Miércoles 22
Cuando Gustavo entra a Van Gogh,
agitado, Santiago ya está, recostado contra la ventana, leyendo Página 12. Perdoname dice él me quedé dormido y señalando el diario
pregunta ¿lavándote el cerebro? Juré no
volver a hablar de política con vos
contesta Santiago, plegándolo. Café con
leche con dos medialunas de grasa pide Gustavo. Solo un café doble para mí. ¿Estás a dieta, gordinflón? bromea
Gustavo. No tengo hambre. Ya ante las
tazas humeantes Gustavo pregunta, sonriente ¿qué
te está pasando? A mí, nada. Entonces, ¿a qué viene tanto apuro? Santiago
se reclina en la silla. Va sin anestesia
dice bajando la mirada la vi a Cecilia
con un tipo. Mi vida cambió, es el primer pensamiento de Gustavo. Quien
pudiera volver el tiempo atrás, solo unas horas. Negarse a este café. Sus miércoles son fatales. ¿Me escuchaste? pregunta su amigo. Él
solo asiente con la cabeza. Supone que debe conocer los detalles por eso
pregunta ¿qué estaban haciendo? Santiago
lo mira. No me lo hagas más difícil, me
costó un huevo decidirme a contártelo. ¿Qué estaban haciendo? eleva la voz.
Se estaban besando. ¿Cómo? ¿Precisás que te lo diga?, el tipo le
estaba comiendo la boca. ¿Y ella? Estás boludo, Gustavo, ella se dejaba comer. ¿Dónde?
En Aeroparque. ¿Estás seguro de que era ella? No, solo me pareció, pero como
soy tan pelotudo por las dudas vine y te lo dije, viejo, ¿qué te pasa?, tu
mujer se estaba besando con un tipo, me duele como la san puta decírtelo pero
fue exactamente así. ¿Cómo era él? Basta, Gus, preguntale a ella, no soy
Sherlock Holmes. No puede ser se resiste Gustavo. No puede ser pero es, todas las minas son iguales. Cecilia no. ¡Cecilia
sí! Me estás haciendo mierda. Ah, ahora el que te hace mierda soy yo, ¿vas a
seguir defendiéndola? Gustavo recupera la sensación. Se está hundiendo en
algo blando. ¿Qué pensás hacer?
pregunta su amigo. No puedo ni pensar, me
estoy hundiendo confiesa. Vamos,
macho, esto no es la muerte de nadie, ¿qué pareja no se mete los cuernos alguna
vez?, a veces son momentos, bien lo sabrás vos, luego pasa. No en la nuestra, pensarás que soy un
pelotudo, pero desde que la conocí a Cecilia jamás miré a otra mina; la quiero,
no podés entender que es la mujer que elegí, en la que siempre confié y ahora
la muy turra me toma de boludo, hace rato que está rara, que llega tarde, pero
me vendió que era por el trabajo y yo se lo compré, qué imbécil, cuando le pasa
a algún paciente yo pienso qué imbécil, cómo no se dio cuenta si es obvio y yo
caí como un reverendo boludo, “de lo que pase en estas semanas depende mi
ascenso”, ¿su ascenso en qué?, ¿en su carrera de puta? Parala, Gus, no te lo
tomes así, dejala hablar, algo tendrá para decirte. No sabía que vos también
eras analista; ¿qué va a tener para decirme?, ¿qué el tipo coje mejor que yo?,
¿qué se hartó de estar conmigo?, ¿qué se hartó de los chicos?; es increíble, estuvo dejando sola a la nena,
las hormonas le lavaron el cerebro se restriega los ojos ¿y qué se supone que tengo que hacer yo?, ¿echarla
a patadas de casa?, ¿arrodillarme y pedirle que lo deje?; para qué mierda me lo
dijiste, me partiste en dos. Serenate, hermano, así no la podés enfrentar. Hoy
atiendo, para colmo, hasta las nueve no
paro. Cancelá. Gustavo lo mira, azorado. Qué culpa tienen mis pacientes. En el estado en que estás no creo que
les seas de mucha utilidad. Santiago llama al mozo. Se me hace tarde dice y saca la billetera. Gustavo lo frena. Te la debo dice y segundos después, sin
mirarlo, agrega gracias.
Gustavo empieza a caminar. Tú, no
podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor. Le duelen los pulmones. Quisiera arrancarse la
cabeza. Una mañana, un café y quince años volando por el aire. Recuerda la
charla de la semana pasada. El trabajo, el ascenso, la realización personal.
Jamás dudó de ella. Cómo pudo ser tan boludo. Se avergüenza de lo que ella debe
de haber pensado. Pobrecito, Gus, no
quiere darse cuenta. El estudiante brillante, la mano derecha de su padre, ahora el lúcido terapeuta. Eso había sido para
Cecilia. Eso había sido y ya nunca volverá a serlo. Un pelotudo convencible con
una sonrisa y un abrazo. Cecilia. La columna vertebral alrededor de la cual
construyó su vida. Ella siempre supo qué hacer. Cuándo tener los hijos, cuándo
casarse, cuándo mudarse, adónde ir de vacaciones, a qué colegio mandar a los
chicos, cuánto y cómo ahorrar. Impensable vivir sin ella. Tú me das la fuerza. Pone la llave en la cerradura. Antes de abrir
mira hacia arriba. Un techo de jacarandás. Aquel
paisaje donde vivo yo.
Se masajea el pecho. Tú, aire que
respiro. No cede la opresión. Se prepara un té. Con mucha azúcar. Para
amarga la vida, decía su abuela. Lo toma de pie. Qué se supone que tiene que
hacer. Escucha el portero eléctrico. Vuelca la mitad del té y enjuaga la taza. Santiago
tenía razón, no está en condiciones de ocuparse de otro. Que Freud lo
ayude.
muy bien narrado, me muero por saber cómo sigue!!
ResponderEliminarEs un momento muy importante en la novela... La vida de Gustavo se transforma en serio o puede ser un error, vamos a ver. ¡Se va a poner interesante!
ResponderEliminarTendrán que seguir leyendo...
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