martes, 24 de septiembre de 2013

41

SETIEMBRE

Miércoles 5

Gus, despertate, ¿qué te pasa? la voz de Cecilia filtrándose en su pesadilla justo cuando la puerta del avión se abre y la azafata intenta empujarlo hacia el vacío. Gustavo se sienta en la cama, se restriega los ojos. ¿Estás bien? pregunta ella sentada a su lado y ante su gesto de asentimiento agrega vaya que gritabas. Él la mira, está a medio vestir.  ¿Qué hora es?  pregunta.  Siete y media, llevo los chicos al colegio y vuelvo; esperame y desayunamos juntos. Todo fue un mal sueño, se dice él, aliviado, hasta que la valija junto a la cómoda le demuestra su error. En un instante revive la breve charla a la madrugada. El regreso de Cecilia solo confirma que se fue. La pesadilla continúa.

Gustavo va al baño. Se ducha, se afeita, se lava los dientes. Se perfuma. Elige con cuidado la camisa y el pantalón. Enciende el televisor para ver la sensación térmica.  Sensación térmica. Su yo está a medias helado, a medias hirviendo. Te espero en Van Gogh  escribe en su celular. OK contesta Cecilia. OK.

Gustavo busca una mesa apartada y se sienta. Hojea el diario pero no pasa de la segunda página. Cuántas veces se habrán encontrado en esa misma mesa. Casi siempre los dos; los cuatro algún domingo de churros y chocolate. El estómago le hace ruido. Qué absurdo, ruge de vacío pero  él no detecta el hambre. Levanta la vista justo cuando ella está entrando. El cabello rubio alborotado, el paso elástico, la boca entreabierta, las mejillas sonrosadas. Derrama vida a su paso. Es hermosa, piensa. La perdimos. La perdí, se corrige. Los ojos de Cecilia recorren las mesas. Sonríe cuando lo descubre. Sonriendo se sienta frente a él.  Tardé porque Nacho se olvidó una carpeta y tuve que alcanzársela.  ¿Qué tomás? pregunta él.   Lo de siempre  dice ella y a él le duele.  Dos cafés con leche  le indica al mozo dos medialunas de grasa y dos de manteca, bien blanquitas. Ella se saca el abrigo y lo acomoda sobre el respaldo.  Está lindo aquí.  Quedan un largo rato mirándose. ¿Cómo te fue? rompe Gustavo el silencio.  Ya te conté anoche, conseguimos unas oficinas espectaculares en pleno centro, calculo que en quince días estará listo para arrancar.  Ella hace lugar para la taza que deposita el mozo. Toma un trago. Qué bueno, el café en Santiago es imposible. Él sigue mirándola y ella sigue sonriendo, mordisqueando una medialuna. Cómo te fue con él, te pregunto. Ella baja al mismo tiempo la mirada y la factura.  No quiero hacerte daño dice. No lo parece.  Cecilia, entonces,  lo mira.  Es como tener de nuevo veinte años, me había olvidado de como era sentir.  Gustavo intenta descubrir su error. ¿Por qué dejaste de quererme? Gus, yo te quiero, no pasa por ahí  dice ella y alarga la mano para tomar la mano que él retira.  ¿Por dónde pasa entonces?  Ella cruza los dedos, juega con los pulgares. Estoy ahogada, no me había dado cuenta de que hace catorce años que estoy asfixiada. Gustavo cierra los ojos, maravillado de que su dolor pueda seguir creciendo. ¿Hasta cuándo, hasta dónde? No me entiendas mal  continúa ella amo a los chicos con locura pero me perdí por ellos.  Él abre los ojos y los fija en ella. Sí, es cierto, no puedo entenderte. Por quererlos a los tres me dejé en el camino. Y ahora te encontraste. Sí confirma ella creo que sí. ¿En dónde te encontraste?, ¿en el trabajo o en la cama?  Ella aprieta los párpados un instante, sacude la cabeza.  No sé cómo explicártelo, hace años que una parte mía fue amputada, vos sabés cómo era yo,  amaba estudiar, estaba comprometida políticamente, estaba loca por vos;  todo se fue licuando, yo me fui licuando; cuando volví a trabajar creí que mejoraría pero empeoró, al menos como madre o cocinera era creativa; ¿sabés lo que fue por años atender el teléfono durante horas como un robot?  La furia de Gustavo asciende desde su abdomen. ¿Sabés lo que es aguantar durante catorce años a mi viejo?, esto parece una broma porque la culpa la tuviste vos, vos te cercenaste y a mí me mandaste a la boca del lobo; pero mirá, tenemos un linda casa, un buen coche, veranemos todos los años, gracias a tu servilismo y al mío  se interrumpe de pronto iluminado ¿qué tiene que ver todo esto con mi consultorio? Ella se queda en silencio y luego dice no lo había pensado pero quizás todo se desencadenó cuando te vi tan feliz de ejercer tu profesión. Gustavo toma su café. Se enfrió, piensa. Te dio envidia dice, la taza en alto. No, no diría eso, me demostró que no era demasiado tarde. Gustavo mira, con disimulo, el reloj de pared.  En quince minutos me tengo que ir al curso y todavía no hablamos de cómo sigue esto. Así sos vos dice ella se está jugando tu matrimonio pero solo pensás en tu curso; tenés razón yo tampoco debo postergar mi trabajo, ya estoy una hora demorada, pero no importa, ¿no?, postergarlo forma parte de mi papel en esta obra; a la noche la seguimos, si es que tus pacientes no te dejan muy agotado. Cuando Cecilia se levanta la mente de Gustavo queda en blanco. Cinco minutos después llama al mozo. Al incorporarse observa sobre la mesa tres medialunas intactas y una mordisqueada.


Mientras el profesor discurre sobre como elaborar un genograma Gustavo piensa que  su mujer estuvo una semana en Chile con su amante y, sin embargo, lo inviste con la culpa. Qué inteligente es, determina, llevó todo al plano profesional cuando lo que está en cuestión es nuestro vínculo matrimonial. Vínculo matrimonial, qué lugar común. Está en juego la pareja, la familia, los chicos, la vida. El profesor le hace una pregunta. Perdón pide estaba distraído. Parece  que la culpa sigue siendo  suya.

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