jueves, 28 de noviembre de 2013

88

En cuanto su madre lo ve, pregunta ¿te pasó algo? Estoy cansado contesta él. ¿Seguro? insiste. Ya en el ascensor, Gustavo se plantea si no se equivocó al promover el encuentro. Martina lo está esperando en el palier. Ante su carita radiante,  Gustavo decide que sí, fue una buena idea. ¡Papi!, ¡la abuela me hizo tortilla! dice la nena, abrazada a su cintura.  Abuela y nieta regresan a la cocina. Gustavo entra al living. No quiero verlo a Nacho, diagnostica, y está en lo cierto porque cuando descubre al chico frente a la pantalla de su netbook, los ojos se le llenan de lágrimas. Simula un bostezo y revuelve el cabello rubio. Hola, hijo. Nacho levanta la mirada. No te había oído dice minimizando al  instante el Skype. ¿Pudiste comunicarte con mamá? pregunta él. El  chico agita la cabeza.  Ya te dije, está borrada. Gustavo se sienta en el sillón, a su lado. Nacho cierra la computadora.  ¿La extrañás? pregunta Gustavo. Para nada, lo que pasa es que me da rabia. ¿Qué es lo que te enoja? Eso, que se haya olvidado de nosotros. Nacho el pibe lo mira tu mamá no se olvidó de vos, lo que pasa es que está trabajando mucho. Sí, justo masculla.  ¿Por qué decís eso? pregunta Gustavo mientras siente que se le acelera el corazón. Nacho le clava los ojos durante unos instantes y luego se levanta.

Ya en la mesa, aturdido por el parloteo de nieta y abuela, Gustavo observa a su hijo. Revuelve la tortilla con el tenedor, pero no come. Está por preguntarle si no tiene hambre cuando lo detiene el temor de enfrentar de nuevo su mirada de hielo. Recuerda de pronto a Camilo. ¿Nacho habrá oído algo? ¡Gustavo, te estoy hablando!  lo reprende su madre. Perdón, mamá, no te escuché. Dice Martina si se puede quedar a dormir. Pero mañana tiene colegio les recuerda. ¡Falto!  dice la nena con entusiasmo. Gustavo se queda desconcertado. ¿Qué instrucciones dejó Cecilia al respecto?  ¡Papi, porfi! suplica la nena, las manitos juntas.  Hecho concede él imaginando que Nacho se plegará al pedido. No obstante, el chico permanece en silencio.


Sin consultar, Nacho se sienta adelante y enciende la radio. Toca los botones pero, luego de infinitas frases de infinitas canciones, apaga. Acciona, ahora, el reproductor de CD. No debemos de pensar que ahora es diferente. Él está por pedirle que la apague cuando el chico, sonriendo, comenta ah, la que te grabé yo. Una tristeza infinita envuelve a Gustavo mientras escucha mil momentos como este quedan en mi mente; no se piensa en el verano cuando cae la nieve; deja que pase un momento y volveremos a querernos. Un nudo en la garganta. A mí también me gusta Vicentico informa Nacho y sube el volumen. Gustavo necesitaría poder abrazarlo.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

85

Raúl se deja caer sobre el diván. Desliza los pies hacia adelante y queda apoyado en la nuca. Calla. ¿Estás cansado? pregunta Gustavo luego de un rato. Sí, de vivir así. Explicame, por favor.  Necesito cambiar mi vida. Gustavo le ofrece agua pero Raúl se niega. La sesión pasada ya hablamos de tu padre y de tus hijos le recuerda sin embargo, hace mucho que no mencionás a Lisa, ¿a ella también quisieras cambiarla? Raúl se queda reflexionando un buen rato y luego dice aunque te suene cursi, ella es el amor de mi vida; tiene sus cosas, por supuesto, pero es una gran mina.  Una gran puta lo azuza Gustavo.  ¡¿Qué decís?!  reacciona Raúl.  Solo repito tus palabras, comentaste que Lisa era una puta porque solo cojía cuando llevabas plata a casa. Raúl se hace sonar los nudillos. El ruido irrita a Gustavo. Estamos bien informa Raúl, tajante lo que quiero estabilizar es el laburo. En otra oportunidad comentaste que ella  quería que siguieras adosado a tu padre.  Lo que pasa es que Lisa está harta de la inseguridad económica y sabe que si yo agachara la cabeza y trabajara en la empresa, todos nuestros problemas desaparecerían. Los problemas económicos sí le aclara Gustavo. No está bueno ver que tus hijos necesitan cosas que vos no podés darles se justifica Raúl. Dijiste que querías que tus hijos estuvieran orgullosos de vos, ¿lo lograrías trabajando en la empresa? Me mareás, Gustavo. En el cambio de vida que mencionaste al iniciar esta sesión, ¿estaba contemplada la posibilidad de bajar la cabeza? Anoche Lisa me pidió que lo intentara, subieron las expensas, el colegio de los chicos; está agotada de hacer horas extras admite RaúlGustavo se plantea cómo detenerlo.  Te pido que durante esta semana no tomes ninguna resolución y que te dediques a evaluar en profundidad cuáles son tus posibilidades laborales, independientes de tu padre. Tengo  cincuenta años, Gustavo, quién me va a emplear. ¿Y si pensaras en algún emprendimiento personal?¡Fácil lo hacés vos!  lo desestima Raúl.  Nunca dije que fuera fácil.

Gustavo está enojado. Tanto trabajo para escindir a Raúl de su padre y Lisa mandándolo a la boca del lobo. Las mujeres son todas iguales, decide, nos consideran instrumentos. Vibra el celular. Vamos a lo de la abuela informa Nacho. Los veo allá teclea.

