lunes, 30 de septiembre de 2013

44

Lo que nunca María Inés llega quince minutos tarde. Se sienta, se desabrocha un par de botones de la blusa y sin dar ningún tipo de explicaciones sobre su tardanza,  comienza a hablar de su trabajo. Gustavo solo la escucha. Atención flotante. Después de un largo rato le cuesta concentrarse. La imagen de Cecilia aparece. Se clava las uñas en la palma de la mano y  logra espantarla. Ante una pausa de ella él pregunta ¿por qué te decidiste a diseñar ropa?  Ella lo mira, sorprendida.  Siempre supe que la ropa era lo mío; me hubiera gustado tanto ser modelo. ¿Qué te lo impidió? María Inés cabecea  creo que mis padres se hubieran suicidado, ya bastante tuvieron con que  no fuera abogada como toda la familia. ¿Te casaste con un abogado para compensar?  Ella sonríe.  Papá lo ama a Gerardo, fue profesor suyo. ¿Qué te gustaba de ser modelo?Qué sé yo, llevar ropa linda, supongo.  ¿Qué te miraran? No te entiendo dice ella, reacomodándose. El otro día comentaste que en la fiesta sentiste la mirada de todos los hombres y no parecía molestarte, todo lo contrario. A qué nena no le gusta que la miren. Gustavo percibe que se agudizan sus sentidos. Pero vos ya no sos una nena. A qué mujer, perdón se corrige ella mientras se abotona de nuevo la blusa me olvidé el reloj, ¿es la hora? pregunta.  María Inés está por subir al ascensor  cuando comenta qué raro, hoy no me hacés la pregunta del estribo. ¿Del estribo? Te creía más criollo ella sonríe, encantadora la pregunta final, Gustavo, la de la despedida.

Gustavo busca la ficha de María Inés y transcribe la sesión con sumo cuidado. ¿Una nena mirada? apunta. Siente que encontró algo importante, podría jurarlo. Revisa, ahora, la ficha de Raúl. Acuerda con él, la intervención  con respecto a su sexualidad fue burda y precipitada, qué raro que Ana María no se lo haya marcado. Le di lástima, decide.

viernes, 27 de septiembre de 2013

43

Hace rato que Camilo está hablando del colegio cuando  intempestivamente dice anoche tuve un sueño raro. ¿Me lo contás? propone Gustavo.  Es que mucho no me acuerdo. Sin embargo considerás que fue raro, ¿por qué? Yo estaba adentro de un envase y me caía arena en la cabeza; cada tanto alguien daba vuelta el envase pero yo quedaba de nuevo con la cabeza para arriba y me seguía cayendo la arena. La sangre de Gustavo cobra otro ritmo, sus neuronas en frenética sinapsis. ¿Te gustaba estar allí? pregunta. No, era horrible; me quería escapar pero no podía porque el envase me sujetaba. Contame más del envase pide. Era transparente  y alto como yo; ancho en la cabeza y en los pies pero apretado en la panza. Cuánta razón tenía Ana María  ¿El envase se parecía a algún objeto que vos conozcas? El chico niega con la cabeza. Pensemos juntos: transparente, como dos embudos invertidos, con arena que va cayendo de a poquito.  Camilo se queda unos segundo pensando y luego arriesga ¿un reloj de arena? Gustavo solo levanta las cejas. Yo tengo uno para jugar al Scrabel  informa Camilo. ¿Con quién jugás al Scrabel? Con mi papá, casi siempre me gana. ¿Qué te parece que podría representar el reloj de arena? ¿El tiempo? contesta el chico. Cerrá los ojos pide Gustavo  trata de ver quién está dando vueltas el reloj. No hace falta dice Camilo con los ojos muy abiertos ya sé quién lo daba vueltas. ¿Quién? Un hombre sin cara. Gustavo toma un vaso de agua con parsimonia. ¿Te acordás de lo que charlamos la sesión pasada? pregunta luego. Claro  contesta el chico. Me parece que te preocupa mucho saber por qué llegó tarde tu papá, tal vez sería bueno que se lo preguntaras. Camilo lo mira en silencio. Silencio que varios minutos después es roto por el portero eléctrico. El chico, instintivamente mira la hora. Está esperando el ascensor cuando dice a lo mejor cuando sea grande voy a ser sicólogo. 

Estoy contento, se dice Gustavo y después se dice que está loco. Su vida está astillándose y, por unos minutos, se sintió contento. La aguda necesidad de creer que sirve para algo. Porque Camilo no forma parte de su vida. Recuerda, entonces, que ya hace rato que Nacho debería haber llegado. Va a llamar a su casa cuando repara en que Cecilia ya regresó. Problema de ella. Pensarla le arrebata la satisfacción alcanzada. A ella, evidentemente, ya no le sirve.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

42

Laura se ubica, abre la cartera. ¿Me va a pagar ahora? , piensa Gustavo, extrañado. Hice los deberes dice ella y le tiende un papel. Él contempla un cuadro a doble entrada. Una columna para cada uno de sus tres hijos, diez filas evaluando distintas áreas, comenzando por ¨salud¨. En cada intersección, signos más o signos menos. Nunca se pierde la formación científica  comenta  él, sonriendo. Observa con atención la multitud de casilleros, ¿quién dijo que los afectos no pueden mensurarse? Es interesante  dice el orden de sus apreciaciones.  Así fueron apareciendo en mi cabeza  parece disculparse ella.  Claro acota él porque si hubiera menos en la  fila de salud, todos los problemas de los que estamos hablando carecerían de sentido. Ni imaginarlo dice ella con énfasis.  ¿De cuáles de los ítems se considera responsable?  pregunta él devolviéndole el papel. Ella lo toma y lo observa con atención. De su salud  ya no me ocupo. ¿Habrá influido en la buena salud de sus hijos  el embarazo, la lactancia, las vacunas, el pediatra? Los tres tienen excelente dentadura, además agrega ella y luego sonríe  topicaciones de fluor, sellado de las muelas, ortodoncia.  ¿Seguimos? propone él. Belleza lee ella y acota supongamos que eso sí viene de los genes, mi marido es particularmente buenmozo. ¿Nada de usted? Las chicas tienen buen cuerpo parece disculparse ella, mirando el piso. Ahora viene la pareja, ¿no? recuerda él. dice ella los tres tienen buenas parejas. ¿Alguna relación con sus treinta años de casados? Ella hace una mueca descalificativa y deja el papel sobre la mesita diciendo esto no tiene ningún sentido. Él lo recoge y reobserva la lista. Concentrémonos en las apreciaciones negativas, ¿no está satisfecha de los estudios de sus hijas? Sí responde ella ¿les puse menos? Un más y un menos contesta él. Porque no son universitarias.  Él sonríe ¿los estudios solo califican si son universitarios? Siempre supuse que mis tres hijos iban a ser profesionales. Gustavo luego de una pausa pregunta ¿qué estudiaron sus hijas? La mayor Educación Física, la otra es maestra jardinera. Él aclara, sonriendo o sea que hicieron el Profesorado de Educación Física y el Profesorado de Educación Inicial. Sí, claro. Cuatro años de carrera, ambos. Veo que está bien informado. ¿Y eso merece un más o menos? Ella se encoge de hombros.  Hay otro punto que me llama la atención dice Gustavo luego de una pausa. Ella lo mira. Más allá de los dos menos que le adjudica a su relación con su hijo, de la cual ya hemos hablado, la que tiene con María merece solo un más o menos. Es que ella a veces me trata mal, se impacienta conmigo. ¿Será porque usted no es muy deportista? Gustavo, no se ría de mí pide Laura.  ¿Con la menor se lleva mejor porque a ella, como a usted,  le encantan los niños? Será una buena madre vaticina ella. ¿Mejor que usted? A lo mejor consigue que los hijos le salgan médicos dice ella y ríe. A lo mejor no le interesa que sus hijos sean médicos  la corrige él y al instante los ojos de Laura se llenan de lágrimas.  ¿Seguimos la próxima? propone él. Ella se seca las mejillas con el dorso de la mano y se incorpora.


Cuando cierra la puerta tras Laura, el recuerdo del desayuno aterriza, brutal, en su abdomen.  La odio dice Gustavo en voz alta aunque sabe que no es cierto. Deja que pase un momento y volveremos a querernos. Tú.

martes, 24 de septiembre de 2013

41

SETIEMBRE

Miércoles 5

Gus, despertate, ¿qué te pasa? la voz de Cecilia filtrándose en su pesadilla justo cuando la puerta del avión se abre y la azafata intenta empujarlo hacia el vacío. Gustavo se sienta en la cama, se restriega los ojos. ¿Estás bien? pregunta ella sentada a su lado y ante su gesto de asentimiento agrega vaya que gritabas. Él la mira, está a medio vestir.  ¿Qué hora es?  pregunta.  Siete y media, llevo los chicos al colegio y vuelvo; esperame y desayunamos juntos. Todo fue un mal sueño, se dice él, aliviado, hasta que la valija junto a la cómoda le demuestra su error. En un instante revive la breve charla a la madrugada. El regreso de Cecilia solo confirma que se fue. La pesadilla continúa.

