madre; las dos juntas en mi contra, demasiado para mí. ¿Se arrepiente de haberse quedado junto a ella?  Él se queda pensando, intenta ser sincero. Yo la amaba. ¿La amaba? pregunta Ana María con intención. Gustavo se agarra la cabeza entre las manos la amaba y la amo confiesa la puta que la parió, me encadenó a su vida y ahora me echa de un puntapié como a un perro. Gustavo se sirve agua, trata de serenarse. Tal vez le está otorgando un poder desmedido dice Ana María ella no lo encadenó, usted decidió unir su vida a la de ella. ¿Y qué?, ¿la iba a dejar? pregunta Gustavo, irritado. Podría haberla asistido económicamente si se sentía responsable, no precisaba casarse. Usted no me entiende, ya le dije que la amaba. ¿Preferiría que no existiera Nacho? pregunta Ana María, mirándolo con intensidad. Tengo treinta y cinco años y un hijo de catorce, ¿sabe lo que significa eso? También tiene otra de diez. Sí, pero es absolutamente distinto, a Martina la planeamos. No contestó mi pregunta original insiste ella ¿preferiría que Nacho no existiera? Gustavo  cruza y descruza  los dedos durante un buen rato. Cuando se dispone a hablar Ana María determina piénselo y lo charlamos la próxima.


Estoy yendo le escribe a Martina. Pone el auto en marcha. Está por arrancar cuando de nuevo teclea. Llego en veinte minutos, decile a tu hermana que esté lista, ya sabés como son las mujeres. Pone primera. Lo asombra la perspicacia de Ana María. Nacho es mi talón de Aquiles, piensa, y allí dirigió ella las flechas. Sin piedad. Cuando llega a Loreto les escribe a Martina y a Nacho vayan bajando. Pero antes de enviar el mensaje borra el teléfono de la nena. 

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