María Inés le tiende un papel doblado. Lo encontré en el bolsillo de Gerardo explica. Preferiría que lo leyeras vos. No puedo dice ella. Él se pone los
anteojos. Lee en voz alta. No soporto más
vivir así. Cada mañana me propongo dejarte, sin embargo no puedo. Tanto me
hacés gozar, tanto me hacés sufrir. Aceptate. Si no lo pudiste hacer por vos, hacelo
por mí. Te amo. A. Gustavo le devuelve el papel, ella lo toma y lo apoya
sobre la mesita. ¿Qué me decís?
pregunta. Vos ya lo sabías. Ella se
cubre la cara con las dos manos. ¿Qué
hiciste con la carta? Se la serví. No te entiendo. Le serví la carta en un
plato, con el puré al lado. Qué agallas. Cómo encarará él a Cecilia. ¿Cómo reaccionó Gerardo? pregunta. Se quedó paralizado un buen rato y después
se levantó de la mesa y fue hasta el cuarto; yo lo seguí y lo encontré tirado
en la cama; me senté a su lado, entonces
me contó que es una clienta que lo provocó tanto que no pudo resistirse; fue
cosa de un mes, ya está todo terminado. ¿Y vos le creíste? Primero no pero
después sí. ¿Después de qué? Me pidió perdón, me dijo que me amaba, que no
entendía qué le había pasado, estaba desesperado, lloraba; me hizo el amor. Gustavo
teme que su corazón pueda escucharse, hasta dónde estaba él mismo capacitado
para no ver. ¿No vas a decirme nada? reclama
ella ¿qué pensás?, ¿qué soy una idiota
por creerle? Lo estás diciendo vos, no yo. ¿Podés entender lo que se siente
cuando te engaña quien amás? Gustavo se lleva la mano a la boca del
estómago. Le duele. Santiago tenía razón, debería haber suspendido. ¿Es tan tremenda la infidelidad? continúa
María Inés ¿tan extraña? Gustavo
sacude la cabeza. ¡Decime algo por favor!
reclama ella. ¿Cuándo fue esto? El
miércoles pasado. ¿Cómo te sentiste esta semana? Ella se echa el cabello
hacia atrás. Está más hermosa que nunca, piensa Gustavo, qué extraño es el
amor. Aunque te parezca absurdo, me sentí
mejor. ¿Lo peor es la incertidumbre?, duda él. Hace una pausa y sugiere ¿me contás
sobre estos días? Ella se inclina,
Gustavo teme que se acueste pero solo levanta una pierna y se sienta sobre ella. Volví a mi cama, tuvimos relaciones un par
de veces. ¿Él pudo? Ella lo mira. ¿Por
qué me lo preguntás? Me comentaste que alguna otra vez no había podido. Porque
tenía a la otra. Entonces, todo bien. Digamos ella hurta la vista. ¿Qué significa digamos? ¡Basta, Gustavo!, no
quiero hablar más de eso. De acuerdo Gustavo levanta las palmas de las
manos ¿cómo lo notaste en todo lo demás?
Normal, cariñoso, atento como siempre; el sábado fuimos al Colón y luego a
cenar afuera; el domingo a casa de sus viejos. ¿Volvieron a conversar del tema?
No, él no quiere; me juró que todo había terminado y decidí creerle lo
mira, desafiante. ¿Hago mal? Hiciste
bastante. Ella arquea las cejas. Buscaste
indicios, lo encaraste; durante meses sufriste en silencio ahora empezaste a
actuar. ¿Empecé? Él la mira en silencio. María Inés baja las piernas, la
espalda recta en el asiento. ¿Te gusta la
música clásica? pregunta. Él asiente con la cabeza. Escuchamos a una chelista maravillosa, Sol Gabetta, es argentina pero
de fama mundial. Él la recuerda bien, la vio hace un par de años. Ella le
habla del concierto, de los compositores, de las obras. Nunca vi unos brazos así, como que se desprendían de ella
independientes de ella, parecía una medusa.Se interrumpe para servirse un vaso de agua. Bebe. Después la miré por Youtube añade. ¿Qué observaste? La manera en que se
relaciona con el chelo con la voz más ronca agrega como si le hiciera el amor hace una ligera pausa ¿te cuento algo? Él asiente. Me excité mirándola. ¿Quizás porque ella no
depende de un hombre para gozar?, ¿porque controla su propio instrumento?
¡Gustavo! exclama, incorporándose. Sí,
ya es casi la hora la imita él. Cuando ella se está poniendo el abrigo él
indica te olvidaste algo mientras toma la carta apoyada sobre la mesa. ¿Puedo mirarla de
nuevo? consulta. Ella se encoge de
hombros. Él la lee de nuevo a pesar de que recuerda cada
palabra. En el momento de abrir la puerta él pregunta
¿qué es lo que tiene que aceptar Gerardo? Ella frunce la boca, ladea
ligeramente el cuello. Hasta el miércoles
la besa en la mejilla y cierra.
Qué fácil es ver por los ojos de los otros siendo ciegos los propios. Le
hubiera gustado tanto confesarle a María Inés cuánto la comprende; ir juntos a
tomar un café; darse mutuos consejos. Ser un solo hombro. Una sola cabeza
apoyada en ese hombro. Ella, al menos, lo descubrió sola, no había
necesitado un amigo que le abriera los ojos. Había dejado de lado la dignidad y
la seguía peleando desde el llano. Inútilmente, considera él; lo de Gerardo
no tiene arreglo. ¿Su vínculo con Cecilia sí? Que Raúl no le hable de Lisa, por
favor.
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