Gustavo va al baño. Se ducha, se afeita, se lava los dientes. Se perfuma. Elige con cuidado la camisa y el pantalón. Enciende el televisor para ver la sensación térmica.  Sensación térmica. Su yo está a medias helado, a medias hirviendo. Te espero en Van Gogh  escribe en su celular. OK contesta Cecilia. OK.

Gustavo busca una mesa apartada y se sienta. Hojea el diario pero no pasa de la segunda página. Cuántas veces se habrán encontrado en esa misma mesa. Casi siempre los dos; los cuatro algún domingo de churros y chocolate. El estómago le hace ruido. Qué absurdo, ruge de vacío pero  él no detecta el hambre. Levanta la vista justo cuando ella está entrando. El cabello rubio alborotado, el paso elástico, la boca entreabierta, las mejillas sonrosadas. Derrama vida a su paso. Es hermosa, piensa. La perdimos. La perdí, se corrige. Los ojos de Cecilia recorren las mesas. Sonríe cuando lo descubre. Sonriendo se sienta frente a él.  Tardé porque Nacho se olvidó una carpeta y tuve que alcanzársela.  ¿Qué tomás? pregunta él.   Lo de siempre  dice ella y a él le duele.  Dos cafés con leche  le indica al mozo dos medialunas de grasa y dos de manteca, bien blanquitas. Ella se saca el abrigo y lo acomoda sobre el respaldo.  Está lindo aquí.  Quedan un largo rato mirándose. ¿Cómo te fue? rompe Gustavo el silencio.  Ya te conté anoche, conseguimos unas oficinas espectaculares en pleno centro, calculo que en quince días estará listo para arrancar.  Ella hace lugar para la taza que deposita el mozo. Toma un trago. Qué bueno, el café en Santiago es imposible. Él sigue mirándola y ella sigue sonriendo, mordisqueando una medialuna. Cómo te fue con él, te pregunto. Ella baja al mismo tiempo la mirada y la factura.  No quiero hacerte daño dice. No lo parece.  Cecilia, entonces,  lo mira.  Es como tener de nuevo veinte años, me había olvidado de como era sentir.  Gustavo intenta descubrir su error. ¿Por qué dejaste de quererme? Gus, yo te quiero, no pasa por ahí  dice ella y alarga la mano para tomar la mano que él retira.  ¿Por dónde pasa entonces?  Ella cruza los dedos, juega con los pulgares. Estoy ahogada, no me había dado cuenta de que hace catorce años que estoy asfixiada. Gustavo cierra los ojos, maravillado de que su dolor pueda seguir creciendo. ¿Hasta cuándo, hasta dónde? No me entiendas mal  continúa ella amo a los chicos con locura pero me perdí por ellos.  Él abre los ojos y los fija en ella. Sí, es cierto, no puedo entenderte. Por quererlos a los tres me dejé en el camino. Y ahora te encontraste. Sí confirma ella creo que sí. ¿En dónde te encontraste?, ¿en el trabajo o en la cama?  Ella aprieta los párpados un instante, sacude la cabeza.  No sé cómo explicártelo, hace años que una parte mía fue amputada, vos sabés cómo era yo,  amaba estudiar, estaba comprometida políticamente, estaba loca por vos;  todo se fue licuando, yo me fui licuando; cuando volví a trabajar creí que mejoraría pero empeoró, al menos como madre o cocinera era creativa; ¿sabés lo que fue por años atender el teléfono durante horas como un robot?  La furia de Gustavo asciende desde su abdomen. ¿Sabés lo que es aguantar durante catorce años a mi viejo?, esto parece una broma porque la culpa la tuviste vos, vos te cercenaste y a mí me mandaste a la boca del lobo; pero mirá, tenemos un linda casa, un buen coche, veranemos todos los años, gracias a tu servilismo y al mío  se interrumpe de pronto iluminado ¿qué tiene que ver todo esto con mi consultorio? Ella se queda en silencio y luego dice no lo había pensado pero quizás todo se desencadenó cuando te vi tan feliz de ejercer tu profesión. Gustavo toma su café. Se enfrió, piensa. Te dio envidia dice, la taza en alto. No, no diría eso, me demostró que no era demasiado tarde. Gustavo mira, con disimulo, el reloj de pared.  En quince minutos me tengo que ir al curso y todavía no hablamos de cómo sigue esto. Así sos vos dice ella se está jugando tu matrimonio pero solo pensás en tu curso; tenés razón yo tampoco debo postergar mi trabajo, ya estoy una hora demorada, pero no importa, ¿no?, postergarlo forma parte de mi papel en esta obra; a la noche la seguimos, si es que tus pacientes no te dejan muy agotado. Cuando Cecilia se levanta la mente de Gustavo queda en blanco. Cinco minutos después llama al mozo. Al incorporarse observa sobre la mesa tres medialunas intactas y una mordisqueada.


Mientras el profesor discurre sobre como elaborar un genograma Gustavo piensa que  su mujer estuvo una semana en Chile con su amante y, sin embargo, lo inviste con la culpa. Qué inteligente es, determina, llevó todo al plano profesional cuando lo que está en cuestión es nuestro vínculo matrimonial. Vínculo matrimonial, qué lugar común. Está en juego la pareja, la familia, los chicos, la vida. El profesor le hace una pregunta. Perdón pide estaba distraído. Parece  que la culpa sigue siendo  suya.

lunes, 23 de septiembre de 2013

40

Desde el palier lo asalta el aroma del vacío al horno. Con papas, podría jurarlo. El olor de su mamá.  Pan para el peregrino. Toca el timbre. ¡Abu, llegó papi! grita la nena.

Un ratito más, pa pide Nacho mirando la tele en el dormitorio  enseguida termina. A Gustavo no le queda más remedio que acceder al café que le ofrece su madre, pie del demorado interrogatorio del que lo defendía la presencia de sus hijos. ¿Qué pasó con Cecilia?  lo inicia su madre ni bien apoya la bandeja. Se fue a Chile. Sí, ya sé, pero por qué. Por el trabajo. ¿Y cómo es eso?  insiste mientras le llena la taza.  Van a abrir una filial en Santiago, fueron a alquilar las oficinas. ¿Va a trabajar allí? Por unos meses, pero no todavía, regresa el martes. ¿Y me lo decís así? ¿Y cómo querés que te lo diga, mamá?, ¿en inglés? Te conozco bien,  algo está pasando; ¿vos no querías que se fuera?, Marti me dijo que los escuchó discutir. Él empuja la taza con rabia. Lo único que falta es que le sonsaques información a la criatura se levanta ¡chicos!, vamos grita mañana hay que madrugar.  Su madre menea la cabeza vos siempre igual, no sé de qué te sirve tanta sicología si sos incapaz de confiar en tu propia madre. Diez minutos después, chicos y mochilas preparadas, Gustavo se despide de su madre. Traémelos cuando quieras ofrece ella o si te viene mejor me acerco yo. Gracias, mamá dice Gustavo, todavía fastidiado. Está por entrar al ascensor  cuando regresa y la abraza. La madre, como quien intenta dormir a un niño, lo palmea en la espalda.


El contestador titila. ¡Es mami! dice Martina qué lástima que la perdimos. Gustavo siente un tirón detrás de las rodillas. Media  hora después sale del baño y recorre la casa solo iluminada por la luz del pasillo. Los chicos duermen. Lacán, arrebujado en el felpudo de la cocina, levanta la cabeza cuando lo ve entrar, pero luego regresa a su sueño.  Gustavo entra al dormitorio. Apaga la luz y se acuesta, de su lado. Luego rueda hacia el centro, estira brazos y piernas. Ay, mi amor, sin ti mi cama es ancha.



viernes, 20 de septiembre de 2013

39


Estoy pensando en dejar a mis pacientes inicia Gustavo el encuentro. Ana María sonríe, siempre sonríe.  ¿Qué pasó con Cecilia? inquiere ella. Se fue a Chile por una semana, pero no quiero hablar de eso. Ella abre las manos que tenía entrelazadas. Solo quería verificar si la decisión de abandonar a sus pacientes se relaciona con el hecho de haber sido usted mismo abandonado. Él resopla. Su discurso me confirma que estoy harto de las interpretaciones propias y ajenas; no sirvo para esto, tampoco para esto. ¿Tampoco? Hoy siento que no sirvo para nada, como marido, obvio, y como terapeuta soy un elefante en una cristalería. Ana María lanza una carcajada.  Él siente que algo se le afloja. Se reacomoda en el sillón. Por qué no me cuenta su día de consultorio. Él le va relatando lo acontecido, más y más avergonzado a medida que describe su impericia. Ella lo escucha sin intervenir ni una vez, en absoluto silencio. Veamos, veamos dice cuando él, al fin, calla. Hoy ha logrado que una madre confiese que no está orgullosa de sus hijos, cosa que no es de poca monta; ha conseguido que Camilo manifieste que considera a su padre culpable del accidente; el hijo de Daniela no estaría en tratamiento si ella no hubiera comenzado la terapia con usted; Raúl ha admitido que su sexualidad está ligada a su padre; con respecto a María Inés su tarea ha sido la de un detective, quizás haya descubierto al dueño de la A; yo diría que no ha sido una jornada nada mala para, como se califica usted a sí mismo, un principiante.