87

Cuando debuté en este oficio me sentía inseguro en el consultorio y seguro en la vida, ahora me sucede exactamente lo contrario comenta Gustavo, ya ubicado frente a Ana María.. ¿Qué es lo que más inseguridad le provoca en la vida cotidiana? Relacionarme con Nacho contesta él sin atisbo de duda y luego de un rato añade me sirvió lo que me dijo la sesión pasada Gustavo se reacomoda en el sillón, cruza las piernas siempre había adjudicado mi dificultad para vincularme con Nacho a la falta de deseo de que naciera; no es disparatado pensar que mi desamor tuviera dedicatoria. ¿Dedicatoria? ¨Podrás obligarme a tener un hijo pero no podrás obligarme a que lo quiera¨; Cecilia siempre estuvo mortificada con el tema, más aún cuando nació Martina y descubrió que con la nena, desde el primer momento, me vinculé con total fluidez; no me malentienda, no es que no haya funcionado como padre de Nacho, cumplí con todas las obligaciones: lo llevé al colegio, al cine, al médico y hasta le leí algún cuento; pero siempre lo percibí como un ser ajeno a mí; yo me justificaba esgrimiendo que con Martina era más cariñoso por ser nena; el Edipo y toda la historia; ¿sabe cuándo verifiqué que no era cierto? Ana María lo mira arqueando las cejas cuando comencé a atender a Camilo; con ese pibe desde el primer instante me surgió el impulso de abrazarlo. Ana María hace una larga pausa y luego acota seguramente siempre estuvo pendiente de lo que usted sentía por su hijo y quizá no pudo evaluar en su justa medida cuál era la necesidad del chico hacia usted; si, como lo ha comentado en numerosas oportunidades, su relación con Martina es tan estrecha, es obvio que Nacho debe haber notado la diferencia; ¿nunca le hizo un planteo al respecto?  Gustavo niega con la cabeza y dice los chicos suelen aceptar la realidad que les toca y no se rebelan contra ella. El gesto de Ana María se torna severo. Parece que estuviera hablando de cualquier  niño, yo me refiero a su hijo dice. Gustavo se queda mirándola, no entiende qué pretende ella de él. Desde el inicio del tratamiento, usted demostró una especial empatía con Camilo; ¿quiere intentar, por un segundo, ponerse en el lugar de su hijo? Como a una pared a la que remueven un ladrillo de la base, la estructura de lo que Gustvo es, rechina. Quién pudiera tener de nuevo catorce años dice intentando detener el derrumbe. ¿Tan convencido está de que Nacho está pasándola de maravillas? Gustavo casi puede escuchar el estruendo. Lleva las manos, sin darse cuenta, hacia los oídos.  Seguramente  está atrapado entre los escombros porque experimenta un profundo dolor en el pecho. Cierra los ojos. Las palabras de Ana María le llegan desde lejos: ¿se siente bien?  ¨El lenguaje es fuente de malentendidos¨, recuerda él. Gustavo lo convoca ella. Él logra mirarla. Ella le ofrece agua. Gustavo bebe. No tengo derecho por fin consigue decir es una criatura. Entonces la caja de sus costillas se sacude. Esconde la cabeza entre las manos y, por primera vez en catorce años, llora el llanto de su hijo.


Está como si lo hubieran apaleado. Con qué fuerzas enfrentar la cena familiar. De pronto recuerda el cambio de decorado y suspira, aliviado. Yo también necesito a mi mamá, piensa. Arranca y tres cuadras después, estaciona en doble fila. Pone las luces de emergencia. Ya sabe dónde comprar los bombones.

86

Daniela está comentando que fue al cumpleaños de la sobrina de Ariel.  Es muy duro enfrentarme con chicos de la edad de Lucas; cuando mis amigas me invitan no voy,  este era de la primita, no podía dejar de ir. ¿Cómo estuvo el nene? pregunta Gustavo. En su mundo pero bien, tienen un jardín enorme y habían alquilado un centro de juegos inflable y a Lucas le encanta trepar, tiene mucha destreza, aprendió a caminar a los diez meses; fue agotador porque no se bajó del juego ni un minuto; en un momento mi cuñada me pidió que la ayudara a repartir los panchos; no tuve más remedio que decirle que sí; le pedí a Ariel que lo vigilara; tardé un montón; cuando llegué Ariel no estaba; empecé a buscar a Luquitas pero no lo encontraba, era un mar de chicos; no lo podía creer, al nene no se lo puede dejar un minuto solo; no te explico la desesperación que me agarró; me enojé con vos, yo tenía razón. ¿Por qué? pregunta él ¿Ariel había abandonado al nene como tu padre te había abandonado a vos?  Daniela sonríe y agita ligeramente la cabeza. Entonces escuché un silbido: era Ariel desde el fondofui corriendo y lo encontré hamacando a Lucas. Ella se cubre la cara con las manos.  Para colmo dice luego de un rato le tendí los brazos para sacarlo de la hamaca pero Lucas me rechazó; ¨andá a charlar un rato tranquila¨, me ofreció Ariel, ¨yo me ocupo del nene¨. ¿Te fuiste? Sí, llorando contesta ella, mirando el piso. Lo importante es que te fuiste.


Hoy tuve un buen día, reconoce Gustavo cuando cierra la puerta tras Daniela. Después recuerda las lágrimas de Martina, el mamá se borró de Nacho. Buen día en el consultorio, se corrige.  Se prepara un té, lo toma de parado y sale hacia Villa Freud.

lunes, 25 de noviembre de 2013

84

Anoche tuve un sueño extraño cuenta María Inés en cuanto se ubica.  Me gustaría escucharlo comenta Gustavo.  Ella apoya la nuca en el respaldo del diván y cierra los ojos. Yo estaba parada y el techo del cuarto era demasiado alto y estaba formado por millones de estrellas respira hondo y agrega eso fue todo.  Gustavo se endereza en su sillón.  ¿Qué hacían las estrellas? Nada contesta María Inés eran muy luminosas. ¿Las estrellas te miraban? Sí, no podían hacer otra cosa. ¿Te gustaba que te miraran? No, por eso cerraba los ojos. ¿Y vos que hacías? Yo caminaba. Trata de describirme cómo te sentías. Transparente contesta ella luego de un rato los rayos atravesaban mi cuerpo y podían ver hasta mis huesos. ¿Hay alguna situación de tu vida en que recuerdes haberte sentido así? No contesta María Inés inmediatamente.  Él, temiendo equivocarse, arriesga ¿tampoco cuando eras pequeña?  Como si fuera un resorte, ella se endereza y abre los ojos. ¡Ya te dije que no!  Gustavo la observa con atención.  María Inés  tiene los ojos desmesuradamente abiertos, le tiemblan las manos.  Me desperté gritando; solo cuando Gerardo me abrazó logré tranquilizarme; me tomó en sus brazos  y me acunó  hasta que volví a dormirme. Quizás él percibió que en ese momento eras una criatura asustada. Ella levanta las piernas y se sienta como un indio. Parece una nena piensa, Gustavo.  Hay algo que me llama la atención señala primero te describiste parada y luego dijiste que caminabas él hace una pausa hasta que consigue que ella lo mire ¿por qué empezaste a caminar? Tenía que caminar. ¿Alguien te lo pedía?  El rostro de ella se crispa. Tengo demasiados problemas como para seguir perdiendo tiempo con  un sueño idiota. Gustavo se incorpora y determina mejor dejamos por hoy.


Gustavo registra el sueño con precisión. Sus suposiciones se confirman.  Subraya el ¿niña mirada? que ya había apuntado. Debe ser muy cuidadoso o, como le anticipo Ana María con Daniela, lo que empieza a emerger será reprimido. Regresa la imagen del elefante en la cristalería. Suena el teléfono. Su madre ofreciendo compartir la cena. Está por decirle que no, que hoy regresa tarde, cuando recuerda las lágrimas de Martina. Llámalo a Nacho solicita y combiná con él; si prefieren ir a tu casa, pediles el remís de siempre; si no, venite a casa; yo después te alcanzo.

