lunes, 2 de septiembre de 2013

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Miércoles 22 

Cuando Gustavo entra a Van Gogh, agitado, Santiago ya está, recostado contra la ventana, leyendo Página 12. Perdoname dice él me quedé dormido y señalando el diario pregunta ¿lavándote el cerebro? Juré no volver a hablar de política con  vos contesta Santiago, plegándolo. Café con leche con dos medialunas de grasa pide Gustavo. Solo un café doble para mí. ¿Estás a dieta, gordinflón? bromea Gustavo. No tengo hambre. Ya ante las tazas humeantes Gustavo pregunta, sonriente ¿qué te está pasando? A mí, nada. Entonces, ¿a qué viene tanto apuro? Santiago se reclina en la silla. Va sin anestesia dice bajando la mirada la vi a Cecilia con un tipo. Mi vida cambió, es el primer pensamiento de Gustavo. Quien pudiera volver el tiempo atrás, solo unas horas. Negarse a este café.  Sus miércoles son fatales. ¿Me escuchaste? pregunta su amigo. Él solo asiente con la cabeza. Supone que debe conocer los detalles por eso pregunta ¿qué estaban haciendo? Santiago lo mira. No me lo hagas más difícil, me costó un huevo decidirme a contártelo. ¿Qué estaban haciendo? eleva la voz. Se estaban besando. ¿Cómo? ¿Precisás que te lo diga?, el tipo le estaba comiendo la boca. ¿Y ella? Estás boludo, Gustavo, ella se dejaba comer. ¿Dónde? En Aeroparque. ¿Estás seguro de que era ella? No, solo me pareció, pero como soy tan pelotudo por las dudas vine y te lo dije, viejo, ¿qué te pasa?, tu mujer se estaba besando con un tipo, me duele como la san puta decírtelo pero fue exactamente así. ¿Cómo era él? Basta, Gus, preguntale a ella, no soy Sherlock Holmes. No puede ser se resiste Gustavo. No puede ser pero es, todas las minas son iguales. Cecilia no. ¡Cecilia sí! Me estás haciendo mierda. Ah, ahora el que te hace mierda soy yo, ¿vas a seguir defendiéndola? Gustavo recupera la sensación. Se está hundiendo en algo blando. ¿Qué pensás hacer? pregunta su amigo. No puedo ni pensar, me estoy hundiendo confiesa. Vamos, macho, esto no es la muerte de nadie, ¿qué pareja no se mete los cuernos alguna vez?, a veces son momentos, bien lo sabrás vos, luego pasa.  No en la nuestra, pensarás que soy un pelotudo, pero desde que la conocí a Cecilia jamás miré a otra mina; la quiero, no podés entender que es la mujer que elegí, en la que siempre confié y ahora la muy turra me toma de boludo, hace rato que está rara, que llega tarde, pero me vendió que era por el trabajo y yo se lo compré, qué imbécil, cuando le pasa a algún paciente yo pienso qué imbécil, cómo no se dio cuenta si es obvio y yo caí como un reverendo boludo, “de lo que pase en estas semanas depende mi ascenso”, ¿su ascenso en qué?, ¿en su carrera de puta? Parala, Gus, no te lo tomes así, dejala hablar, algo tendrá para decirte. No sabía que vos también eras analista; ¿qué va a tener para decirme?, ¿qué el tipo coje mejor que yo?, ¿qué se hartó de estar conmigo?, ¿qué se hartó de los chicos?;  es increíble, estuvo dejando sola a la nena, las hormonas le lavaron el cerebro se restriega los ojos ¿y qué se supone que tengo que hacer yo?, ¿echarla a patadas de casa?, ¿arrodillarme y pedirle que lo deje?; para qué mierda me lo dijiste, me partiste en dos. Serenate, hermano, así no la podés enfrentar. Hoy atiendo,  para colmo, hasta las nueve no paro. Cancelá. Gustavo lo mira, azorado. Qué culpa tienen mis pacientes. En el estado en que estás no creo que les seas de mucha utilidad. Santiago llama al mozo. Se me hace tarde dice y saca la billetera. Gustavo lo frena. Te la debo dice y segundos después, sin mirarlo, agrega gracias.

Gustavo empieza a caminar. Tú, no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor.  Le duelen los pulmones. Quisiera arrancarse la cabeza. Una mañana, un café y quince años volando por el aire. Recuerda la charla de la semana pasada. El trabajo, el ascenso, la realización personal. Jamás dudó de ella. Cómo pudo ser tan boludo. Se avergüenza de lo que ella debe de haber pensado. Pobrecito, Gus, no quiere darse cuenta. El estudiante brillante, la mano derecha de su padre,  ahora el lúcido terapeuta. Eso había sido para Cecilia. Eso había sido y ya nunca volverá a serlo. Un pelotudo convencible con una sonrisa y un abrazo. Cecilia. La columna vertebral alrededor de la cual construyó su vida. Ella siempre supo qué hacer. Cuándo tener los hijos, cuándo casarse, cuándo mudarse, adónde ir de vacaciones, a qué colegio mandar a los chicos, cuánto y cómo ahorrar. Impensable vivir sin ella. Tú me das la fuerza. Pone la llave en la cerradura. Antes de abrir mira hacia arriba. Un techo de jacarandás. Aquel paisaje donde vivo yo.


Se masajea el pecho. Tú, aire que respiro. No cede la opresión. Se prepara un té. Con mucha azúcar. Para amarga la vida, decía su abuela. Lo toma de pie. Qué se supone que tiene que hacer. Escucha el portero eléctrico. Vuelca la mitad del té y enjuaga la taza. Santiago tenía razón, no está en condiciones de ocuparse de otro. Que Freud lo ayude.

3 comentarios:

  1. muy bien narrado, me muero por saber cómo sigue!!

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  2. Es un momento muy importante en la novela... La vida de Gustavo se transforma en serio o puede ser un error, vamos a ver. ¡Se va a poner interesante!

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