Como al peregrino al que le ofrecen una gota de agua las palabras de Ana María han cauterizado las llagas producidas durante el peregrinaje, mas no la lesión que lo había conducido a buscar la ayuda. Salir del consultorio es que la imagen de Cecilia lo golpee como el viento que se ha desatado mientras él estaba bajo cubierto. Reparado, así se sintió. Qué si le pregunta a Ana María si lo puede cobijar un rato más. Se ajusta el cuello de la campera, mete las manos en los bolsillos y camina hacia el auto. Recuerda el mail de Cecilia y apaga el celular. 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

38

Hace rato que Daniela describe con detalle la entrevista con Álvarez Campos. La infinita cantidad de pruebas que le hicieron al nene. Estuvimos más de cuatro horas con distintos profesionales;  ya nos trazó un plan de acción: psicólogo, fonoaudióloga, psicopedagoga informa. Tiene un equipo excelente acota él.  Sí, ya me lo dijo parece molesta ojalá pudiéramos atenderlo con él. ¿De qué depende? Daniela lo mira. De la plata, por supuesto mira el piso la entrevista la pagaron mis viejos. Él lo evalúa y luego dice hay un recurso. Daniela gira la cabeza. ¿Cuál? Él sabe lo que va a provocar pero debe decirlo. Por el tratamiento de ella, además. El certificado de discapacidad. Ella lo mira. Como un perro apaleado, lo lamenta él. Ariel no va a querer dice luego de un rato. ¿Y vos sí?  Es que Lucas no es discapacitado  busca en su billetera, saca una foto y se la entrega.  Mírelo. La carita redonda, un flequillo espeso y oscuro, los ojos transparentes de tan claros. Qué lindo chico comenta. Él quisiera decirle que con esa cara no puede ser un caso grave, que lo detectaron a tiempo, que lo van a poder curar. ¿Les confirmó el diagnóstico? pregunta. Ella guarda la foto, asiente con la cabeza y lo mira.  Los ojos de Lacán. ¿Cuál? Para qué me pregunta si ya lo sabe. Para que te escuches dice con infinita pena. Vengo para sentirme mejor no para que me torture y ni siquiera parece enojada. Gustavo sí que está enojado, decididamente no sirve para esto. Quedan en silencio. Largo, denso. ¿Pudiste solucionar el  horario del trabajo? pregunta al cabo Gustavo.


Apoya la espalda en la puerta que acaba de cerrar. No recuerda haberse sentido tan mal en toda su vida. Con Cecilia, con su profesión, con su analista enfermo, con su padre. Malditas las ganas que tiene de ir a lo de Ana María. Recordar que luego lo esperan los chicos en lo de su madre, termina de agobiarlo. Quizás la infidelidad de Cecilia resulte liberadora. Que se quede con todo, hijos incluidos. No está capacitado para hacerse cargo de nadie. Vuelve a aparecer la imagen de una isla tropical. Total ella ganará tanto que a los chicos no les va a faltar nada. 

37

Esta mina raja la tierra comenta Raúl mientras se sienta. Segundos después comienza a hablar de la obra. Se lo ve contento, piensa Gustavo. Nunca te vi tan entusiasmado le comenta en cuanto Raúl hace una pausa. Sí, la maldición bíblica no es tal. No te entiendo. Raúl sonríe, con sorna califica él y responde ganarse el pan con el sudor de la frente nos beneficia más de lo que nos perjudica se atusa la barba rojiza ¿sabés lo que me tiene mejor? busca la mirada de Gustavo  es una de las pocas veces en la vida en que el laburo no viene a través de mi viejo, o de alguna de sus infinitas relaciones. ¿Cómo está Lisa?  Los ojos de Raúl cobran brillo. Hecha una seda, ya te dije, Lisa es una puta. Gustavo se toma unos minutos, reflexiona antes de decir  vos le adjudicás el cambio exclusivamente a ella, quizá tu propia sexualidad esté ligada a la posibilidad de sentirte un hombre más allá de la cama; tal vez tu sexualidad se vea inhibida por la dependencia de tu padre. El rostro de Raúl se endurece. ¿Creés que me estás ayudando con la brutalidad que acabás de decir? Él acusa recibo, se equivocó, su intervención fue precipitada. Ana María lo alertó varias veces, descubrir la causa de un conflicto no habilita a un terapeuta a explicitarlo hasta que no llegue el momento propicio. Se sirve agua. Si mi comentario es tan absurdo no veo el motivo de que te altere tanto. No me altera, me da bronca que un título te habilite para decir lo primera boludez que te pasa por la cabeza. Gustavo entierra la mirada en el piso, quisiera como el ministro de economía decir: me quiero ir. Bastante con que su esposa esté revolcándose en Chile con el amante para tener que soportar el castigo adicional de un paciente cuya transferencia le resulta tan hostil. Quizá debiera interrumpir el tratamiento, lo consultará con Ana María. Quizá debiera abandonar la profesión, no sirve para esto. ¿Trabajar en la fábrica con su padre para siempre? Cuando levanta la vista se choca con los ojos de Raúl sobre él. La autoestima de Gustavo se precipita al escuchar ¿sabés una cosa?, mejor me voy. Gustavo se incorpora, en silencio, al ver que Raúl se para. Antes de subir al ascensor, mientras Gustavo piensa que, pese a todo, es un alivio haber perdido a este paciente, Raúl comenta otro día te cuento.


Gustavo se tira en el diván. Se tapa la cara con las manos. No puede más. Todo le sale mal. Tampoco es tan ingenuo como para suponer que es una es cuestión del destino. Él es el que está lleno de agujeros.  ¿Por qué no irse? Hawai, París, Cuba. Tiene ahorros. Podría vender el auto, además. Unos cuantos meses lejos de todo y de todos. Quizás lograra reconstruirse. Empezar de cero en otro lugar. Mira el reloj. ¿Habrá terminado Nacho su entrenamiento? Andá para lo de la abuela escribe en su celular Marti está allá, los busco a las 9. Pobrecito Lacán, todo el día solo. ¿Habrá hecho pis?

martes, 17 de septiembre de 2013

36

Mientras la precede Gustavo recuerda su pregunta de cierre. Se ubica y le sonríe. María Inés, calzas negras, suéter largo rojo, se sienta sobre las piernas flexionadas. Se toma con una mano la punta de las botas negras. Con la otra, se sostiene el mentón. Está seria. El sábado fue mi fiesta de cumpleaños cuenta. Él sonríe. Ante el prolongado silencio de ella, decide intervenir ¿y cómo estuvo? La fiesta, bien; yo, mal. ¿Por qué?  Ella rearma su postura, libera los brazos, gesticula mientras cuenta en un momento me miré como desde afuera. ¿Y qué viste? A una mujer espléndidamente vestida, espléndidamente maquillada, espléndidamente peinada, representando una farsa en un espléndido salón, con un espléndido servicio y un espléndido catering. ¿Cuál era la farsa?, ¿cumplías treinta y dos en lugar de treinta? intenta relajarla. Ella no sonríe al decir los estaba engañando a todos, ni una sola de las cien personas presentes sabía quién soy yo en realidad, qué me pasa. ¿Nadie te conoce?, ¿ni una sola de tus amigas? Ella cabecea al decir tendrías que haber estado vos. Gustavo, esforzándose en reprimir una sonrisa, comenta todavía no me explicaste en qué consistía la farsa. Parecía la princesa Máxima; yo percibía que todos me admiraban, me envidiaban; una mujer joven y linda, con un marido buenmocísimo y lleno de plata que la abrazaba como si la quisiera. Gustavo carraspea, trata de organizar la información vamos por partes, es cierto que sos joven y muy linda, supongo que tu marido es buen mozo aunque no lo conozco, sé que les sobra el dinero, y si es cierto que tu marido te abrazaba, ¿en qué reside, entonces, la farsa?, ¿en que no te quiere? Sí que me quiere ella sacude la cabeza con energía pero como a una hermana; te juro que vi como miraban los hombres mi espalda desnuda, se les notaba la temperatura en las miradas; desde que soy adolescente que me miran así, será por eso que nunca conseguí tener un amigo. No veo la relación entre tu sensación Gustavo abre las manos en un gesto vago, busca la palabra térmica y el amor fraternal de tu marido. Ella hace una mueca de impaciencia. Creo que de todos los hombres presentes, exceptuando a mi padre y a mi hermano, Gerardo era el único que no me miraba así. María Inés se sirve un vaso de agua, parece agitada. ¿Qué pasó después de la fiesta? pregunta él. Nada, por supuesto, estaba muy cansado, pero no pasó nada el domingo, ni el lunes ni ayer. ¿Pensás que sigue con su affaire? Ella eleva los hombros. Quizás dice. ¿Volvieron a hablar del tema? Jura que terminó todo, dice que está muy estresado por el trabajo, tienen un caso importantísimo entre manos, vuelve a cualquier hora. Él, involuntariamente, sonríe. No me mirés así, llamé mil veces al estudio en distintos horarios y siempre lo encontré; ayer caí de sorpresa a la nochecita. ¿Y estaba? Sí, estaba; le cayó pésimo mi presencia, odia que lo controle; bromeó al respecto con el socio; terminé yéndome sola a lo de mis viejos María Inés se adelanta hacia él ¿querés que te cuente algo bueno?; mi hermano editó el video de la fiesta y primero puso fotos de cuando éramos chicos, me hizo emocionar. Mientras María Inés describe con detalle el trabajo de su hermano, Gustavo intenta desalojar imágenes de  Cecilia, por primera vez en la sesión piensa en ella, insoportable imaginársela con él. Los sorprende el portero eléctrico sin que el tema del marido vuelva a emerger. Gustavo tiene una súbita corazonada. ¿Cómo se llama el socio? pregunta mientras la despide. Ella lo mira con sorpresa. Alberto, ¿por? La aparición de Raúl lo exime de la respuesta.