viernes, 22 de noviembre de 2013

83

Camilo llega, se acomoda en el diván y calla. Luego de un rato Gustavo le pregunta. ¿Hay algo que me quieras contar? El chico niega con la cabeza. ¿Lograste que te llevaran a reunirte con Sofía? Sí, pero mi mamá se quedó charlando con la madre; un bajón. ¿Vos le pediste que se fuera? ¿Delante de todos le iba a pedir?, se tendría que haber dado cuenta sola, es grande, ¿no? ¿Se tendría que haber dado cuenta de que vos sos grande? le aclara Gustavo. ¡Obvio!, me trata como si tuviera diez años; Camilito de aquí, Camilito de allá; parece tarada.  ¿Con tu mamá también estás enojado? ¡No me los banco!, ¡no los aguanto más!  Camilo aprieta los puños cerrados. ¿Solo porque no pueden ver que ya creciste?  Camilo lo mira fijo, en absoluto silencio durante un largo rato y luego saca el celular del bolsillo. ¿Estás esperando una llamada? El chico niega con la cabeza y lo guarda. ¿Pasó algo? arriesga Gustavo. La otra noche los escuché discutir informa y calla. ¿Me querés contar? Camilo se encoge de hombros pero después de unos segundos dice oía las voces pero no entendía lo que decían; en un momento mi mamá empezó a llorar, entonces agarré un vaso y lo apoyé en la pared; me pareció escuchar que ella decía: ¨en algún momento se lo vas a tener que decir a los chicos¨. ¿Te pareció?  Camilo, sin mirarlo, reconoce no, lo escuché muy bien. Como el chico permanece en silencio Gustavo inquiere ¿y después? Se ve que mi hermanito también  oyó algo porque empezó a llorar, mamá lo fue a ver y así se acabó todo.  ¿Y qué se te ocurre que tendría que contarles tu papá? ¡Ni idea! ¿Pensás preguntárselo? ¡Para qué!, todavía no conseguí que me diga por qué llegó tarde; a mí no me lo va a decir nunca. ¿Y a quién pensás que podría decírselo?  Camilo calla.  Creo que hay muchas cosas que estás necesitando hablar con tus padres y que no encontrás la manera. El chico asiente con la cabeza. ¿Llegó el momento?, se pregunta Gustavo.  ¿Te parece que los invitemos a tus papás, a ver si aquí te resulta más fácil conversar con ellos? Camilo apoya la nuca sobre sus brazos cruzados, mira por la ventana. Después de unos cuantos minutos dice puede ser.


Gustavo busca el celular. Camilo aceptó invitar a sus padres  le escribe a Natalia. Tendrá que consultar con Ana María cómo manejarlo. ¿Quién está más asustado con la posible entrevista?, ¿Camilo o yo?, evalúa.  Llama a su casa. Hola, pa atiende Nacho sí, todo bien; no, no me tomaron; sí, comí en casa, recién termino.  Gustavo ya no sabe cómo sostener la conversación y aunque no debe, pregunta ¿sabés algo de tu madre? No dice el chico mamá está borrada y luego agrega voy a sacar a pasear a Lacán. No solo Martina acusó recibo del alejamiento de Cecilia. Qué hija de puta.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

82

¿Se peleó con su personal trainer? comenta Gustavo cuando ve entrar a Laura con traje saco y zapatos de taco alto. Al sonreír, ella agita el cabello. No, vengo de la editorial; no se imagina lo bien que me trataron. ¿Usted suponía que no iba a ser así?  Laura durante un buen rato habla sobre su encuentro con el responsable de diseñar la tapa. ¿Le mostró la foto que había seleccionado? ¿Cómo hace para acordarse de todo? pregunta ella, arqueando las cejas. ¿Se la mostró? insiste él. No, me dio vergüenza reconoce ella quién soy yo para darle indicaciones a un profesional. Otra profesional, que, por algún motivo, había elegido esa foto le aclara él. Me dejó su dirección de mail, por ahí se la mando si a usted le parece. No le estoy dando indicaciones, Laura, solo sugiero que haga conocer sus deseos, deje a los otros la posibilidad de que le digan sí o no. Puede ser dice ella que luego de una pausa informa el domingo fue el cumpleaños de Luis; fuimos todos a almorzar afuera. ¿Su hijo también? Sí, hacía más de siete meses que no lo veía; hasta último momento pensé que no iba a ir. Sin embargo fue recalca él. Sí, se sentó en la otra punta y casi no me dirigió la palabra, pero fue; en un momento María sugirió que para el día de la madre nos reuniéramos en su casa; mucha gracia no me causó, siempre nos reunimos en la nuestra;  de a poco me van desplazando. Quizá su hija pensó que en terreno neutral sería más fácil para Federico. Ni se me ocurrió admite Laura sí, tal vez. ¿Y qué dijo su hijo? Ni sí, ni no; fue raro verlo, por momentos sentí que ese no era mi hijo; parecía más grande, se dejó la barba, no le conocía la ropa; me sorprendió hasta el tono de voz; como si hubiera crecido a mis espaldas. Quizá precisó tomar distancia para que usted pudiera verlo como es realmente. Sí, mi hijo ya es un hombre. ¿Cuántos años tiene? Veintiséis contesta Laura y los ojos se le llenan de lágrimas. María puso un gimnasio, Paula está planeando un jardín de infantes y su hijo pudo vivir ocho meses sin su asistencia; ¿tanto le cuesta verlos crecer? Gustavo la mira con intensidad ¿por qué no disfrutar de haber generado tres seres humanos independientes? Con las chicas lo estoy consiguiendo pero verlo a Federico me golpeó. ¿Qué tal si intenta comunicarse con él de adulto a adulto? propone Gustavo mientras recuerda lo difícil que le resulta contactarse con su propio hijo.   Le prometo que lo intentaré.


Desde el domingo que no te comunicás con tus hijos. Martina llora, duerme mal. Nacho ni quiere hablar del tema. ¿Tan poco te importan? Envía el mail sin releerlo. Está agitado. Sale al balcón. Un día precioso. Octubre es el mes más lindo del año, piensa. Recién se da cuenta de que Cecilia no va a estar para el día de la madre. Pobres pibes.

81

10 de octubre
Gustavo siente una respiración a su lado. ¿Cecilia?, se pregunta, adormilado. Enciende la luz. Martina. Otra vez se pasó a su cama. Mira el reloj. Las cinco de la mañana. La fiaca litigando con los preceptos de la sicología. Ya totalmente despierto, toma a la nena del hombro y la sacude con delicadeza. Marti, a tu cama indica con firmeza. Papi, porfi, tuve una pesadilla. Él se levanta y la incorpora. Vamos, muñequita, ya te dije que este no es tu lugar. La nena, protestando, obedece. Él la acompaña, la arropa. Cualquier cosa me avisás. Regresa a su cuarto y se acuesta. Media hora después comprende que ya no dormirá.  Va hasta el baño y luego a la cocina, a prepararse un té. Hoy pedirá turno con Grieco. Esta nena no está bien, resuelve. Mañana la irá a buscar al colegio y de allí a merendar. Le parte el alma verla triste. Hace dos días que Cecilia no se comunica, qué mierda tiene en la cabeza. Ayer la nena estuvo como una hora intentando en el Skype sin suerte. Se acostó llorando. Va a tener que contactarse con Cecilia. Hace tres semanas que la esquiva pero hoy le escribirá. No se le hace eso a una hija.

Sale de la entrega de boletines, perplejo.  No conoce a uno solo de los padres de los compañeros de Nacho. Todos le preguntaron por Cecilia. Todos y todas, se corrige, sonriendo. No sabe a cuántas reuniones fue en estos catorce años. De la secundaria seguro, ninguna. Papá tampoco iba, piensa, intentando justificarse. Finalmente encuentra un argumento irrebatible: tampoco ha ido a las de Martina. Camina hacia el curso, aliviado. Se perdió el café con Santiago, único cable a tierra.  Después lo llamará.

