Miércoles 29
Gustavo, en doble fila, observa a sus hijos entrar a la escuela. Todavía
no son las ocho. Dos horas para el curso. Ojalá pudiera regresar a su casa, a
su cama, taparse la cabeza con la frazada y volver a dormir. Desde luego, no lo
conseguiría. Conciliar el sueño se ha convertido en un problema. Los bocinazos
lo obligan a arrancar. ¿Hacia dónde? Pone primera.
Media hora después recorre con la vista las mesas hasta que descubre a su
amigo junto a la ventana. ¿Qué pasó? pregunta
Santiago sin darle tiempo a sentarse. No
me sacarás una palabra hasta que tome un café anuncia. Ya con la taza en la
mano informa Cecilia se fue ayer. ¿Cómo
que se fue? Ya te conté lo de Chile. Sí, pero no parecía inminente. Gustavo
deja la taza, ampara la frente entre los brazos acodados. La cosa se precipitó, no voy a entrar en detalles, se tuvo que ir por
una semana dice mientras duda del acierto de haberse encontrado con su
amigo, no es alivio lo que experimenta y cuando Santiago averigua ¿con él? la duda se transforma en
certeza. ¿Necesitás preguntármelo? dice
mirándolo con rabia y como Santiago solo se encoge de hombros, agrega sí, se fue con él pero en calidad de jefe,
porque ahora encima es su jefe, la puta que lo parió. Santiago se echa
atrás en su silla. Y vos la dejaste ir
dice. Es su trabajo; no le queda otra se
justifica mientras baja la vista y toma un sorbo de agua. ¿Pero vos sos pelotudo o te hacés? Gustavo piensa que sí, es un
pelotudo, es el rey de los pelotudos pero debe defenderse. Esto es muy complicado, San, por un lado está su relación con él y por
el otro el trabajo en sí, le ofrecieron una carrada de plata y un puesto de
mucha responsabilidad, Cecilia no está dispuesta a perderlo. ¿Y vos te creés
ese rollo? Gustavo se está impacientando, pésima la idea de provocar ese
café. Cabecea. Vos no entendés dice le habían ofrecido el puesto antes de que pasara
nada con él, es una oportunidad que parece que hace años estaba esperando. Santiago
no le da tregua ¿parece? Gustavo
sigue sintiendo que debe defenderse, qué absurdo, ¿de qué?, ¿de la opinión de
su amigo? Cecilia no solía hablarme de su
trabajo, sabés que es muy reservada. Santiago sonríe, despectivo, pero
cuando Gustavo está a punto de levantarse, le palmea el brazo y le pregunta viejo, ¿cómo estás? y la bronca de
Gustavo se pliega, se arruga como un papel rumbo al cesto. La noción de su
desvalimiento infinito, qué difícil ser confortado por un hombre. Mamá,
Cecilia, Martina, abrácenme reclama. Santiago aumenta la presión de su mano.
Gustavo siente la presión en los lagrimales pero por suerte logra controlarse. Estoy como puedo; creo que todavía no tome
conciencia de todo lo que se avecina. ¿Por qué?, ¿te dijo que lo del tipo va en
serio? Gustavo se restriega los ojos. Me
dijo que está enamorada, y que no está dispuesta a renunciar; que nos adora a
mí y a los chicos pero que esta vez se va a poner a ella misma en primer lugar.
Recién al escucharse tiene la cabal noción de que no hay vuelta atrás, no es
una pesadilla, aunque sí, sí que lo es. Despertame, amigo, piensa. ¿Y qué van hacer? lo estrella Santiago
en el presente justo cuando suena su celular. Voy para allá dice Gustavo. ¿Qué
pasó? pregunta su amigo. Me llamaron
del colegio, Martina vomitó.
Gustavo tira la mochila sobre el asiento delantero, se sienta y arranca. Ya
son casi las diez. ¿Adónde vamos? pregunta
Martina. A lo de la abuela, ya le avisé. Quedate
conmigo, papi, me duele mucho la panza. Él siente miedo, sí, miedo. Eso es toda la pizza que comiste anoche, te
avisé dice mirándola por el espejo retrovisor tengo curso y después consultorio le explica pero cuando registra la
carita compungida agrega si puedo paso un
ratito al mediodía mientras piensa que Cecilia no tiene derecho. En cuanto dobla por Monroe descubre a
su madre esperando en la vereda. Arrima el auto. La nena baja y se sumerge en brazos
de su abuela. ¿Qué le pasó a mi princesa?
Gomité la pizza. ¿Y tu mamá? ¡Está en Chile, se fue ayer! ¿¡En Chile!? Gustavo
siente que pierde pie. Se fue por el
trabajo explica a través de la ventanilla abierta. Su madre menea la cabeza y entra a la casa con la nena aferrada a
su cintura. La imagen perdura en la retina de Gustavo cuando pone primera.
Al salir del curso recupera su presente. Debo evitar los espacios
muertos, se dice. ¿Por qué cambió tiempo
por espacio y libre por muerto? Está llegando al consultorio cuando suena el
celular. Te estamos esperando, papi, la
abuela preparó pollito. Coman no más, se me hizo tarde. ¡Pollito y puré de
calabaza con lo que te gusta! Martina, no puedo hablar explica estoy manejando y corta. La cara mortificada
de la nena regresa a su retina. Mira el reloj. Tres cuartos de hora. Avanza
hasta la esquina y gira. Ruge su indignación contra Cecilia. No
se piensa en el verano cuando cae la nieve.
No debería haber comido tanto, se siente pesado. Pero es inútil negarse a
su madre. Estaciona a la vuelta y se dirige a Melián. Cuando llega al
departamento, Laura está en la entrada. Gustavo se siente incómodo, nunca se
encontró con un paciente fuera del consultorio. Ella, que entró primera al
ascensor, mientras aprieta el botón pregunta
señor, ¿usted también va al quinto? Él sonríe, súbitamente relajado. Cómo
le gusta su profesión.
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