lunes, 16 de septiembre de 2013

35

Camilo ya no le informa que subió solo. Batalla ganada en la dura lucha por su autonomía. Perdón dice se me hizo tarde. Gustavo mira el reloj, tres minutos. ¿Te molesta llegar tarde? El chico asiente con la cabeza. Gustavo recuerda a Ana María, entonces insiste ¿por qué? Camilo lo mira con sorpresa. Porque está mal contesta. A ver, a ver dice él qué pasaría  si te demoraras en llegar acá. Qué se yo, nada, pero vos a lo mejor te preocupás. ¿Qué creés que haría yo si te retrasaras demasiado? El chico se encoge de hombros. No sé, nunca lo pensé responde. ¿Y si lo pensás ahora? Supongo que llamarías a mi papá al celu. Que es lo que vos hiciste cuando tu papá se demoró. La cara del chico se tensa. Sí, pero mi papá no me atendió. Gustavo solo lo mira a los ojos, en silencio. Un largo rato después Camilo agrega no sé por qué mierda no me atendió. ¿Se lo preguntaste? El chico cabecea, luego juega con la boca, se muerde los labios. ¿Por qué te enoja tanto que no te haya atendido? Si me hubiera atendido yo no estaría rengo. ¿Alguna vez se lo dijiste? Los ojos del chico son dos platos. ¡¡No!! ¿Por qué te parece tan obvio?  Porque él ya se siente bastante mal por eso. ¿Y cómo lo sabés? Porque lo escuché. ¿Qué es lo que escuchaste? Cuando estaba en el hospital dijo varias veces ¨fue mi culpa¨, él se creía que yo estaba dormido pero lo oía, todo oía. ¿Estaban solos? No, con mi mamá. ¿Y qué decía tu mamá? Ella no decía nada, lo abrazaba. ¿Nunca le preguntaste por qué se le hizo tarde? Camilo sacude la cabeza, tanto que el flequillo le tapa los ojos. Me cansé de hablar de esto informa echándose el cabello hacia atrás. ¿Y de qué te gustaría charlar? El chico se queda un rato pensando y al cabo dice me nombraron delegado del curso; están modificando el reglamento y quieren conocer nuestra opinión. ¿Por qué te parece que te eligieron? Dicen que hablo bien cuenta sonriendo, la vista baja. ¿Qué modificaciones proponen?  Camilo se endereza en el asiento y comienza a hablar con fluidez, tanta que  Gustavo piensa en Nacho y le duele, cómo le duele. Largo rato después el portero eléctrico los interrumpe. Gustavo mira el reloj. Las quince y cincuenta. Exactamente.


Gustavo busca el celular y controla  su mail. El corazón se le aturde: mensaje de Cecilia. Hola, Gus. Acá estamos trabajando a toda máquina. El viernes firmaremos el contrato de alquiler de las oficinas, todo fue más rápido de lo calculado. Casi seguro que regreso el martes, te aviso en cuanto nos confirmen el vuelo. ¿Cómo están los chicos? Los extraño mucho. Llamaré a casa a la noche, alrededor de las diez, así puedo hablar con los tres. Un beso. Gustavo siente que aumenta su temperatura. Arde de bronca. Ni siquiera le ahorró el plural de los verbos. Decidió por lo visto, tomarse el fin de semana. Está por contestarle hecho una furia cuando apaga el teléfono con brusquedad. No se merece ni una letra. 

viernes, 13 de septiembre de 2013

34



Hace unos meses mi cuñada cuestionaba  la conveniencia de ayudar a los chicos en sus tareas escolares y le comenté que yo siempre había  estudiado con  mis hijos Laura verifica que él la esté mirando y continúa como creí imaginar lo que ella estaba pensando, agregué ¨por eso me salieron tan bien¨. Él se endereza en su silla, alerta. Un minuto después me dijo, en muy mal tono ¨no es la primera vez que hacés un comentario de este tipo, estoy cansada de oírte hablar mal de tus hijos; tus hijos son buenas personas, independientes, cariñosos, trabajadores; a lo mejor no cumplieron con tus expectativas pero eso no significa que te hayan salido mal¨. Gustavo, intencionalmente,  deja pasar unos segundos antes de preguntar ¿y qué piensa usted sobre el comentario de su cuñada? Laura se echa el cabello hacia atrás,  permanece con los brazos levantados unos instantes y luego los baja y los cruza. Se está protegiendo, piensa él. En ese momento no le di importancia, aunque me encantó que saliera en defensa de sus sobrinos, prueba de cuánto los quiere. ¿Y cuándo descubrió su cabal trascendencia? Laura se lleva la mano a la boca y carraspea. El miércoles pasado cuando salí de aquí dice y luego calla. Me gustaría que me explicara qué sintió pide él. Tuve la nítida percepción de lo duro que es no cumplir con las expectativas de los otros; me quedé pensando en lo que usted dijo; tiene razón Laura sonríe  uno sabe lo que los demás esperan de uno.  Él se toma solo unos segundos. ¿Por eso es que Federico no necesitó que usted lo retara por haber abandonado el curso de hardware para saber que otra vez la estaba defraudando? pregunta. Como tocada por una varita mágica, la cara de ella se desarma.  Cuando eran chiquitos estaba tan orgullosa de ellos; siempre eran los primeros en el colegio dice con los ojos húmedos. ¿Y ahora? inquiere él. Las lágrimas de ella descienden por sus mejillas. Se las seca con el dorso de la mano. Gustavo le señala la caja de pañuelos. Ella toma un par. Se suena la nariz, logra recomponerse. Son buenos chicos dice al fin. Si no me equivoco esa es la opinión de su cuñada; le repito la pregunta, Laura, ¿está orgullosa de sus hijos? Mientras la observa llorar Gustavo se plantea si alguna vez su padre estuvo orgulloso de él. ¿Está él orgulloso de Nacho? Laura dice no puedo explicarle cuánto me duele tener que confesarle que no. Él reflexiona unos segundos y propone qué le parece si para la próxima hace una lista de qué expectativas han colmado cada uno de sus hijos y cuáles no. Laura pregunta ¿débitos y créditos? Algo así responde él sonriendo.  Ella toma un vaso de agua, carraspea y comenta ayer me encontré con las compañeras del secundario. Gustavo se reacomoda en su sillón y se dispone a escucharla.

Al cerrar la puerta Gustavo descubre que no pensó en Cecilia. Una hora sin pensar en ella. Laura, regrese. Hace dos días que su mujer se fue y él pasó una hora entera sin pensar en ella. Bienaventurada profesión. Se le aparece la imagen de Martina. Pobrecita. Busca el teléfono. Hola, papi, ¿cómo estás? ¿Cómo estás vos? Rebién, la abuela me preparó un té y me fregó la panza. Él siente las mágicas manos de la madre sobre su propio infantil abdomen. Me alegro mucho, tratá de dormir la siesta. Sí, me voy a acostar a mirar la tele, porque la abuela siempre mira la novela de las tres; te corto, papi, porque la abu me llama que ya empieza. Gustavo apoya el tubo con una sonrisa. Su madre y su hija. Suena el timbre.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

33

Miércoles 29
Gustavo, en doble fila, observa a sus hijos entrar a la escuela. Todavía no son las ocho. Dos horas para el curso. Ojalá pudiera regresar a su casa, a su cama, taparse la cabeza con la frazada y volver a dormir. Desde luego, no lo conseguiría. Conciliar el sueño se ha convertido en un problema. Los bocinazos lo obligan a arrancar. ¿Hacia dónde? Pone primera.

