miércoles, 11 de septiembre de 2013

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Miércoles 29
Gustavo, en doble fila, observa a sus hijos entrar a la escuela. Todavía no son las ocho. Dos horas para el curso. Ojalá pudiera regresar a su casa, a su cama, taparse la cabeza con la frazada y volver a dormir. Desde luego, no lo conseguiría. Conciliar el sueño se ha convertido en un problema. Los bocinazos lo obligan a arrancar. ¿Hacia dónde? Pone primera.

Media hora después recorre con la vista las mesas hasta que descubre a su amigo junto a la ventana. ¿Qué pasó? pregunta Santiago sin darle tiempo a sentarse. No me sacarás una palabra hasta que tome un café anuncia. Ya con la taza en la mano informa Cecilia se fue ayer. ¿Cómo que se fue? Ya te conté lo de Chile. Sí, pero no parecía inminente. Gustavo deja la taza, ampara la frente entre los brazos acodados. La cosa se precipitó, no voy a entrar en detalles, se tuvo que ir por una semana dice mientras duda del acierto de haberse encontrado con su amigo, no es alivio lo que experimenta y cuando Santiago averigua ¿con él? la duda se transforma en certeza. ¿Necesitás preguntármelo? dice mirándolo con rabia y como Santiago solo se encoge de hombros, agrega sí, se fue con él pero en calidad de jefe, porque ahora encima es su jefe, la puta que lo parió. Santiago se echa atrás en su silla. Y vos la dejaste ir dice. Es su trabajo; no le queda otra se justifica mientras baja la vista y toma un sorbo de agua. ¿Pero vos sos pelotudo o te hacés? Gustavo piensa que sí, es un pelotudo, es el rey de los pelotudos pero debe defenderse. Esto es muy complicado, San, por un lado está su relación con él y por el otro el trabajo en sí, le ofrecieron una carrada de plata y un puesto de mucha responsabilidad, Cecilia no está dispuesta a perderlo. ¿Y vos te creés ese rollo? Gustavo se está impacientando, pésima la idea de provocar ese café. Cabecea. Vos no entendés dice le habían ofrecido el puesto antes de que pasara nada con él, es una oportunidad que parece que hace años estaba esperando. Santiago no le da tregua ¿parece? Gustavo sigue sintiendo que debe defenderse, qué absurdo, ¿de qué?, ¿de la opinión de su amigo? Cecilia no solía hablarme de su trabajo, sabés que es muy reservada. Santiago sonríe, despectivo, pero cuando Gustavo está a punto de levantarse, le palmea el brazo y le pregunta viejo, ¿cómo estás? y la bronca de Gustavo se pliega, se arruga como un papel rumbo al cesto. La noción de su desvalimiento infinito, qué difícil ser confortado por un hombre. Mamá, Cecilia, Martina, abrácenme reclama. Santiago aumenta la presión de su mano. Gustavo siente la presión en los lagrimales pero por suerte logra controlarse. Estoy como puedo; creo que todavía no tome conciencia de todo lo que se avecina. ¿Por qué?, ¿te dijo que lo del tipo va en serio? Gustavo se restriega los ojos. Me dijo que está enamorada, y que no está dispuesta a renunciar; que nos adora a mí y a los chicos pero que esta vez se va a poner a ella misma en primer lugar. Recién al escucharse tiene la cabal noción de que no hay vuelta atrás, no es una pesadilla, aunque sí, sí que lo es. Despertame, amigo, piensa. ¿Y qué van hacer? lo estrella Santiago en el presente justo cuando suena su celular. Voy para allá dice Gustavo. ¿Qué pasó? pregunta su amigo. Me llamaron del colegio, Martina vomitó.

Gustavo tira la mochila sobre el asiento delantero, se sienta y arranca. Ya son casi las diez. ¿Adónde vamos? pregunta Martina. A lo de la abuela, ya le avisé. Quedate conmigo, papi, me duele mucho la panza. Él siente miedo, sí, miedo. Eso es toda la pizza que comiste anoche, te avisé dice mirándola por el espejo retrovisor tengo curso y después consultorio le explica pero cuando registra la carita compungida agrega si puedo paso un ratito al mediodía mientras piensa que Cecilia no tiene derecho. En cuanto dobla por Monroe descubre a su madre esperando en la vereda. Arrima el auto. La nena baja y se sumerge en brazos de su abuela. ¿Qué le pasó a mi princesa? Gomité la pizza. ¿Y tu mamá? ¡Está en Chile, se fue ayer! ¿¡En Chile!? Gustavo siente que pierde pie. Se fue por el trabajo explica a través de la ventanilla abierta. Su madre menea la cabeza y entra a la casa con la nena aferrada a su cintura. La imagen perdura en la retina de Gustavo cuando pone primera.

Al salir del curso recupera su presente. Debo evitar los espacios muertos, se dice.  ¿Por qué cambió tiempo por espacio y libre por muerto? Está llegando al consultorio cuando suena el celular. Te estamos esperando, papi, la abuela preparó pollito. Coman no más, se me hizo tarde. ¡Pollito y puré de calabaza con lo que te gusta! Martina, no puedo hablar explica estoy manejando y corta. La cara mortificada de la nena regresa a su retina. Mira el reloj. Tres cuartos de hora. Avanza hasta la esquina y gira. Ruge su indignación contra Cecilia. No se piensa en el verano cuando cae la nieve.


No debería haber comido tanto, se siente pesado. Pero es inútil negarse a su madre. Estaciona a la vuelta y se dirige a Melián. Cuando llega al departamento, Laura está en la entrada. Gustavo se siente incómodo, nunca se encontró con un paciente fuera del consultorio. Ella, que entró primera al ascensor, mientras aprieta el botón pregunta señor, ¿usted también va al quinto? Él sonríe, súbitamente relajado. Cómo le gusta su profesión.

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