Camilo llega con bermudas. Mientras avanza hacia el consultorio, Gustavo, desde atrás observa las cicatrices. Hoy es la última vez, anuncia el chico no más sentarse. Sí, hasta febrero lo corrige él. ¿Cuándo tiempo tengo que seguir viniendo? Gustavo reflexiona. Está decidido a que sus pacientes conserven la libertad. ¿No querés venir más? pregunta. No, no es eso, solo por saber. Seguiremos trabajando en tanto vos desees y yo considere que hay algo que yo pueda seguir aportándote. Tenemos para rato, entonces. ¿Por qué lo suponés? Conocí a mi hermanita cuenta el chico. Cierto recuerda Gustavo el fin de semana; ¿y cómo resultó? Un lío; en cuanto vio a la nena, Luciana se encaprichó en alzarla, Azul se puso a llorar a los gritos, papá la retó a Lu y, para rematarla, Toby se pilló; la única que conservó la calma fue mamá, primero lo cambió a Toby y después agarró a la nena se la llevó a un lugar tranquilo y media hora después la devolvió recontenta, con una galletita en la mano y un oso en la otra; Lu estaba enojada con papá y ya no le prestó atención a la nena; Toby se fue a dormir la siesta y así terminó todo; tendrías que haber estado vos agrega Camilo, sonriendo. Todavía no me contaste lo más importante comenta Gustavo, complacido. ¿Qué? pregunta el chico, los ojos muy abiertos. ¿Cómo te sentiste vos en medio de ese caos? Camilo se queda reflexionando un largo rato. Me causó gracia contesta. ¿Gracia? inquiere Gustavo, sorprendido. Sí, en las familias con muchos chicos siempre hay lío; eso, parecíamos una familia explica con una sonrisa. Eran una familia lo corrige Gustavo. Me dio lástima cuando papá se la llevó, no sé cuándo la veremos de nuevo; ¿sabés que es lo que me dejó más tranquilo? Gustavo hace un gesto alentándolo a continuar. Me di cuenta de que mi mamá la quiere a la beba, porque si no la quisiera estaríamos todos en el horno, empezando por papá; pero mi mamá, vos ya la conociste, es lo más. ¿Tuviste a Azul en brazos? ¡No!, ¿para que se pusiera a llorar?, hay que darle tiempo, como dice mamá, yo me fui al cuarto de Toby y le leí un cuentito, él sí que me dio lástima. ¿Por qué? pregunta Gustavo. Se tiene que bancar que ya no es el más chiquito. Vos sí que tenés experiencia al respecto acota Gustavo. Y, sí, ¡tres monos después que yo! exclama el chico, busca un chiclet en su bolsillo y masca. ¿Cómo pasaron Navidad? pregunta Gustavo eludiendo abordar temas nuevos. Bien, en lo de mis abuelos. ¿Maternos o paternos? De mi mamá, mi otra abuela se murió poco antes del accidente y mi abuelo hace mucho; lo único que me alegra de que se haya muerto mi abuela, es de que no llegó a verme así hace un gesto señalando las piernas ella me quería mucho; ¿te imaginás haber sufrido por mi accidente para morirse enseguida?, una boludez; me acuerdo bien el último día que estuve con ella, jugamos a la canasta; ninguno de mis amigos sabe jugar, es juego de viejas, parece, pero a mí me encantaba; no tuve tiempo de llorar a la abuela porque después me tocó a mí; recién ahora lo pienso, pobre papá, y encima con mamá en Estados Unidos cuidando a mi tía; mal año para los Castillo. Por suerte ya pasó le recuerda Gustavo, conmovido por la madurez del chico. Sí, porque rengo y todo, estoy vivo y tan, tan mal no me va; ¿querés que te cuente de Sofía? pregunta, pícaro. Desde las vísceras, Gustavo sonríe.
Mientras se prepara un té, vibra su celular. Cecilia. Abre, alarmado. ¿Cómo te fue con tu padre? lee. En solo seis palabras, la confirmación de la cotidianeidad reinstalada. Me propuso que trabaje solo por las mañanas. A la noche te cuento escribe. Y en la certeza de que podrá compartirlo con ella le provoca una tibieza en el alma ajena al té que bebe a sorbos. Al menos por ahora, trata de protegerse. Solo falta que los análisis de Martina de mañana, la libren de otra diálisis, para poder terminar bien el 2012. Qué año imposible de olvidar. En lo bueno y en lo malo. Como todos los años, en realidad. Mes a mes, semana a semana, tejiendo la trama de la vida. De eso se trata, piensa, mientras se apresta a recibir a María Inés.