Media hora después recorre con la vista las mesas hasta que descubre a su amigo junto a la ventana. ¿Qué pasó? pregunta Santiago sin darle tiempo a sentarse. No me sacarás una palabra hasta que tome un café anuncia. Ya con la taza en la mano informa Cecilia se fue ayer. ¿Cómo que se fue? Ya te conté lo de Chile. Sí, pero no parecía inminente. Gustavo deja la taza, ampara la frente entre los brazos acodados. La cosa se precipitó, no voy a entrar en detalles, se tuvo que ir por una semana dice mientras duda del acierto de haberse encontrado con su amigo, no es alivio lo que experimenta y cuando Santiago averigua ¿con él? la duda se transforma en certeza. ¿Necesitás preguntármelo? dice mirándolo con rabia y como Santiago solo se encoge de hombros, agrega sí, se fue con él pero en calidad de jefe, porque ahora encima es su jefe, la puta que lo parió. Santiago se echa atrás en su silla. Y vos la dejaste ir dice. Es su trabajo; no le queda otra se justifica mientras baja la vista y toma un sorbo de agua. ¿Pero vos sos pelotudo o te hacés? Gustavo piensa que sí, es un pelotudo, es el rey de los pelotudos pero debe defenderse. Esto es muy complicado, San, por un lado está su relación con él y por el otro el trabajo en sí, le ofrecieron una carrada de plata y un puesto de mucha responsabilidad, Cecilia no está dispuesta a perderlo. ¿Y vos te creés ese rollo? Gustavo se está impacientando, pésima la idea de provocar ese café. Cabecea. Vos no entendés dice le habían ofrecido el puesto antes de que pasara nada con él, es una oportunidad que parece que hace años estaba esperando. Santiago no le da tregua ¿parece? Gustavo sigue sintiendo que debe defenderse, qué absurdo, ¿de qué?, ¿de la opinión de su amigo? Cecilia no solía hablarme de su trabajo, sabés que es muy reservada. Santiago sonríe, despectivo, pero cuando Gustavo está a punto de levantarse, le palmea el brazo y le pregunta viejo, ¿cómo estás? y la bronca de Gustavo se pliega, se arruga como un papel rumbo al cesto. La noción de su desvalimiento infinito, qué difícil ser confortado por un hombre. Mamá, Cecilia, Martina, abrácenme reclama. Santiago aumenta la presión de su mano. Gustavo siente la presión en los lagrimales pero por suerte logra controlarse. Estoy como puedo; creo que todavía no tome conciencia de todo lo que se avecina. ¿Por qué?, ¿te dijo que lo del tipo va en serio? Gustavo se restriega los ojos. Me dijo que está enamorada, y que no está dispuesta a renunciar; que nos adora a mí y a los chicos pero que esta vez se va a poner a ella misma en primer lugar. Recién al escucharse tiene la cabal noción de que no hay vuelta atrás, no es una pesadilla, aunque sí, sí que lo es. Despertame, amigo, piensa. ¿Y qué van hacer? lo estrella Santiago en el presente justo cuando suena su celular. Voy para allá dice Gustavo. ¿Qué pasó? pregunta su amigo. Me llamaron del colegio, Martina vomitó.

Gustavo tira la mochila sobre el asiento delantero, se sienta y arranca. Ya son casi las diez. ¿Adónde vamos? pregunta Martina. A lo de la abuela, ya le avisé. Quedate conmigo, papi, me duele mucho la panza. Él siente miedo, sí, miedo. Eso es toda la pizza que comiste anoche, te avisé dice mirándola por el espejo retrovisor tengo curso y después consultorio le explica pero cuando registra la carita compungida agrega si puedo paso un ratito al mediodía mientras piensa que Cecilia no tiene derecho. En cuanto dobla por Monroe descubre a su madre esperando en la vereda. Arrima el auto. La nena baja y se sumerge en brazos de su abuela. ¿Qué le pasó a mi princesa? Gomité la pizza. ¿Y tu mamá? ¡Está en Chile, se fue ayer! ¿¡En Chile!? Gustavo siente que pierde pie. Se fue por el trabajo explica a través de la ventanilla abierta. Su madre menea la cabeza y entra a la casa con la nena aferrada a su cintura. La imagen perdura en la retina de Gustavo cuando pone primera.

Al salir del curso recupera su presente. Debo evitar los espacios muertos, se dice.  ¿Por qué cambió tiempo por espacio y libre por muerto? Está llegando al consultorio cuando suena el celular. Te estamos esperando, papi, la abuela preparó pollito. Coman no más, se me hizo tarde. ¡Pollito y puré de calabaza con lo que te gusta! Martina, no puedo hablar explica estoy manejando y corta. La cara mortificada de la nena regresa a su retina. Mira el reloj. Tres cuartos de hora. Avanza hasta la esquina y gira. Ruge su indignación contra Cecilia. No se piensa en el verano cuando cae la nieve.


No debería haber comido tanto, se siente pesado. Pero es inútil negarse a su madre. Estaciona a la vuelta y se dirige a Melián. Cuando llega al departamento, Laura está en la entrada. Gustavo se siente incómodo, nunca se encontró con un paciente fuera del consultorio. Ella, que entró primera al ascensor, mientras aprieta el botón pregunta señor, ¿usted también va al quinto? Él sonríe, súbitamente relajado. Cómo le gusta su profesión.

32

La taquicardia de Gustavo crece a medida que el ascensor sube. Ya es franca cuando sale. A través de la puerta le llega un aroma que logra identificar como de curry. Abre. En el comedor, cubiertos y un vaso sobre la mesa. Su servilleta, azul. Veni, papi le llega la voz de Martina. Se dirige hacia los dormitorios. Encuentra a los tres en la cama grande, tapados con el acolchado, Cecilia al medio. Mirá, pa, ese soy yo el primer día de jardín dice Nacho. Como si pudiera no reconocerlo. Te deje el plato en el microondas informa Cecilia. Gustavo se concentra en las imágenes, Cecilia con Martina en brazos. Nacho saludando a la cámara, mostrando la mochila. El flequillo rubio, los ojos negros, el delantal de cuadritos. Un trío del que la cámara lo excluye. Siente que las lágrimas se le agolpan. Qué le pasa, no es él este de hoy. Voy a comer informa pese a las protestas de la nena. Se dirige a la cocina y abre el microondas dispuesto a rescatar el plato y guardarlo en la heladera. Una rata mordisqueándole la boca del estómago. Sí, no se había equivocado, el famoso pollo al curry de Cecilia. El olor lo traspone. Cambia de parecer y aprieta el botón. Mientras espera un minuto, apoyado en la mesada, ve el escurridor. Tres platos. La rata se revuelve. Abre la heladera y se sirve soda. Va con plato y vaso hacia la mesa. Se sienta. Solo. Porque cuatro menos tres es solo uno. La aritmética no falla. Alza el pollo ensartado en el tenedor hasta la boca. En cuanto lo deposita sobre la lengua el sabor le reconforta el alma. Como un  trago de chocolate caliente para el alpinista. ¿Cuántas veces habría paladeado ese pollo? La primera cuando cumplieron un mes de casados, casi podría jurarlo. Le extraña recordarlo. El pollo de los cumpleaños, también. De pronto se inquieta, ¿qué se festeja hoy?, se pregunta, ¿se me escapó una fecha?, ¿o acaso se está congratulando por haberse echado un amante? El pollo deja de deslizarse por su esófago. Siente que se ahoga. Toma un trago de soda. Las burbujas lo reaniman. Hola, papi dice Martina, camisón largo y pantuflas de Snoopy ¿por qué no comiste con nosotros? Me quedé trabajando. ¿Trabajando dónde? En un bar contesta Gustavo, que odia mentir. ¿En un bar?, para eso hubieras trabajado acá. Acá me distraigo. Claro, nosotros te molestamos dice Martina meneando la cabeza. No digas tonterías, vení dame un abrazo propone él apartando la silla de la mesa. El cuerpito de Martina se funde al suyo. Tan flaquita. Es frágil, piensa Gustavo, es la más frágil. Le acaricia el cabello todavía húmedo. Marti, a dormir indica la voz de Cecilia. Uf dice la nena desprendiéndose y luego, con cara de resignada agrega chau. Él se queda solo.