El profesor lo retiene. Cuando sale a la calle, Natalia ya no está. Tiene una corazonada. Camina por Pueyrredón hasta Córdoba. Allí la encuentra, en Pertutti, en la mesa contra la ventana. ¿Se puede? pregunta mientras se sienta. La sonrisa de ella es elocuente. Despeja la mesa, haciéndole lugar. Todavía no pedí; ¿querés que compartamos unas costillitas a  la riojana?; estoy antojada pero para mí sola es mucho. Amo que me elijan la comida comenta él, sonriendo. ¿Sabés que surgió del mismo Camilo, el pibito que atiendo, la posibilidad de que los padres vengan al consultorio? Contame, por favor solicita ella, entusiasmada.

martes, 19 de noviembre de 2013

80

No alcanza Gustavo a llegar al pasillo, con Lacán pisándole los talones, cuando es interceptado por el abrazo de Martina. Hola, papi, te extrañé, ¿por qué llegaste tan tarde?  Los miércoles tengo pacientes, hijita le explica. ¡Odio a tus pacientes!, ¡los querés más que a mí! Y que a mí no te cuento agrega Nacho saliendo de su habitación. Gustavo va al baño. Cuando sale, el chico ya está sentado a la mesa. Estoy muerto de hambre dice. Martina regresa de la cocina con una bandeja sostenida entre ambas manos. Camina con sumo cuidado. Gustavo recuerda la anécdota de Raúl pequeño sosteniendo el vaso. ¿Así que te fue bien en la prueba? comenta Gustavo. Nacho asiente, la boca llena de pan. ¿Qué te preguntaron? Serví, papi, que se enfría ordena Martina. Mientras Gustavo se dedica a repartir tarta y ensalada, la nena cuenta con sumo detalle un incidente entre dos compañeros. Sigue hablando mientras mastica. Gustavo, escuchándola a medias, mira a su hijo que, sosteniéndose el mentón en el codo apoyado en la mesa, bufa entre bocado y bocado. Si de mí hubiera dependido, no estaría aquí, piensa. Lo observa con atención. Se parece a la madre, es lindo el pendejo. De pronto la mirada del chico se fija en él. Sin embargo, los ojos son los míos, decide. La forma, el color. Son los míos, repite. Mis ojos transportados a otra cara. A la cara de su hijo. Papi, no me escuchás protesta Martina. Nacho revolea los ojos parecidos a los suyos mientras se muerde el labio de abajo. Gustavo le guiña un ojo. Nacho devuelve el gesto. Martina sigue hablando. Cuando por fin la nena se detiene, Nacho comenta me preguntaron sobre las causas. ¿Y qué contestaste? Nombré el surgimiento de la clase burguesa, el descontento de las clases bajas, la ilustración, la crisis económica y la guerra de independencia de Estados Unidos; todo lo que me explicaste, ¿viste? Gustavo lo escucha con tanta sorpresa como si Lacán hubiera empezado a hablar. Es mi hijo, se repite, yo no quise que naciera pero está. El domingo a las cinco Independiente juega con Rafaela anuncia Nacho. Pero la nona nos invitó a merendar. Yo de aquí no me muevo informa el chico andá vos sola con papá, que más querés. Gustavo recuerda a Ana María. Es mi hijo, se repite. Te llevo temprano y después vuelvo a mirar el partido con tu hermano. De paso evito el encuentro con mi suegra, piensa. Los ojos de Nacho son dos platos. ¿De veras, pa? ¨Cada día podrás sentarte un poco más cerca¨, dijo el zorro.

Ya en la cama, Gustavo piensa. Necesito una mina, piensa, mientras mete la mano dentro del piyama.

79

Cinco minutos antes de lo convenido se apoya en la puerta, esperando que llegue la hora. El ruido de pasos acercándose lo sobresalta. Se aparta. La puerta se abre y sale una mujer mayor. Ana María, en el vano de la puerta, le sonríe. Sube tras ella pensando que es extraño suponerle a Ana María otros pacientes. ¿Me gustaría ser el único? evalúa. Segunda semana sin Cecilia: en lo operativo bien, nos vamos arreglando, pero la casa perdió energía, no sé cómo explicárselo, todo está demasiado bien. ¿Usted está demasiado bien? reformula Ana María. Frente a ellos, sí, pero cuando apago la luz la estantería se me viene abajo. ¿La extraña? Estoy tan enojado que no me doy cuenta. ¿Los chicos también están enojados? Ellos no saben por qué se fue. Si no entendí mal, Cecilia se fue por el trabajo; que esté allí con ¿Ricardo, se llamaba?, es una consecuencia, no una causa. ¿A usted también le vendió ese buzón? reclama él, muy enojado. Solo repito sus palabras, Gustavo, aunque no tuviera ninguna relación con él, ella igual se habría ido; ¿o me equivoco? Gustavo se toca la frente. Lo peor vendrá cuando regrese admite. Ella cabecea. Satisfecha, piensa él con rabia. ¿Alguna otra vez estuvo tan enojado con ella? Está por contestar que no cuando recuerda el primer embarazo. Calla, entonces. No tengo ganas de hablar, piensa. Le sobreviene un cansancio infinito. ¿Pensó en lo que le sugerí la última sesión? lo convoca Ana María. Le da vergüenza admitir que no solo no pensó sino que ni siquiera puede recordar de qué se trataba. Ella parece darse cuenta porque le repite ¿preferiría que Nacho no existiera? Gustavo percibe en él ese rencor que no se extingue. Cecilia lo violentó. Ella me puso entre la espada y la pared se justifica. No le estoy preguntando por ella le aclara Ana María sino por su hijo; aunque para usted son dos caras de la misma moneda; ¿no se da cuenta de que lleva catorce años vengándose de ella con su negativa a amar a su hijo?  Gustavo experimenta un golpe brutal. Como quien cae por habérsele cortado el talón de Aquiles. Nacho es mi talón de Aquiles, diagnostica. Cierra los ojos un instante, está ligeramente mareado. No me siento bien dice mejor me voy. Como prefiera consiente ella incorporándose.

Gustavo sube al auto. Le duele la cabeza. No quiere volver  a su casa. Yqué si le pide a Juana que le dé de comer a los chicos antes de irse. O si la llama a su madre para que vaya. Necesita pensar. Arranca. Ante un semáforo, por Plaza Italia, busca el celular. Vaya no más, Juana, estoy llegando. Pobre mujer, tiene hora y media de viaje

