viernes, 27 de septiembre de 2013

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Hace rato que Camilo está hablando del colegio cuando  intempestivamente dice anoche tuve un sueño raro. ¿Me lo contás? propone Gustavo.  Es que mucho no me acuerdo. Sin embargo considerás que fue raro, ¿por qué? Yo estaba adentro de un envase y me caía arena en la cabeza; cada tanto alguien daba vuelta el envase pero yo quedaba de nuevo con la cabeza para arriba y me seguía cayendo la arena. La sangre de Gustavo cobra otro ritmo, sus neuronas en frenética sinapsis. ¿Te gustaba estar allí? pregunta. No, era horrible; me quería escapar pero no podía porque el envase me sujetaba. Contame más del envase pide. Era transparente  y alto como yo; ancho en la cabeza y en los pies pero apretado en la panza. Cuánta razón tenía Ana María  ¿El envase se parecía a algún objeto que vos conozcas? El chico niega con la cabeza. Pensemos juntos: transparente, como dos embudos invertidos, con arena que va cayendo de a poquito.  Camilo se queda unos segundo pensando y luego arriesga ¿un reloj de arena? Gustavo solo levanta las cejas. Yo tengo uno para jugar al Scrabel  informa Camilo. ¿Con quién jugás al Scrabel? Con mi papá, casi siempre me gana. ¿Qué te parece que podría representar el reloj de arena? ¿El tiempo? contesta el chico. Cerrá los ojos pide Gustavo  trata de ver quién está dando vueltas el reloj. No hace falta dice Camilo con los ojos muy abiertos ya sé quién lo daba vueltas. ¿Quién? Un hombre sin cara. Gustavo toma un vaso de agua con parsimonia. ¿Te acordás de lo que charlamos la sesión pasada? pregunta luego. Claro  contesta el chico. Me parece que te preocupa mucho saber por qué llegó tarde tu papá, tal vez sería bueno que se lo preguntaras. Camilo lo mira en silencio. Silencio que varios minutos después es roto por el portero eléctrico. El chico, instintivamente mira la hora. Está esperando el ascensor cuando dice a lo mejor cuando sea grande voy a ser sicólogo. 

Estoy contento, se dice Gustavo y después se dice que está loco. Su vida está astillándose y, por unos minutos, se sintió contento. La aguda necesidad de creer que sirve para algo. Porque Camilo no forma parte de su vida. Recuerda, entonces, que ya hace rato que Nacho debería haber llegado. Va a llamar a su casa cuando repara en que Cecilia ya regresó. Problema de ella. Pensarla le arrebata la satisfacción alcanzada. A ella, evidentemente, ya no le sirve.

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