Gustavo se ducha Mientras se lava los dientes con parsimonia se mira en el espejo. Si seré pelotudo, piensa, tengo miedo. Se enjuaga la boca, apaga la luz y sale. La puerta del dormitorio cerrada. Inspira hondo y abre. Cecilia está acostada, leyendo. Él se queda parado en el marco de la puerta. Quizás demasiado tiempo porque ella baja el libro y pregunta ¿qué te pasa? Él no quiere estar allí, no debería haber venido. Ana María tenía razón, precisa tiempo. Por qué debe hablar hoy, quién lo obliga. ¿Santiago? Un odio irracional hacia su amigo le sube a la garganta. Para qué mierda se encontró con él. Le arruinó la vida. Santiago siempre le tuvo envidia, desde el colegio. Gus, ¿qué te pasa? insiste Cecilia. Parece alarmada. Abandona el libro sobre las sábanas y amaga con levantarse. Nada responde él y va a agregar no te preocupes pero se arrepiente, entra, se para junto a ella y le dice te doy la oportunidad de que  blanquees la situación. A ella se le desarma la cara. Vuelve a sentarse. Evalúa cuánto sé, especula Gustavo, ensaya como negarlo. Y después piensa que a lo mejor Santiago vio mal, se equivocó. Al cabo de unos segundos Cecilia dice no te pido perdón porque no lo merezco. Gustavo siente que se tambalea y, automáticamente, se sienta. Al lado de ella. ¿Estás bien? pregunta Cecilia tocándole el antebrazo. Él se desprende del contacto y la mira en silencio. No responde. Ella baja la mirada.  Tampoco es fácil para mí dice ella pero me alivia no tener que seguir mintiéndote. ¿Cuánto hace? averigua él. Casi un año. ¡Un año! esconde la cabeza entre las manos  no, si me merezco el carnet de pelotudo. Ella pone sus manos sobre las de él. ¿Te acordás cuando fui a la filial de Córdoba?, bueno, allí lo conocí, al principio la relación fue solo por Internet. Hasta que dejó de serlo él se descubre el rostro. Sí, hasta que dejó de serlo; hace cuatro meses vino a verme, ni siquiera me avisó, te aseguro que lo hubiera frenado; se me apareció y pasó lo que no tenía que pasar; pensarás que estoy loca pero estoy contenta de poder contártelo, me enfermaba tener que mentirte. ¿Y por qué no me lo contaste antes, entonces? Porque pensaba que se me iba a pasar, todas las noches me acostaba pensando que cuando me despertara iba a estar curada. Pero no dice él.  Pero no confirma ella no solo no me curaba, cada vez estaba peor. ¿Qué significa peor? Ella cierra los ojos al decirle Gus, esto no es una calentura, estoy enamorada  luego se corrige creo que estoy enamorada. Gustavo piensa que el dolor es un pozo sin fondo, siempre se puede estar peor. Un dolor que no le impide atar cabos. Y ahora se traslada a Buenos Aires dice ahora vas a ser su secretaria privada, él te va a pagar. Las lágrimas ruedan por las mejillas de Cecilia sin que ningún gesto las acompañe. Ajenas a ella misma, piensa él, son mías sus lágrimas. No aclara ella eso después. ¿Después de qué? Primero tiene que ir un par de meses a Chile a supervisar una nueva filial. Gustavo experimenta un brusco alivio, tiene tiempo por delante, tiempo para intentar recuperarla. Alivio que se esfuma cuando ella añade  y yo voy a ir con él. ¿¡Qué?! Ahora soy su secretaria. Gustavo siente ganas de golpearla. Instintivamente se agarra las manos. Dejá de tomarme de boludo, no sos la secretaria, sos la amante. Vos no entendés, él no me paga, él es otro empleado de la empresa, ellos no sospechan nada. Parece que no soy el único boludo. ¡Basta, Gus! ¡Y vos me decís basta! grita él. Tranquilizate pide ella están los chicos. Hubieras pensado antes en ellos. El llanto de Cecilia se hace franco. A él le da pena. Qué absurdo, él siente pena por ella. Me odio dice Cecilia entre sollozos  pero no me puedo controlar; te juro  que lo intenté, tantas veces lo intenté. Te vas a ir con él, y me lo decís así; qué te pasó Cecilia, no sos la mujer que yo conocí. ¡Claro que no!, conociste a una piba de veinte años, que postergó todo por vos. ¡Ahora me vas  a echar la culpa a mí!,  ¡vos sos la única responsable de haber arruinado tu carrera, de haber arruinado la mía también!  Unos golpes en la puerta lo interrumpen. ¡Mami, papi, qué pasa que gritan! Nada, querida, andá a acostarte tranquila contesta él. Vení, mami, tengo miedo. Cecilia se seca las lágrimas con el dorso de la mano, carraspea. Ya voy dice y se levanta, descalza.


Media hora después Gustavo, cansado de esperar, se levanta. Va hasta el cuarto de Martina. Madre e hija duermen abrazadas. Se queda unos instantes contemplándolas bajo la tenue luz del velador. Sobre la almohada, el cabello rubio de Cecilia se mezcla con el oscuro de la nena. Ambas respiran con la boca ligeramente entreabierta. Él recoge el acolchado del piso y las tapa. 

martes, 10 de septiembre de 2013

30

Cada vez que Gustavo ve a Daniela, renueva su percepción inicial. El pajarito pardo cantado por Serrat. Conseguí un turno con Álvarez Campos para el lunes que viene informa ella ni bien se sienta. Tuviste suerte comenta Gustavo hay gente que debe esperar meses.  En realidad el doctor Grieco me lo consiguió. El incondicional Grieco, piensa Gustavo, llamaré para agradecerle. Estoy ansiosa, hace tanto que debería haberme dado cuenta admite ella. Te diste cuenta la tranquiliza él por eso viniste aquí buscando ayuda. Ella sonríe, como un sol, determina Gustavo.  ¿Cómo está tu marido? Negador, dice que están todos locos, que solo quieren sacarnos plata, que ya madurará. Quizás comparte la opinión  de tu pediatra. De mi anterior pediatra anuncia con energía no quiero verlo más; me hizo perder tanto tiempo. Me gustaría que me contaras más sobre tu relación con Lucas. Lo amo dice ella  y lo que me pone peor de todo es que él no se deja querer mira el piso por eso todavía lo amamanto; tiene dos años y cinco meses y todavía lo amamanto Daniela hace una pausa y agrega es el único momento en que se deja acariciar. ¿Precisás justificarte?  Ella se ruboriza, más aún cuando él le pregunta ¿Ariel está en desacuerdo? No lo tolera explica ella solo lo amamanto cuando  él no está. ¿Sí en presencia de otros? Tampoco ella sacude la cabeza y se detiene quizás esperando más preguntas. Luego, bajando la vista, agrega me da vergüenza. Él espera unos segundos antes de decir quizás la vergüenza se deba a que percibís que seguir amamantándolo responde a una necesidad tuya; habría que analizar cuáles son las necesidades de tu hijito; sería bueno que pudieras charlarlo con los profesionales que lo atenderán. ¿Usted cree que lo estoy perjudicando? No estoy diciendo eso le aclara estoy intentando que pensemos juntos por qué te escondés para amamantar a tu hijo. Ella oculta la cara en el cuenco que forman sus manos. Le miento hasta a mi mamá. ¿En qué consiste tu mentira? Le dije que ya no le doy la teta; cuando cumplió dos años se lo dije.  Daniela ella se descubre y lo mira ¿por qué seguís amamantándolo? Es mi bebé dice casi en un susurro. Tal vez seguir dándole la teta ha sido tu manera de poder creerle al pediatra la mirada de Daniela clavada en él  en la medida en que lo consideres un bebé se atenúa tu preocupación porque no hable. Los ojos de ella se llenan de lágrimas. Daniela y cuánto le cuesta decírselo  Lucas ya no es un bebé. Ella llora, mansamente llora.


Cerrar la puerta es recuperar la lanza atravesándolo. ¿El alma es un espacio? Solo así podía entenderse que fuera capaz de albergar tanto dolor. Porque le duele el cuerpo. En medio de las costillas. Se presiona el esternón. Justo allí. ¿De qué va a hablarle a Ana María?, ¿del accidente de Camilo?, ¿del rey de Textilandia?, ¿del hijo de Laura?, ¿o del de Daniela?  La angustia le humedece el cuerpo pero le seca la boca, qué absurdo. Apoya la frente contra la ventana. El frío del cristal le hace bien. Ya es casi de noche, los faros de los autos destellan entre el follaje. Se siente sucio, transpirado. Preciso una ducha, diagnostica. Mira el reloj. Tendrá que tomar un taxi. Va hacia el baño. Abre la canilla y se desnuda.

