En cuanto la ve, Gustavo recuerda la propuesta de la sesión anterior.
Pero él, hoy, no tiene fuerzas. Va a abandonarse a la grata modorra que le
producen sus palabras. Como un bálsamo. Una mano fresca en la frente afiebrada.
Ya sentados, Gustavo la mira, sonriendo. Estuve
pensando en lo que me dijo comenza ella. Él quisiera pedirle que le cuente
de la editorial, de Luis, de las hijas, del arroz con pollo pero, disciplinado,
le pregunta ¿y a qué conclusión llegó? Estoy avergonzada. La sorpresa de
Gustavo es franca. ¿Avergonzada? Hace
meses que estoy aquí, hace meses que pago por venir aquí y le hablo de
cualquier cosa menos de lo que de veras me preocupa recién ahora lo mira ¿cómo se dio cuenta de que el problema era
con mi hijo? Gustavo está desconcertado. Hasta que recuerda su pregunta
final de la sesión anterior. Sonríe. Ya
le dije en una oportunidad que a usted todo se le nota. Ella se afloja. Él
se oprime la boca del estómago. No sé por
dónde empezar dice ella.. Él abre
ambos brazos, las palmas hacia arriba. Por
donde prefiera. Laura se estruja las manos, se muerde las uñas. Nunca la
vio así. Mi hijo no quiere verme, le juro
que no sé por qué. Gustavo siente los poros abiertos. Cuánto más fácil es
entender el dolor del otro cuando uno también está sufriendo. ¿Podría hablarme sobre Federico? pide. Gustavo la escucha. Pese a la
angustia que no amaina, está totalmente concentrado. El bebé llorón, el escolar
brillante pero vago, el hijo rebelde, el hermano peleador. Solo era dulce conmigo. Laura sonríe, se le ablanda la cara, piensa
él. Amo a mis dos hijas pero él siempre
fue especial para mí; recuerdo el parto, cuando me dijeron que era varón sentí
un orgullo profundo, visceral, un bebé hermoso, además; mi madre me decía:
“este chico te va a dar muchas satisfacciones” se echa el cabello hacia atrás todavía las estoy esperando. Laura, luego, calla. Gustavo le ofrece agua.
Ambos beben. Entró en el Nacional Buenos
Aires, el tercer promedio, un año bien, luego un desastre, hubo que cambiarlo
de colegio, repitió, terminó el secundario a los tumbos, no quiso seguir
estudiando, después se metió en drogas, salió, empezó a arreglar computadoras,
porque siempre desarmó cuanto tuvo por delante, tiene muchísimo trabajo, parece.
¿Parece? Sé lo que me cuentan Luis y las chicas, hace seis meses que no lo veo.
Se suena la nariz y luego lo mira de frente. Estoy desesperada dice ya no
sé qué hacer; probé de todas las maneras,
personalmente, por carta, por mail; no me responde, ni una palabra me responde.
¿Por qué nunca me lo contó? Ella le sostiene la mirada. No sé dice pero ahora estoy aliviada. Gustavo descubre que por un largo rato
no pensó en Cecilia. Laura, no se vaya, quisiera pedirle. ¿A qué adjudica el alejamiento de Federico? Ella se queda pensando;
cruza y descruza las piernas. No lo sé…
bah, siempre me echó en cara que le estuve muy encima. ¿Hubo algún episodio
puntual antes de este alejamiento? No, que yo recuerde, el último día que lo vi
comentó que había dejado el curso de hardware que estaba haciendo. ¿Usted se lo
reprochó? No hace falta, él sabe muy bien lo que pienso. Gustavo
reflexiona. ¿La madre introyectada funcionando de superyó? ¿Cómo se siente usted cuando considera que actuó mal? intenta. Horrible, soy muy exigente conmigo misma; no
sabe lo mal que me quedé el miércoles pasado, hasta pensé en no volver; yo lo
estaba engañando ríe ¡y encima usted
me descubrió! De a poco se le va borrando la sonrisa. ¿Por qué me hizo esa pregunta? Inquiere. Lo charlamos la próxima dice Gustavo levantándose. Aquí estaré informa ella.
Gustavo se apoya contra la puerta cerrada. En un instante se agudiza su
dolor. La nítida conciencia de lo irreparable. Independientemente de lo que en
adelante suceda, nada será igual. Cecilia
me engañó dice en voz alta porque precisa escucharse para convencerse. Algo
le oprime los pulmones, dificultándole la respiración. Las pesas de Camilo.
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