viernes, 6 de septiembre de 2013

29

Raúl comenta me salió un laburito. Describe con entusiasmo la próxima refacción del baño de un local. Gustavo lo escucha, en silencio. Sin embargo, en cuanto Raúl calla, le propone hablame de tu padre. Veo que tenés la idea fija. Se reacomoda, se toca la barba. Mi viejo me destruyó, eso sí, con la mejor de las intenciones. ¿Cómo es eso? Desde chiquito su objetivo fue convertirme en su sucesor, pobre, no tuvo suerte con su primogénito; me hice echar de todos los colegios bilingües a los que me mandó; terminé el secundario a los ponchazos en un estatal; el drama fue cuando comencé a militar en Montoneros, imagínate, casi le agarra el ataque, primero ideológicamente y luego, claro, por temor, quería, a toda costa, que me fuera a estudiar a Estados Unidos, pero yo estaba  muy comprometido, ¿te la hago corta?, un día vino la cana a buscarme, destruyeron mi cuarto, buscaban papeles, pero por supuesto yo en casa, no tenía nada; volví a la noche, en esa época no había celulares, mi vieja estaba al borde de un infarto;  me asusté, la puta madre cómo me asuste;  papá me esperaba con el pasaje comprado;  al día siguiente salí para Miami, allí vivía un tío;  yo tenía diecinueve años, le avisé a mi contacto, a mi novia que también militaba y huí como una rata; me quedé hasta que subió Alfonsín; ni bien volví la conocí a Lisa y empecé arquitectura, todos contentos; ¿qué te parece la historia? concluye.  Gustavo reflexiona unos segundos y luego señala creo que tu militancia no comenzó con Montoneros. No te sigo dice Raúl. Militaste contra tu padre desde la infancia. Raúl arquea las cejas, se tironea de la barba. De todos modos continúa Gustavo en el episodio puntual que acabás de referirme, no me doy cuenta cuál es el motivo para tamaño rencor.  Raúl sonríe, amargo.  Excluí un detalle. Bebe agua. Te escucho. Lo de la cana fue trucho, lo fraguó mi viejo. ¿Cómo te enteraste? Él mismo me lo dijo, nunca olvidaré esa tarde, se reía, como si festejara un chiste, me cagó la vida y se reía; el valiente exilado transformado en el pelotudito de papá, ni a Lisa se lo conté. Se incorpora. ¿Puedo ir al baño? pregunta. Gustavo asiente. Inspira y exhala. Trata de relajarse. Demasiado para hoy. Cuando regresa, Raúl comenta me querés creer que los azulejos del baño son los mismos que acabo de comprar para el local. Licencia para el rey de Textilandia, piensa Gustavo, aliviado, mientras lo escucha hablar de albañiles y contratistas.


Gustavo se acerca al teléfono. Comienza a  marcar pero se arrepiente. Qué decirle. Se va quemando el día sin que logre discernir cuál deberá ser su actitud. Por primera vez piensa en los chicos. Se sorprende: se había olvidado de los chicos. Su decisión los involucrará. Su propia relación con sus hijos se involucrará.  Está aturdido. No pensó en ellos. Indicador de que mal está posicionado en la realidad. Son chicos todavía. Nacho entrando en una edad difícil. Siempre tan pegado a su mamá. Como un bloque. Nunca consiguió conectarse con él. Con Martina desde el principio fue otra cosa. ¿Cuestión de piel? No pensó en sus hijos. No es solo cuestión de dignidad, es la vida misma. Va al baño. Orina. Se lava las manos. Se mira en el espejo. Ese es él después del cisma. Le sorprende que no le haya cambiado la cara.

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