jueves, 14 de noviembre de 2013

78

Estuve pensando en lo que me dijo comenta Daniela. ¿Con respecto a qué? A cuánto dificulté  la relación de Ariel con Lucas. ¿A qué conclusión llegaste? Recordé los primeros meses del nene; lo veía tan frágil que me parecía que Ariel era demasiado torpe para sostenerlo, tenía miedo de que se le cayera. ¿De que lo tirara? aventura él ¡Gustavo, no insista! eleva Daniela el tono de voz. ¿En qué te parece que estoy insistiendo? Ella frota con la palma de una mano el dorso de la otra. En que yo tenía miedo de que Ariel le hiciera algo. ¿Y era así? Daniela se abraza a sí misma.  Sí dice llorando. ¿Porque lo habías obligado a ser padre? Ella asiente con la cabeza.  ¿Seguís teniendo miedo? No dice entre hipos estaba loca. Estabas asustada Gustavo dulcifica la voz tu papá te hizo daño pero eso no implica que Ariel vaya a dañar a Lucas, tampoco que tu propio padre pueda ahora dañarlo; estaba enfermo, Daniela, y hace años que ya no lo está; quizás los  cuatro, tu mamá, tu papá, Ariel y vos, puedan sostenerse para ocuparse juntos de Lucas; un chiquito con autismo requiere mucha atención, es demasiado para una mujer sola. Aunque los sollozos de ella no se detienen, a Gustavo, ahora, no le duelen, sabe que es para mejor. Daniela debe desprenderse de su coraza de autosuficiencia para poder aceptar la ayuda. La deja llorar sin intervenir.  Cuando la ve calmada pregunta ¿el nene comenzó el tratamiento? El lunes vino a casa la fonoaudióloga, una chica joven como yo. ¿Lo dejaste solo con ella? Sí, después de un ratito me hizo salir; yo estaba segura de que Lucas iba a hacer un berrinche, pero no, se ve que está acostumbrada a tratar nenes así.  ¿Cómo te sentiste? Fue muy raro; me dieron ganas de llorar. ¿Por qué? Daniela  oculta el rostro entre las manos. Su voz apenas se escucha al decir  me sentí desplazada, yo llevaba dos años y medio intentando conectarme con mi hijo y ella, de la nada, fue aceptada; me dio rabia, dolor y rabia se descubre la cara y lo mira ya sé que es un disparate pero es lo que sentí. Es muy valioso que puedas reconocerlo Gustavo le sonríe ¿cuándo empieza con la sicóloga? Mañana. Me gustaría que le preguntaras qué opina sobre el amamantamiento. No hace falta responde ella y mirándolo fijo comenta hace dos semanas que lo desteté. Él se aclara la garganta.


Gustavo baja las cortinas, cierra la llave de gas, apaga las luces. Ahora ya no le queda ese ratito que tanto apreciaba antes de ir a su control. A mi analista, se rectifica. Ya arriba del auto intenta refrescar la última sesión. Una nebulosa. Sabe que reconoció ante ella que se identificaba con el marido de Daniela porque el embarazo de Nacho también había sido accidental. Ana María en el momento de despedirse le encargó que pensara en algo. No logra recordar en qué.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

76

María Inés se sienta en el diván, agarra un almohadón y se abraza a él. Ya está, Gerardo no tuvo más remedio que admitirlo informa. ¿Querés contarme cómo reaccionó? propone Gustavo.  A medida que le fui describiendo la escena que presencié, la cara se le descomponía; creo que jamás vi en rostro alguno, tamaña expresión de dolor; me dijo que era la primera vez que tenía relación con un hombre, que Alberto era el culpable de tanto que le había insistido; que se habían tenido que emborrachar para poder hacerlo; que estaba avergonzado, que me juraba que nunca más iba a suceder; lloraba, me abrazaba, te juro que me dio lástima lo mira, como provocándolo se ve que del susto se le paro la pija, me hizo el amor como nunca. Gustavo comprueba, aliviado, que María Inés ha perdido el poder de excitarlo. ¿Será que dejé de ser hombre?,  piensa. ¿Cómo te sentiste vos? pregunta. No sé contesta ella es como si estuviera anestesiada.  Gustavo entonces se acuerda del blíster.  Tengo algo que es tuyo le recuerda, y ante el gesto de inteligencia de ella pregunta  ¿querés que te devuelva el medicamento? No hace falta informa María Inés de todos modos, si preciso puedo conseguir más. ¿Volviste a tomar psicofármacos? Alguna noche que no podía dormir. Consultalo con tu médico recomienda Gustavo.  No te preocupes, una amiga me dio un sedante que es mucho más suave. Igual le indica él con esos medicamentos no se juega. Ella se encoge de hombros. Luego se incorpora camina hasta la ventana, mira hacia afuera y vuelve a sentarse. ¿Te puedo hacer una pregunta? consulta.  Por supuesto contesta Gustavo.  ¿Vos pensás que Gerardo se puede curar de su homosexualidad? Esta mina es idiota, piensa Gustavo, y luego se alarma de haber pensado tamaña barbaridad de un paciente.  Yo no hablaría de curar; la homosexualidad no es una enfermedad. ¿Pensás que es definitivo? insiste ella.  Gustavo se queda reflexionando, no puede obviar la respuesta. Si bien Gerardo sostiene que solo se trata de un episodio aislado afirma todo lo que has ido contado sobre su historia sexual, habla de que su dificultad es de larga data. María Inés permanece en silencio, mirándolo. Luego señala hoy, para seguir viviendo, necesito creer que solo es un episodio; mi mamá me crió diciéndome que cuando Dios nos sometía a una prueba, nos daba también las fuerzas necesarias para soportarla; no soy tonta Gustavo teme enrojecer pero en este momento solo puedo esto lo mira con intensidad no me pidas más de lo que puedo. Él sonríe, de pronto muy triste.  De acuerdo dice levantando ambas palmas.

Bien, mamá, estamos bien contesta Gustavo no, hoy termino tarde, tengo consultorio; si querés vamos mañana de pronto recuerda el rostro de Nacho, está grande el pibe lo consulto con los chicos y te confirmo.  Corta.  Mi vieja pertenece a otra categoría de madres que Cecilia, decide.


martes, 12 de noviembre de 2013

75

¿Cómo te fue en lo de Leo? inicia la sesión Gustavo. Camilo sonríe, travieso ¿vos me estás preguntando por Sofía?  Gustavo  abre los codos, las palmas extendidas yo te pregunté por tu amigo pero si vos querés hablarme de Sofía... Camilo lo mira con complicidad. Cuando Leo se fue a duchar me quedé charlando con ella  un rato relargo. ¿Sobre qué? Del colegio, ella también es delegada de su curso; quedamos en que iré a su casa el viernes a la tarde para presentar un proyecto conjunto de primero y segundo año, para que nos pongan profesores de apoyo en horario extraescolar; después trataremos de enganchar al delegado de tercero; el papá de ella es abogado,  nos va a dar una mano con la nota; espero que mi papá me pueda llevar. ¿Y si no puede? Le pido a mi mamá o  me tomo un remís; no me dejan viajar en colectivo, yo me animo pero todavía no me dejan. ¿Y antes del accidente? Sí  contesta Camilo alargando la i iba a todos lados con mis amigos; ¿vos no podés hablar con mis viejos y decirles que me dejen? ¿Te gustaría que yo hablara con tus padres? arriesga Gustavo. De eso sí. ¿Y de qué no? Camilo lo mira, muy serio ¿todo lo que yo te cuento es un secreto entre nosotros, no? Por supuesto lo tranquiliza Gustavo solo aceptaría conversar con tus padres en tu presencia. ¿Ellos te pidieron? Sí, varias veces. Pero les dijiste que no se reasegura Camilo. Me negué porque consideraba que no era el momento propicio, tal vez ahora sí lo sea. ¿Y si yo no quiero? Por supuesto que no, este es tu espacio.  Camilo se queda en silencio un largo rato. Luego pregunta ¿te parece que le lleve algo? ¿Cómo? pregunta Gustavo, desconcertado. Si queda bien que le dé a Sofía algún regalo. Cómo le cuesta a Gustavo contener la sonrisa.  Podrías llevarle una golosina, a casi todas los mujeres les gustan las cosas dulces lo aconseja. Es una buena idea dice pensé en unas flores pero es demasiado jugado. ¿Y vos tenés ganas de jugarte? pregunta Gustavo. ¿¡Ganas!?  el chico abre los ojos como platos me muero de ganas  hace una mueca con la boca pero también me muero de miedo. ¿Pensás que le gustás? Sería un milagro Camilo suspira y luego sonríe, triste y ya te dije que no creo en Dios, si no le pediría gustarle la energía regresa a su rostro primero tengo que conseguir alguien que me lleve. Me parece que si le contás a tu papá cuánta importanccia tiene para vos ir, él va a encontrar la manera de alcanzarte. ¿De veras te parece? Gustavo asiente con la cabeza. Capaz le digo. Minutos después, cuando lo despide, Gustavo propone avisame cuando quieras que invite a tus padres. Dale dice el chico.


