Antes de
empezar con mi vida, quiero contarle que María Inés descubrió a su marido en el
estudio, teniendo sexo oral con el dueño de la A: tomó una barbaridad de Rivotril;
antes de irse la obligué a que me diera
los comprimidos sobrantes. ¿La obligó? Gustavo asiente con la cabeza. Le
dije que hasta que no me los entregara, mi próximo paciente seguiría tocando el
timbre; en ese instante ni me lo planteé, supe que lo tenía que hacer. ¿Y ahora
duda? Ante usted dudo reconoce Gustavo.
¿Lo volvería a hacer? Sí contesta él, categórico no podía arriesgarme a que siguiera intoxicándose. ¿Necesita mi
aprobación? inquiere ella y luego, la sonrisa en abanico, agrega somos personas antes que analistas.
Él también sonríe, aliviado. Luego de un rato informa Cecilia se fue; hace ya ocho días que se fue. ¿Cómo los sobrellevó? Gustavo
se queda reflexionando. No estuvo tan
mal; los chicos no dejaron de hacer nada de lo que tenían que hacer; Juana, la
empleada, es una joya; mi suegra colaboró bastante y a mi vieja hay que
levantarle un monumento, ella es la única con quien Nacho se abre un poco. ¿Nacho
es su hijo? Él la mira, sorprendido.
A Martina, sí, pero a él nunca lo nombró. Qué raro comenta Gustavo y luego
añade esta semana, por primera vez, lo
ayudé a hacer un trabajo, le pusieron un diez; hoy cenaremos afuera para
festejar. ¿Para festejar que compartió una actividad con su hijo? Él se siente
molesto. Ana María bebe un vaso de agua y comenta hace un par de semanas no logró recordar qué lo había alterado de su
sesión con Daniela. ¿Por qué lo trae
ahora a colación? pregunta él. Ella solo encoge levemente los hombros. Sí, recordé lo que me puso mal dice él y siente que súbitamente se
le seca la boca. No quiero hablar de eso, piensa; ella no me puede obligar. Se
sirve un vaso de agua. ¿Me lo quiere
contar? pide Ana María con tanta dulzura que los frenos de él estallan.
Colapsan. Me identifico mucho con el
marido, yo tampoco quise que Nacho naciera confiesa con infinita vergüenza
y calla. Está agotado, le cuesta respirar. Retiene un sorbo de agua en la boca,
antes de tragarlo. ¿Cecilia, como
Daniela, lo obligó? No a concebirlo; se pinchó el preservativo. ¿Sí a tenerlo?
Él asiente con la cabeza. Hacía cuatro
meses que éramos novios; ella diecinueve años, yo veinte; segundo año de la
carrera, alumnos de diez; los dos participábamos activamente en el centro de
estudiantes; no trabajábamos; ¿le parece, Ana María, que estaban dadas las
condiciones para que tuviéramos un hijo? A usted no le parecía concluye
ella. ¡No!, fue una locura, lo sigo
pensando, pero no hubo manera de convencer a Cecilia; ni sus padres, ni yo; una
roca; le dije que no me iba a hacer cargo de la criatura, amenacé con dejarla,
no le importaba nada cuenta Gustavo con rabia. Veo que su mujer siempre fue osada comenta ella con una sonrisa
incisiva. Gustavo, en un instante,
descubre que nada de cuanto él pueda hacer, va a desviar a su mujer un milímetro de
su camino. La perdimos, había intuido Martina. No quiero ni acordarme regresa Gustavo al pasado me jodió la vida, la carrera, me obligó a
depender de mi viejo. Ella no lo obligó lo corrige Ana María. Él la mira,
desconcertado. Usted decidió libremente
acompañarla, ¿Libremente?, ¿la iba a dejar sola embarazada de mí? Qué frase
ambigua comenta ¿embarazada de usted
o por usted? Ana María se
reacomoda en su sillón, cruza las piernas.
Me gustaría que reflexionara al respecto señala Cecilia tomó la decisión de afrontar el embarazo y usted también tomó
una decisión: acompañarla. ¿Sabe quién fue la única que la apoyó desde el
principio? Ana María lo mira mi
propia madre; las dos juntas en mi contra, demasiado para mí. ¿Se arrepiente de
haberse quedado junto a ella? Él se
queda pensando, intenta ser sincero. Yo
la amaba. ¿La amaba? pregunta Ana María con intención. Gustavo se agarra la
cabeza entre las manos la amaba y la amo confiesa la puta que la parió, me encadenó a su vida
y ahora me echa de un puntapié como a un perro. Gustavo se sirve agua,
trata de serenarse. Tal vez le está
otorgando un poder desmedido dice Ana María ella no lo encadenó, usted decidió unir su vida a la de ella. ¿Y qué?,
¿la iba a dejar? pregunta Gustavo, irritado. Podría haberla asistido económicamente si se sentía responsable, no
precisaba casarse. Usted no me entiende, ya le dije que la amaba. ¿Preferiría
que no existiera Nacho? pregunta Ana María, mirándolo con intensidad. Tengo treinta y cinco años y un hijo de
catorce, ¿sabe lo que significa eso? También tiene otra de diez. Sí, pero es
absolutamente distinto, a Martina la planeamos. No contestó mi pregunta
original insiste ella ¿preferiría que
Nacho no existiera? Gustavo cruza y
descruza los dedos durante un buen rato.
Cuando se dispone a hablar Ana María determina piénselo y lo charlamos la próxima.
Estoy yendo
le escribe a Martina. Pone el auto en marcha. Está por
arrancar cuando de nuevo teclea. Llego en
veinte minutos, decile a tu hermana que esté lista, ya sabés como son las
mujeres. Pone primera. Lo asombra la perspicacia de Ana María. Nacho es mi
talón de Aquiles, piensa, y allí dirigió ella las flechas. Sin piedad. Cuando
llega a Loreto les escribe a Martina y a Nacho vayan bajando. Pero antes de enviar el mensaje borra el teléfono de
la nena.
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