viernes, 30 de mayo de 2014

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¿Se siente bien? pregunta Laura luego de darle la mano está pálido. Un poco cansado contesta Gustavo y ella se apresura a ofrecer si quiere nos vemos otro día. De ninguna manera, pase no más. Se me nota, piensa Gustavo preocupado y recuerda que una vez su padre le comentó que los negociantes versados, huelen la miseria y presionan. En cuanto ella se sienta, él, tratando de recuperar el timón, pregunta ¿cómo se siente usted hoy? poniendo el acento en el pronombre. Laura luego de un largo rato dice esta semana estuve pensando mucho en todo lo que trabajé con usted; es extraño, no sé cómo explicárselo; me di cuenta de que, una a una, me fui sacando capas, como si fuera una cebolla y que gracias a eso me pude ver bajo otra óptica como escritora, como madre, como hermana y logré, en consecuencia, comprender procesos y modificar mis actitudes hace una pausa y luego, en voz muy baja, añade pero ahora tengo miedo. ¿Miedo? pregunta Gustavo, sumamente sorprendido. No sé si quiero seguir con esto; si siguen cayendo las capas nos encontraremos con el centro; estoy contenta con mi vida, qué si descubro cosas de mí que la pongan en peligro; pasé aquí varios meses hablando intrascendencias, no crea que no me doy cuenta, a lo mejor era mi manera de protegerme, pero al punto que hemos llegado, sé que usted no me lo permitirá lo mira con intensidad y yo tampoco. A ver si la entiendo dice Gustavo cuando logra reponerse me está planteando suspender la terapia. Ella asiente con la cabeza y luego pide no se enoje conmigo, por favor. Estoy paralizado, reconoce Gustavo, como esta mañana. ¿Por qué habría de enojarme con usted? consigue decir luego de infinitos segundos solo está manifestando sus temores; le sugiero que dejemos por hoy; durante la semana ambos pensaremos en su propuesta y el miércoles próximo tomaremos una decisión al respecto; ¿de acuerdo? De acuerdo repite ella incorporándose le pido de nuevo que no se enoje; usted bien sabe cuánto valoro el trabajo que hizo conmigo.


Gustavo precisa hablar con Ana María. No supo qué decirle a Laura. No sabe, en realidad, qué es lo más conveniente para ella. Para él, obvio. No quiere que Laura se vaya. Laura también, se dice, y recuerda en un instante el éxodo de Raúl y de María Inés. Soy un fracaso, determina. No intentará reponer los pacientes así cuando se despida el último cancelará sus miércoles y regresará a la fábrica de donde nunca debiera haber salido. Precisa ya  hablar con Ana María. Momento en que descubre que tiene temas más importantes que tratar con ella. La visión de Cecilia en robe y turbante se le impone. Por primera vez desde que la vio entrar a la cocina experimenta el violento deseo de abrazarla. Se tira en el diván. Inspira y exhala con profundidad hasta que, inexplicablemente, se queda dormido. El timbre lo sacude.

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