Gustavo siente ganas de compartir con Natalia el silencioso pedido de Camilo. Está pensando en eso cuando suena el teléfono del consultorio. Ya llegué, papi informa Martina vine con Clarita, ¿te acordás que te avisé? No, no se acordaba en absoluto. Juana está preparando la merienda, nos hizo una chocotorta. Juana sí que se acordó. Acá Nacho me pide el teléfono. Gustavo se alarma, ¿habrá pasado algo? Hola, pa, llamó mamá para ver cómo me había ido en el oral de Historia. Cierto, otro olvido. ¿Cómo te fue? Súper contesta el chico me preguntaron justo lo que vos me explicaste anoche de la revolución francesa. Me alegro mucho. Gustavo se queda esperando. Nada, eso, que mamá llamó. Corta, desconcertado. Cecilia, como siempre, puente entre ellos. Gustavo registra dos hechos: él no se había acordado del examen; Nacho no se había animado a llamarlo para contárselo. Mamá llamó.

lunes, 11 de noviembre de 2013

74

Laura, luego de un buen rato de describir la reunión con su editora, comenta ayer Paula, mi hija menor, nos contó que está por poner un jardín de infantes con dos amigas; Luis ofreció prestarle dinero, pero ella no quiere saber de nada; dijo que ya habían conseguido un inversor que estaba muy interesado en el proyecto y que prefería mantener la independencia económica con respecto a nosotros; me estuvo contando la propuesta educativa; el rasgo distintivo del jardín va a ser el desarrollo del pensamiento lógico en las criaturas; ya diseñaron un montón de juegos; están pensando en publicar un librito. Laura se detiene, está agitada de tanto hablar, Gustavo le ofrece agua. Ambos toman. Ajá dice Gustavo, sonriendo de costado. ¿De nuevo se burla de mí? Gustavo levanta ambas palmas y se encoge de hombros. No podía creer que esa que estaba hablando frente a nosotros, no solo de pedagogía, sino también de habilitaciones, inspecciones, rentabilidad, punto de equilibrio fuera mi chiquita. Gustavo la mira durante unos segundos, en silencio. ¿Le puedo hacer una pregunta? inquiere. Venga contesta Laura entrecerrando los ojos. Por un momento, por un brevísimo momento, ¿se sintió orgullosa de su hija? Pregunta denegada informa ella ni se sueñe que le voy a dar el gusto de decirle que sí. Segundos después Laura vuelve a hablar de su libro: ya le dieron las primeras pruebas.  Gustavo controla el reloj, solo unos minutos por delante. Laura ¿intentó contactarse con su hijo?  El rostro de ella, en un instante, gana diez años. No me animo informa.


Llegó la cuenta de la luz informa Juana y luego agrega sí, ahora se lo paso. Hola, hijo, cómo estás. Bien, pa. ¿Cómo te fue en el colegio? Bien. ¿Comiste? Estoy en eso. ¿Precisás algo? No. Llamame cualquier cosa. OK. Gustavo corta. Imposible comunicarse con ese pibe. Se queda mal cuando corta.  El lenguaje es fuente de malentendidos, recuerda.

jueves, 7 de noviembre de 2013

73

OCTUBRE

Miércoles 3
Gustavo saca cuatro rebanadas de pan del paquete y las mete en la tostadora nueva; otra dos, en la vieja. Cuando llegan los chicos y se sientan dice cierren los ojos; una, dos y… aprieta los botones y las seis saltan a la vez. Martina insiste a mami no le va a gustar, ella las calentaba en el microondas. Como cada vez que la nombran, el estado de Gustavo se altera. Segundos después, con la boca llena, la nena decreta la verdad, papi, a vos te salen más ricas. Sos un capo, pa comenta Nacho, untando la segunda. Cada día podrás sentarte un poco más cerca.

Marisa propuso que viviéramos juntos cuenta Santiago. Las mujeres siempre nos complican la vida, juegan al amor libre pero en cuanto te descuidás, te echaron el lazo comenta Gustavo. Qué ánimos que me das se queja su amigo. ¿Qué le dijiste? No tuve muchas opciones, me hizo el planteo detrás de un helecho que acababa de mudar de su depto al mío. ¿La querés? La necesito dictamina Santiago lo que es mucho más grave. Los dos ríen juntos. Brindemos con café propone Gustavo ahora podrás entender lo que es una mina complicándote la existencia; ya te veo, en diez meses, acunando un pendejo. Tengo ganas de ser padre confiesa Santiago. ¿Y eso? pregunta él, atónito. Me estoy poniendo viejo. Viejo soy yo le sale del alma a Gustavo. Te recuerdo que tengo seis meses más que vos. Pero vos lidiarás con lactantes mientras yo me enfrento con adolescentes. ¿Tenés problemas con Nacho? Ese chico es hermético, no le sacás dos palabras seguidas. ¿Hermético con vos o hermético en general? pregunta Santiago echándose atrás en la silla. Qué se yo, con mi vieja habla bastante. No hablar con tu vieja es imposible hasta para un adolescente dictamina Santiago me acuerdo cuando iba a tu casa en la época del secundario; si por alguna razón nos quedábamos a solas, palabra va, palabra viene, tu vieja terminaba sacándome el nombre de la chica que me gustaba. Mi mamá te adora afirma Gustavo. Y yo a ella, lo sabés. Gustavo se entretiene haciendo girar la taza de café. San pregunta al cabo de un rato ¿por qué el otro día me hablaste del zorro de Saint-Exupéry? No sé contesta su amigo jugueteando con un sobrecito de azúcar me pareció que te está costando más de la cuenta relacionarte con mi ahijado. ¿Cómo me conocés tanto? pregunta Gustavo. Santiago le palmea el hombro mientras dice ¡venticinco años juntos, hermano!


