Tengo que apagar la cafetera, piensa, se va a recalentar el
café. Pero no logra incorporarse. Paralizado. Busca sinónimos:
detenido, estancado. Yo no estoy bien, diagnostica. Haciendo un esfuerzo se
pasa la mano por la frente: arde. Una proeza inalcanzable plantearse ir a
buscar el termómetro. Moriré sobre esta silla, pronostica. El ruido del
ascensor le acelera el pulso. Minutos después, la llave en la cerradura. A través de los
párpados cerrados adivina la mariposa roja del llavero de Cecilia. Quizá lo
cambió, piensa. Quizás él le regaló otro. De oro. Hola dice Cecilia. Él abre bruscamente los ojos pero no atina a
levantarse. No la oyó acercarse. Hola responde
él. Ella cierra la puerta, se aproxima y lo besa en la mejilla. Su perfume lo
envuelve. Es ella, qué duda. Entonces la mira. Una súbita compresión de las
costillas lo obliga a inspirar a fondo para no morir ahogado. Tú, aire que respiro. Como el náufrago
ante una tabla que se acerca, sabe que aferrarse a ella es la única posibilidad
de sobrevivir. Necesita saber ante cuál de las tres opciones planteadas por Ana
María se encuentra, pero no puede preguntar. Quiere retardar la respuesta que
lo arroje entre las olas. Ella corre la silla frente a él. ¿Te sentís bien? pregunta con el mismo rictus con que siempre
asistió a las fiebres de los chicos. Gustavo asiente con la cabeza mientras una
rabia sorda le asciende desde el abdomen. Tengo que alimentar la bronca, se
aconseja, es mi único recurso. ¿Qué pasó
que volviste antes?, ¿tu eficiencia te permitió acotar los tiempos?
pregunta mientras percibe que se está recuperando. Necesito un café dice ella. Está
recién hecho, todavía debe estar caliente informa él. ¿Te sirvo? pregunta ella. Él solo se encoge de hombros. Ella abre
la alacena Se cree en su casa, piensa él, indignado. Debería haber cambiado los
lugares, la vajilla. ¿No hay Chuker? pregunta
ella, revolviendo el estante. Compré
Hileret contesta él orgulloso me
gusta más. Instantes después, ambos, enfrentados, beben. Gustavo
resuelve que no preguntará nada. Allá
ella si le molesta el silencio. Él está acostumbrado. Por sus pacientes.
Cecilia mira hacia el piso, se toca la boca. Está incómoda, advierte él
satisfecho. Acá estamos dice ella al
cabo de un rato. Él calla. Volví informa
ella. Ya te veo. Podría haberme quedado.
Sabías que en algún momento tenías que regresar decide él abandonar su juego.
Sí, pero cambiaron las condiciones; el
hombre que se iba a gerenciar la filial tuvo un infarto; le ofrecieron a
Ricardo hacerse cargo y aceptó. Gustavo siente que mengua. Para que ella no
lo perciba aventura con voz firme y a vos
no te ofrecieron quedarte. Cecilia se endereza, eleva el mentón. Me rogaron aclara. ¿Entonces?, ¿te sienta mal el clima? Entonces tengo dos hijos. También
los tenías cuando te fuiste. No digas tonterías, jamás me plantee separarme de
los chicos, era absolutamente temporario. Gustavo percibe que la bronca vuelve a agitarse en su interior como
una botella de gaseosa que rueda por una colina. Así que volvés como si nada hubiera pasado. Nunca dije eso lo
rectifica ella, muy seria y la rabia de él se funde en la más tremenda
sensación de desamparo. Volví porque no
existe vivir sin mis hijos. Sin embargo hubo semanas en que decidiste
obviarlos. Cecilia lo mira con intensidad. Había días en que no soportaba hablarles, la única manera de seguir
resistiendo era bloquear el contacto hasta que juntara nuevas fuerzas. Gustavo
sonríe involuntariamente. No pretendo que
me creas aclara ella. De pronto ambos se miran. Los gemidos de Lacán. Luego
los gritos de Nacho la puta que te pario,
qué mierda te pasa y el ruido de la puerta de su cuarto abriéndose.
Instantes después el perro arañando la puerta de la cocina. Gustavo se para y
le abre. Lacán se abalanza sobre Cecilia con tanta fuerza que la tira al piso.
Gustavo se acuclilla junto a ella. ¿Te
lastimaste? Salvame de esta bestia pide Cecilia mientras intenta que el
perro deje de lamerle la cara. A los pocos segundos aparece Nacho. ¿Qué pasó? pregunta y en cuanto mira
hacia el piso grita ¡mamá! El
bochinche despierta a Martina. Abrazos y regalos. A las seis de la mañana los
cuatro desayunando. Tenemos tostadora
nueva informa Nacho. Las tostadas le
salen más ricas que a vos dictamina la nena. Gustavo, mientras espera que
salte el pan, cierra los ojos. No debemos
de pensar que ahora es diferente. Tú.
Pese a las protestas de los chicos, ansiosos por
quedarse con la madre, los deposita, como siempre, en las respectivas escuelas.
Casi no habla en el trayecto. De mal humor con ellos, también. Hasta el chicle
de Nacho le molesta. Cuando regresa, Cecilia está bajo la ducha. Sale envuelta
en su robe, una toalla a manera de turbante. Mil momentos como este. Juana
debe estar al llegar, piensa él. ¿Estás
apurado?, por qué no te preparás otro
café pide ella desde el dormitorio. ¿Creerá que sigue en el hotel?, piensa
Gustavo, azorado. Vestite y vamos a Van Gogh ordena y luego de unos instantes añade te espero allá y enseguida sale.
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