viernes, 6 de septiembre de 2013

29

Raúl comenta me salió un laburito. Describe con entusiasmo la próxima refacción del baño de un local. Gustavo lo escucha, en silencio. Sin embargo, en cuanto Raúl calla, le propone hablame de tu padre. Veo que tenés la idea fija. Se reacomoda, se toca la barba. Mi viejo me destruyó, eso sí, con la mejor de las intenciones. ¿Cómo es eso? Desde chiquito su objetivo fue convertirme en su sucesor, pobre, no tuvo suerte con su primogénito; me hice echar de todos los colegios bilingües a los que me mandó; terminé el secundario a los ponchazos en un estatal; el drama fue cuando comencé a militar en Montoneros, imagínate, casi le agarra el ataque, primero ideológicamente y luego, claro, por temor, quería, a toda costa, que me fuera a estudiar a Estados Unidos, pero yo estaba  muy comprometido, ¿te la hago corta?, un día vino la cana a buscarme, destruyeron mi cuarto, buscaban papeles, pero por supuesto yo en casa, no tenía nada; volví a la noche, en esa época no había celulares, mi vieja estaba al borde de un infarto;  me asusté, la puta madre cómo me asuste;  papá me esperaba con el pasaje comprado;  al día siguiente salí para Miami, allí vivía un tío;  yo tenía diecinueve años, le avisé a mi contacto, a mi novia que también militaba y huí como una rata; me quedé hasta que subió Alfonsín; ni bien volví la conocí a Lisa y empecé arquitectura, todos contentos; ¿qué te parece la historia? concluye.  Gustavo reflexiona unos segundos y luego señala creo que tu militancia no comenzó con Montoneros. No te sigo dice Raúl. Militaste contra tu padre desde la infancia. Raúl arquea las cejas, se tironea de la barba. De todos modos continúa Gustavo en el episodio puntual que acabás de referirme, no me doy cuenta cuál es el motivo para tamaño rencor.  Raúl sonríe, amargo.  Excluí un detalle. Bebe agua. Te escucho. Lo de la cana fue trucho, lo fraguó mi viejo. ¿Cómo te enteraste? Él mismo me lo dijo, nunca olvidaré esa tarde, se reía, como si festejara un chiste, me cagó la vida y se reía; el valiente exilado transformado en el pelotudito de papá, ni a Lisa se lo conté. Se incorpora. ¿Puedo ir al baño? pregunta. Gustavo asiente. Inspira y exhala. Trata de relajarse. Demasiado para hoy. Cuando regresa, Raúl comenta me querés creer que los azulejos del baño son los mismos que acabo de comprar para el local. Licencia para el rey de Textilandia, piensa Gustavo, aliviado, mientras lo escucha hablar de albañiles y contratistas.


Gustavo se acerca al teléfono. Comienza a  marcar pero se arrepiente. Qué decirle. Se va quemando el día sin que logre discernir cuál deberá ser su actitud. Por primera vez piensa en los chicos. Se sorprende: se había olvidado de los chicos. Su decisión los involucrará. Su propia relación con sus hijos se involucrará.  Está aturdido. No pensó en ellos. Indicador de que mal está posicionado en la realidad. Son chicos todavía. Nacho entrando en una edad difícil. Siempre tan pegado a su mamá. Como un bloque. Nunca consiguió conectarse con él. Con Martina desde el principio fue otra cosa. ¿Cuestión de piel? No pensó en sus hijos. No es solo cuestión de dignidad, es la vida misma. Va al baño. Orina. Se lava las manos. Se mira en el espejo. Ese es él después del cisma. Le sorprende que no le haya cambiado la cara.

jueves, 5 de septiembre de 2013

28

María Inés le tiende un papel doblado. Lo encontré en el bolsillo de Gerardo explica. Preferiría que lo leyeras vos. No puedo dice ella. Él se pone los anteojos. Lee en voz alta. No soporto más vivir así. Cada mañana me propongo dejarte, sin embargo no puedo. Tanto me hacés gozar, tanto me hacés sufrir. Aceptate. Si no lo pudiste hacer por vos, hacelo por mí. Te amo. A. Gustavo le devuelve el papel, ella lo toma y lo apoya sobre la mesita. ¿Qué me decís? pregunta. Vos ya lo sabías. Ella se cubre la cara con las dos manos. ¿Qué hiciste con la carta? Se la serví. No te entiendo. Le serví la carta en un plato, con el puré al lado. Qué agallas. Cómo encarará él a Cecilia. ¿Cómo reaccionó Gerardo? pregunta. Se quedó paralizado un buen rato y después se levantó de la mesa y fue hasta el cuarto; yo lo seguí y lo encontré tirado en la cama; me senté  a su lado, entonces me contó que es una clienta que lo provocó tanto que no pudo resistirse; fue cosa de un mes, ya está todo terminado. ¿Y vos le creíste? Primero no pero después sí. ¿Después de qué? Me pidió perdón, me dijo que me amaba, que no entendía qué le había pasado, estaba desesperado, lloraba; me hizo el amor. Gustavo teme que su corazón pueda escucharse, hasta dónde estaba él mismo capacitado para no ver. ¿No vas a decirme nada? reclama ella ¿qué pensás?, ¿qué soy una idiota por creerle? Lo estás diciendo vos, no yo. ¿Podés entender lo que se siente cuando te engaña quien amás? Gustavo se lleva la mano a la boca del estómago. Le duele. Santiago tenía razón, debería haber suspendido. ¿Es tan tremenda la infidelidad? continúa María Inés ¿tan extraña? Gustavo sacude la cabeza. ¡Decime algo por favor! reclama ella. ¿Cuándo fue esto? El miércoles pasado. ¿Cómo te sentiste esta semana? Ella se echa el cabello hacia atrás. Está más hermosa que nunca, piensa Gustavo, qué extraño es el amor. Aunque te parezca absurdo, me sentí mejor. ¿Lo peor es la incertidumbre?,  duda él. Hace una pausa y sugiere  ¿me contás sobre estos días? Ella se inclina, Gustavo teme que se acueste pero solo levanta una pierna y se sienta sobre ella. Volví a mi cama, tuvimos relaciones un par de veces. ¿Él pudo? Ella lo mira. ¿Por qué me lo preguntás? Me comentaste que alguna otra vez no había podido. Porque tenía a la otra. Entonces, todo bien. Digamos ella hurta la vista. ¿Qué significa digamos? ¡Basta, Gustavo!, no quiero hablar más de eso. De acuerdo Gustavo levanta las palmas de las manos ¿cómo lo notaste en todo lo demás? Normal, cariñoso, atento como siempre; el sábado fuimos al Colón y luego a cenar afuera; el domingo a casa de sus viejos. ¿Volvieron a conversar del tema? No, él no quiere; me juró que todo había terminado y decidí creerle lo mira, desafiante. ¿Hago mal? Hiciste bastante. Ella arquea las cejas. Buscaste indicios, lo encaraste; durante meses sufriste en silencio ahora empezaste a actuar. ¿Empecé? Él la mira en silencio. María Inés baja las piernas, la espalda recta en el asiento. ¿Te gusta la música clásica? pregunta. Él asiente con la cabeza. Escuchamos a una chelista maravillosa, Sol Gabetta, es argentina pero de fama mundial. Él la recuerda bien, la vio hace un par de años. Ella le habla del concierto, de los compositores, de las obras. Nunca vi unos brazos así, como que se desprendían de ella independientes de ella, parecía una medusa.Se interrumpe para servirse un vaso de agua. Bebe. Después la miré por Youtube añade. ¿Qué observaste? La manera en que se relaciona con el chelo con la voz más ronca agrega como si le hiciera el amor hace una ligera pausa ¿te cuento algo? Él asiente. Me excité mirándola. ¿Quizás porque ella no depende de un hombre para gozar?, ¿porque controla su propio instrumento? ¡Gustavo! exclama, incorporándose. Sí, ya es casi la hora la imita él. Cuando ella se está poniendo el abrigo él indica  te olvidaste algo mientras toma la carta apoyada sobre la mesa. ¿Puedo mirarla de nuevo? consulta.  Ella se encoge de hombros.  Él  la lee de nuevo a pesar de que recuerda cada palabra. En el momento de abrir la puerta  él pregunta ¿qué es lo que tiene que aceptar Gerardo? Ella frunce la boca, ladea ligeramente el cuello. Hasta el miércoles la besa en la mejilla y cierra.

Qué fácil es ver por los ojos de los otros siendo ciegos los propios. Le hubiera gustado tanto confesarle a María Inés cuánto la comprende; ir juntos a tomar un café; darse mutuos consejos. Ser un solo hombro. Una sola cabeza apoyada en ese hombro. Ella, al menos, lo descubrió sola, no había necesitado un amigo que le abriera los ojos. Había dejado de lado la dignidad y la seguía peleando desde el llano. Inútilmente, considera él; lo de Gerardo no tiene arreglo. ¿Su vínculo con Cecilia sí? Que Raúl no le hable de Lisa, por favor.