Está saliendo del curso cuando Natalia, la aprendiz de terapeuta, lo alcanza. ¿Querés comer algo? propone, tengo que hacer tiempo y odio almorzar sola. Mientras buscan un restaurante próximo, ella le habla de una paciente. Se parece a tu María Inés comenta. A Gustavo le extraña que haya retenido el nombre. Durante toda la comida, ensalada para ella, ravioles, para él, hablan sobre sus respectivos consultorios. Todavía me pongo nerviosa cada vez que suena el timbre confiesa ella lo único que me tranquiliza es que mis pacientes no saben que recién empiezo, por eso puse el título en un lugar poco visible. Ríen. Estoy atendiendo a una adolescente comenta ella los padres me presionan para que les dé una entrevista pero no sé cómo manejarlo; la piba no quiere saber de nada. Él le habla sobre Camilo. Hora y media sin padre, sin hijos, sin mujer. Un remanso, define Gustavo.

72

Suben al auto peleando, los dos en el asiento de atrás. Yo quiero ir a Mac pretende la nena. Y yo quiero comer pizza dice Nacho, bastante que te dejo venir, papá me invitó a mí porque me saqué una buena nota y con vos siempre sale. Pero a la tarde se defiende Martina. Gustavo gira la cabeza y los enfrenta. ¿Los Inmortales?, ¿Almacén de Pizzas? propone. Burgio determina Nacho. ¡Ese lugar es una mugre!, ¡ni siquiera podemos sentarnos! protesta la nena. Pero la pizza es lo más argumenta el chico. ¡A Burgio vamos! decide Gustavo y ante el puchero de la nena agrega después te llevo a tomar un helado. ¡En Fredo! exige Martina. Hecho promete él. El auto de atrás le toca bocina. Nacho tararea. ¿Charly García?, piensa Gustavo mientras pone primera.

Al regresar, el contestador titila. Soy yo, por dónde andaban picarones, ¿de farra?; les mando un beso enorme, los quiero mucho. El buen humor de Gustavo se desvanece. Rápido a acostarse que es muy tarde ordena. Cuando sale de la ducha, recorre los dormitorios, con Lacán pisándole los talones. Tapa a Martina, apaga la luz de Nacho. No logró sacarle dos palabras seguidas durante la cena. Martina siempre se las arregla para monopolizar la conversación, descubre. Se dirige a la cocina. Mientras se filtra el café va a la biblioteca. Localiza El Pincipito rápidamente, Cecilia acomoda los libros por orden alfabético. Cecilia. Gustavo sacude la cabeza. Lleva libro y taza al dormitorio. Localiza el fragmento del zorro. ¨¿Qué significa domesticar? volvió a preguntar el Principito. Es una cosa ya olvidada dijo el zorro, significa crear lazos; tú para mí todavía no eres más que un niño igual a otros cien mil niños, pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro, tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo. ¿Qué debo hacer? preguntó el Principito. Debes tener mucha paciencia respondió el zorro al principio te sentarás un poco lejos de mí, así, de esta manera, sobre la hierba; te miraré de reojo y tú no dirás nada; pero cada día podrás sentarte un poco más cerca; el lenguaje es fuente de malentendidos.¨  Qué absurdo, se dice, tengo que domesticar a mi propio hijo. Apaga la luz. Una frase retumba en su cabeza mientras intenta dormirse: el lenguaje es fuente de malentendidos.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

71

Antes de empezar con mi vida, quiero contarle que María Inés descubrió a su marido en el estudio, teniendo sexo oral con el dueño de la A: tomó una barbaridad de Rivotril; antes de irse la  obligué a que me diera los comprimidos sobrantes. ¿La obligó? Gustavo asiente con la cabeza. Le dije que hasta que no me los entregara, mi próximo paciente seguiría tocando el timbre; en ese instante ni me lo planteé, supe que lo tenía que hacer. ¿Y ahora duda? Ante usted dudo reconoce Gustavo. ¿Lo volvería a hacer? Sí contesta él, categórico no podía arriesgarme a que siguiera intoxicándose. ¿Necesita mi aprobación? inquiere ella y luego, la sonrisa en abanico, agrega somos personas antes que analistas. Él también sonríe, aliviado. Luego de un rato informa Cecilia se fue; hace ya ocho días que se fue. ¿Cómo los sobrellevó? Gustavo se queda reflexionando. No estuvo tan mal; los chicos no dejaron de hacer nada de lo que tenían que hacer; Juana, la empleada, es una joya; mi suegra colaboró bastante y a mi vieja hay que levantarle un monumento, ella es la única con quien Nacho se abre un poco. ¿Nacho es su hijo? Él la mira, sorprendido. A Martina, sí, pero a él nunca lo nombró. Qué raro comenta Gustavo y luego añade esta semana, por primera vez, lo ayudé a hacer un trabajo, le pusieron un diez; hoy cenaremos afuera para festejar. ¿Para festejar que compartió una actividad con su hijo? Él se siente molesto. Ana María bebe un vaso de agua y comenta hace un par de semanas no logró recordar qué lo había alterado de su sesión con Daniela. ¿Por qué lo trae ahora a colación? pregunta él. Ella solo encoge levemente los hombros. Sí, recordé lo que me puso mal dice él y siente que súbitamente se le seca la boca. No quiero hablar de eso, piensa; ella no me puede obligar. Se sirve un vaso de agua. ¿Me lo quiere contar? pide Ana María con tanta dulzura que los frenos de él estallan. Colapsan. Me identifico mucho con el marido, yo tampoco quise que Nacho naciera confiesa con infinita vergüenza y calla. Está agotado, le cuesta respirar. Retiene un sorbo de agua en la boca, antes de tragarlo. ¿Cecilia, como Daniela, lo obligó? No a concebirlo; se pinchó el preservativo. ¿Sí a tenerlo? Él asiente con la cabeza. Hacía cuatro meses que éramos novios; ella diecinueve años, yo veinte; segundo año de la carrera, alumnos de diez; los dos participábamos activamente en el centro de estudiantes; no trabajábamos; ¿le parece, Ana María, que estaban dadas las condiciones para que tuviéramos un hijo? A usted no le parecía concluye ella. ¡No!, fue una locura, lo sigo pensando, pero no hubo manera de convencer a Cecilia; ni sus padres, ni yo; una roca; le dije que no me iba a hacer cargo de la criatura, amenacé con dejarla, no le importaba nada cuenta Gustavo con rabia. Veo que su mujer siempre fue osada comenta ella con una sonrisa incisiva. Gustavo, en un instante, descubre que nada de cuanto él pueda hacer, va a desviar a su mujer un milímetro de su camino. La perdimos, había intuido Martina. No quiero ni acordarme regresa Gustavo al pasado me jodió la vida, la carrera, me obligó a depender de mi viejo. Ella no lo obligó lo corrige Ana María. Él la mira, desconcertado. Usted decidió libremente acompañarla, ¿Libremente?, ¿la iba a dejar sola embarazada de mí? Qué frase ambigua comenta ¿embarazada de usted o por usted? Ana María se reacomoda en su sillón, cruza las piernas. Me gustaría que reflexionara al respecto señala Cecilia tomó la decisión de afrontar el embarazo y usted también tomó una decisión: acompañarla. ¿Sabe quién fue la única que la apoyó desde el principio? Ana María lo mira mi propia madre; las dos juntas en mi contra, demasiado para mí. ¿Se arrepiente de haberse quedado junto a ella?  Él se queda pensando, intenta ser sincero. Yo la amaba. ¿La amaba? pregunta Ana María con intención. Gustavo se agarra la cabeza entre las manos la amaba y la amo confiesa la puta que la parió, me encadenó a su vida y ahora me echa de un puntapié como a un perro. Gustavo se sirve agua, trata de serenarse. Tal vez le está otorgando un poder desmedido dice Ana María ella no lo encadenó, usted decidió unir su vida a la de ella. ¿Y qué?, ¿la iba a dejar? pregunta Gustavo, irritado. Podría haberla asistido económicamente si se sentía responsable, no precisaba casarse. Usted no me entiende, ya le dije que la amaba. ¿Preferiría que no existiera Nacho? pregunta Ana María, mirándolo con intensidad. Tengo treinta y cinco años y un hijo de catorce, ¿sabe lo que significa eso? También tiene otra de diez. Sí, pero es absolutamente distinto, a Martina la planeamos. No contestó mi pregunta original insiste ella ¿preferiría que Nacho no existiera? Gustavo  cruza y descruza  los dedos durante un buen rato. Cuando se dispone a hablar Ana María determina piénselo y lo charlamos la próxima.


Estoy yendo le escribe a Martina. Pone el auto en marcha. Está por arrancar cuando de nuevo teclea. Llego en veinte minutos, decile a tu hermana que esté lista, ya sabés como son las mujeres. Pone primera. Lo asombra la perspicacia de Ana María. Nacho es mi talón de Aquiles, piensa, y allí dirigió ella las flechas. Sin piedad. Cuando llega a Loreto les escribe a Martina y a Nacho vayan bajando. Pero antes de enviar el mensaje borra el teléfono de la nena. 

martes, 5 de noviembre de 2013

70

Hablé con mi mamá informa Daniela luego de un rato. ¿Sobre qué? indaga Gustavo. Sobre mi papá; me contó de nuevo toda la historia de Alcohólicos Anónimos; ellos lo salvaron. ¿Cuál es la relación de tu padre con Lucas? Daniela lo mira, parece desconcertada. ¿Mi papá?, ya sabe cómo son los hombres con los chicos. ¿Cómo son? Distantes, diría yo. ¿Tu mamá nunca le pidió que la ayudara a cuidar a Lucas? Con respecto al nene, mi mamá es como yo, solo confía en ella. ¿No será que vos sos como tu mamá? ¿Cuál es la diferencia? dice ella con un gesto despectivo. Me parece que en tu familia, la distancia de los hombres con los niños está determinada por las mujeres. Por algo será se justifica ella. ¿Por qué? Ayer mi mamá me confesó el motivo por el que llevó a mi viejo de las orejas a ALANON bajo amenaza de dejarlo si se resistía. Daniela calla. Luego de un rato Gustavo pregunta ¿cuál fue? Un sábado mamá hizo horas extras en el trabajo; cuando volvió, a la noche, me encontró parada en la cuna, agarrada de los barrotes, roja de tanto llorar, los pañales y las sábanas empapados; mi papá se había ido; en la heladera estaban todas las mamaderas que mamá había dejado preparadas. ¿Qué tiempo tenías? Casi un año. ¿Recordás algo? Por suerte, no. A lo mejor sí, por eso no te animás a dejar al nene con tu marido.  Daniela se cubre la cara con ambas manos.  ¿Cómo te llevás ahora con tu padre? Muy bien pero…  ¿Pero qué? Pero distante  contesta ella, sonriendo.  ¿Y con tu mamá?  El rostro de Daniela se transforma, se dulcifica. La amo dice.


Gustavo atiende su celular. Hay paro de trenes informa Juana si no salgo ahora, pierdo el último. Páseme con Nacho, por favor pide él. ¿Qué querés?  A Gustavo le molesta el tono. ¿Estás ocupado? pregunta con retintín. Justo por pasar de nivel. Gustavo inspira hondo. ¿Me cuidás a Marti hasta las nueve que llego? pide.  Porsu, quedate tranqui contesta el chico, ahora cordial la voz después vamos a cenar ¿no? Porsu contesta sonriendo Gustavo, que ya se había olvidado. También se olvidó de que había cambiado el horario con Ana María. Sale corriendo.

lunes, 4 de noviembre de 2013

69

¿Qué le pasaba a tu paciente? pregunta Raúl mientras se sienta. ¿A qué viene tu comentario? inquiere Gustavo, extrañado.  Tenía los ojos sin luz. Es una hermosa frase comenta. ¿Viste?, no soy tan bruto como parezco. ¿A quién le parecés bruto? Raúl empuja ambas manos hacia abajo al tiempo que cabecea. Tu comentario habla de un gran poder de observación y de una sensibilidad capaz de detectar tenues cambios en un rostro afirma Gustavo. Casi parezco una señorita. ¿Considerás que ser sensible es una virtud femenina? Raúl junta los dedos y agita la mano derecha. Qué pretendés, me criaron con el ¨leitmotiv¨ de que los hombres no lloran; ¿sabés qué?, desarrollé una técnica para conjurar las lágrimas; cuando veo que se aproximan, giro la lengua adentro del paladar; probalo, es infalible.  Raúl extiende ambos brazos sobre el respaldo, abre las rodillas. Utilizaste el presente para describir tu método comenta Gustavo ¿debo tomarlo como señal de que solés tener ganas de llorar? Raúl permanece en silencio mientras se muerde los labios.  ¿Qué situaciones siguen desafiando tus lágrimas? Raúl se queda reflexionando. Tantas y tan distintas dice, al cabo de un rato la bronca, la tristeza, la emoción, el dolor, la belleza; hasta un buen libro puede darme ganas de llorar. Pero no llorás. Me extraña Gustavo, los hombres no lloran. ¿Tampoco a solas? Raúl no contesta.  ¿Le transmitiste la consigna a tus propios hijos? Te voy a contar una que te va a gustar; hace unos años estábamos en el country de mis viejos y un auto atropelló a nuestro perrito; hicimos una fosa y lo enterramos; mis chicos estaban llorando abrazados a su madre cuando apareció el Rey; ¿qué te parece que les dijo? , ¨a ver si dejan de llorar; yo no tengo nietos maricones¨; los nenes se separaron de la madre tratando de controlar la congoja. ¿Y vos qué hiciste? Estaba furioso pero no pude enfrentarlo; los agarré de las manitos y nos fuimos a caminar por el parque; el más grande, ocho años tendría, dijo, ¨estoy muy triste, papi, no me aguanto, ¿puedo llorar un poquito?¨; me arrodillé y lo abracé y qué me dice el mocoso: ¨por favor, no le cuentes al abuelo¨; sentí que explotaba; subí mujer, pibes y bolsos en el auto y me fui; Lisa no entendía nada Raúl esconde la cabeza entre las manos no fui capaz de decirle una palabra a mi viejo, ni siquiera por mis hijos, me da vergüenza contártelo. Gustavo se encuentra haciendo girar la lengua contra el paladar. Segundos después dice ¿de veras creés que no le dijiste nada?

Qué bueno cuando una generación puede reparar el daño que produjo la anterior, piensa Gustavo. Maravilloso que de un hijo como Raúl hubiera surgido un padre como Raúl. Gustavo se pregunta si él es mejor padre que su propio padre. Con Martina, sí, obvio, se contesta. Pero cuando piensa en su relación con Nacho se le seca la boca. Se acuerda del zorro de El principito.