lunes, 2 de septiembre de 2013

26

En cuanto la ve, Gustavo recuerda la propuesta de la sesión anterior. Pero él, hoy, no tiene fuerzas. Va a abandonarse a la grata modorra que le producen sus palabras. Como un bálsamo. Una mano fresca en la frente afiebrada. Ya sentados, Gustavo la mira, sonriendo. Estuve pensando en lo que me dijo comenza ella. Él quisiera pedirle que le cuente de la editorial, de Luis, de las hijas, del arroz con pollo pero, disciplinado, le pregunta  ¿y a qué conclusión llegó? Estoy avergonzada. La sorpresa de Gustavo es franca. ¿Avergonzada? Hace meses que estoy aquí, hace meses que pago por venir aquí y le hablo de cualquier cosa menos de lo que de veras me preocupa recién ahora lo mira ¿cómo se dio cuenta de que el problema era con mi hijo? Gustavo está desconcertado. Hasta que recuerda su pregunta final de la sesión anterior. Sonríe. Ya le dije en una oportunidad que a usted todo se le nota. Ella se afloja. Él se oprime la boca del estómago. No sé por dónde empezar dice ella.. Él abre ambos brazos, las palmas hacia arriba. Por donde prefiera. Laura se estruja las manos, se muerde las uñas. Nunca la vio así. Mi hijo no quiere verme, le juro que no sé por qué. Gustavo siente los poros abiertos. Cuánto más fácil es entender el dolor del otro cuando uno también está sufriendo. ¿Podría hablarme sobre Federico? pide. Gustavo la escucha. Pese a la angustia que no amaina, está totalmente concentrado. El bebé llorón, el escolar brillante pero vago, el hijo rebelde, el hermano peleador. Solo era dulce conmigo. Laura sonríe, se le ablanda la cara, piensa él. Amo a mis dos hijas pero él siempre fue especial para mí; recuerdo el parto, cuando me dijeron que era varón sentí un orgullo profundo, visceral, un bebé hermoso, además; mi madre me decía: “este chico te va a dar muchas satisfacciones”  se echa el cabello hacia atrás todavía las estoy esperando.  Laura, luego, calla. Gustavo le ofrece agua. Ambos beben. Entró en el Nacional Buenos Aires, el tercer promedio, un año bien, luego un desastre, hubo que cambiarlo de colegio, repitió, terminó el secundario a los tumbos, no quiso seguir estudiando, después se metió en drogas, salió, empezó a arreglar computadoras, porque siempre desarmó cuanto tuvo por delante, tiene muchísimo trabajo, parece. ¿Parece? Sé lo que me cuentan Luis y las chicas, hace seis meses que no lo veo. Se suena la nariz y luego lo mira de frente. Estoy desesperada dice ya no sé qué hacer;  probé de todas las maneras, personalmente, por carta, por mail; no me responde, ni una palabra me responde. ¿Por qué nunca me lo contó? Ella le sostiene la mirada. No sé dice pero ahora estoy aliviada. Gustavo descubre que por un largo rato no pensó en Cecilia. Laura, no se vaya, quisiera pedirle. ¿A qué adjudica el alejamiento de Federico? Ella se queda pensando; cruza y descruza las piernas. No lo sé… bah, siempre me echó en cara que le estuve muy encima. ¿Hubo algún episodio puntual antes de este alejamiento? No, que yo recuerde, el último día que lo vi comentó que había dejado el curso de hardware que estaba haciendo. ¿Usted se lo reprochó? No hace falta, él sabe muy bien lo que pienso. Gustavo reflexiona. ¿La madre introyectada funcionando de superyó? ¿Cómo se siente usted cuando considera que actuó mal? intenta. Horrible, soy muy exigente conmigo misma; no sabe lo mal que me quedé el miércoles pasado, hasta pensé en no volver; yo lo estaba engañando ríe ¡y encima usted me descubrió! De a poco se le va borrando la sonrisa. ¿Por qué me hizo esa pregunta? Inquiere. Lo charlamos la próxima dice Gustavo levantándose. Aquí estaré informa ella.

Gustavo se apoya contra la puerta cerrada. En un instante se agudiza su dolor. La nítida conciencia de lo irreparable. Independientemente de lo que en adelante suceda, nada será igual. Cecilia me engañó dice en voz alta porque precisa escucharse para convencerse. Algo le oprime los pulmones, dificultándole la respiración. Las pesas de Camilo.

25

Miércoles 22 

Cuando Gustavo entra a Van Gogh, agitado, Santiago ya está, recostado contra la ventana, leyendo Página 12. Perdoname dice él me quedé dormido y señalando el diario pregunta ¿lavándote el cerebro? Juré no volver a hablar de política con  vos contesta Santiago, plegándolo. Café con leche con dos medialunas de grasa pide Gustavo. Solo un café doble para mí. ¿Estás a dieta, gordinflón? bromea Gustavo. No tengo hambre. Ya ante las tazas humeantes Gustavo pregunta, sonriente ¿qué te está pasando? A mí, nada. Entonces, ¿a qué viene tanto apuro? Santiago se reclina en la silla. Va sin anestesia dice bajando la mirada la vi a Cecilia con un tipo. Mi vida cambió, es el primer pensamiento de Gustavo. Quien pudiera volver el tiempo atrás, solo unas horas. Negarse a este café.  Sus miércoles son fatales. ¿Me escuchaste? pregunta su amigo. Él solo asiente con la cabeza. Supone que debe conocer los detalles por eso pregunta ¿qué estaban haciendo? Santiago lo mira. No me lo hagas más difícil, me costó un huevo decidirme a contártelo. ¿Qué estaban haciendo? eleva la voz. Se estaban besando. ¿Cómo? ¿Precisás que te lo diga?, el tipo le estaba comiendo la boca. ¿Y ella? Estás boludo, Gustavo, ella se dejaba comer. ¿Dónde? En Aeroparque. ¿Estás seguro de que era ella? No, solo me pareció, pero como soy tan pelotudo por las dudas vine y te lo dije, viejo, ¿qué te pasa?, tu mujer se estaba besando con un tipo, me duele como la san puta decírtelo pero fue exactamente así. ¿Cómo era él? Basta, Gus, preguntale a ella, no soy Sherlock Holmes. No puede ser se resiste Gustavo. No puede ser pero es, todas las minas son iguales. Cecilia no. ¡Cecilia sí! Me estás haciendo mierda. Ah, ahora el que te hace mierda soy yo, ¿vas a seguir defendiéndola? Gustavo recupera la sensación. Se está hundiendo en algo blando. ¿Qué pensás hacer? pregunta su amigo. No puedo ni pensar, me estoy hundiendo confiesa. Vamos, macho, esto no es la muerte de nadie, ¿qué pareja no se mete los cuernos alguna vez?, a veces son momentos, bien lo sabrás vos, luego pasa.  No en la nuestra, pensarás que soy un pelotudo, pero desde que la conocí a Cecilia jamás miré a otra mina; la quiero, no podés entender que es la mujer que elegí, en la que siempre confié y ahora la muy turra me toma de boludo, hace rato que está rara, que llega tarde, pero me vendió que era por el trabajo y yo se lo compré, qué imbécil, cuando le pasa a algún paciente yo pienso qué imbécil, cómo no se dio cuenta si es obvio y yo caí como un reverendo boludo, “de lo que pase en estas semanas depende mi ascenso”, ¿su ascenso en qué?, ¿en su carrera de puta? Parala, Gus, no te lo tomes así, dejala hablar, algo tendrá para decirte. No sabía que vos también eras analista; ¿qué va a tener para decirme?, ¿qué el tipo coje mejor que yo?, ¿qué se hartó de estar conmigo?, ¿qué se hartó de los chicos?;  es increíble, estuvo dejando sola a la nena, las hormonas le lavaron el cerebro se restriega los ojos ¿y qué se supone que tengo que hacer yo?, ¿echarla a patadas de casa?, ¿arrodillarme y pedirle que lo deje?; para qué mierda me lo dijiste, me partiste en dos. Serenate, hermano, así no la podés enfrentar. Hoy atiendo,  para colmo, hasta las nueve no paro. Cancelá. Gustavo lo mira, azorado. Qué culpa tienen mis pacientes. En el estado en que estás no creo que les seas de mucha utilidad. Santiago llama al mozo. Se me hace tarde dice y saca la billetera. Gustavo lo frena. Te la debo dice y segundos después, sin mirarlo, agrega gracias.

Gustavo empieza a caminar. Tú, no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor.  Le duelen los pulmones. Quisiera arrancarse la cabeza. Una mañana, un café y quince años volando por el aire. Recuerda la charla de la semana pasada. El trabajo, el ascenso, la realización personal. Jamás dudó de ella. Cómo pudo ser tan boludo. Se avergüenza de lo que ella debe de haber pensado. Pobrecito, Gus, no quiere darse cuenta. El estudiante brillante, la mano derecha de su padre,  ahora el lúcido terapeuta. Eso había sido para Cecilia. Eso había sido y ya nunca volverá a serlo. Un pelotudo convencible con una sonrisa y un abrazo. Cecilia. La columna vertebral alrededor de la cual construyó su vida. Ella siempre supo qué hacer. Cuándo tener los hijos, cuándo casarse, cuándo mudarse, adónde ir de vacaciones, a qué colegio mandar a los chicos, cuánto y cómo ahorrar. Impensable vivir sin ella. Tú me das la fuerza. Pone la llave en la cerradura. Antes de abrir mira hacia arriba. Un techo de jacarandás. Aquel paisaje donde vivo yo.


Se masajea el pecho. Tú, aire que respiro. No cede la opresión. Se prepara un té. Con mucha azúcar. Para amarga la vida, decía su abuela. Lo toma de pie. Qué se supone que tiene que hacer. Escucha el portero eléctrico. Vuelca la mitad del té y enjuaga la taza. Santiago tenía razón, no está en condiciones de ocuparse de otro. Que Freud lo ayude.