jueves, 29 de mayo de 2014

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Hola saluda Francisco me avisó Camilo que querías que viniera. Ambos queríamos aclara Gustavo. Padre e hijo se ubican en el diván y Gustavo, enfrente, inclina el torso hacia adelante, cruza las manos y les sonríe. Camilo mira hacia la ventana, masca chicle. ¿Pudiste conversar con tu papá? rompe Gustavo el tenso silencio. El chico se encoge de hombros. ¿Sobre qué querías que habláramos? pregunta Francisco. Camilo esboza una sonrisa burlona. ¡Sobre la capa de ozono! exclama. Por un  segundo Gustavo imagina estar frente a Nacho pidiendo información sobre el amante de su madre. Es evidente que a ambos los inquieta el tema de Azul decide ayudarlos. Camilo baja la cabeza. ¿Esa mujer ya sabe que me enteré? pregunta luego de un rato. Francisco levanta con delicadeza el mentón de su hijo, que igual hurta la mirada. Sí, y me dijo que ella también tiene muchas ganas de conocerte. ¡Que ni se lo sueñe!, yo solo te dije de la nena.  Francisco lo mira a Gustavo: un claro pedido de auxilio. Camilo ya manifestó el deseo de conocer a su hermana, me gustaría saber, cuál es tu propio deseo. Francisco queda descolocado. Me da miedo enfrentar la situación se sincera aunque no hay nada que anhele más en la vida que ver a mis cuatro hijos juntos; hace un año que, más allá del accidente de Camilo, vivo la pesadilla de tener que mentir a quienes más quiero; fue un alivio poder compartirlo con Valeria y, ahora, con Camilo, por más que él no me crea. ¿Qué tiene que ver con vos esa mujer? averigua el chico. Claudia se llama, somos amigos, solo nos liga Azul. Camilo hace una mueca despectiva. Si no vas a creer lo que te diga esta conversación no tiene razón de ser. Francisco mira a Gustavo y Gustavo a Camilo. ¿Querés seguir charlando? le pregunta. El chico redobla la energía con que masca. Bastante después inquiere ¿y cómo le cae a mamá todo esto? Francisco calla. Me parece que eso solo puede contestarlo ella interviene Gustavo. A veces siento que me odiás dice Francisco restregándose la cara. ¿A veces cuándo? pregunta Gustavo. Ahora. Camilo está enojado aclara Gustavo. El chico, por primera vez en la sesión, mira de pleno a su padre, que tiene la cabeza escondida entre las manos. Creo que no estás en condiciones de juzgar a tu papá, sólo deberías considerar en qué te perjudico a vos. ¡Llegó tarde! grita el chico ¿estabas con esa, no? Francisco se endereza. dice y no necesitás castigarme vos por eso, te aseguro que no puedo concebir remordimiento más grande; si mi muerte te devolviera las piernas hace rato que me hubiera matado. ¡Y además yo soy un boludo que crucé mal! La exclamación del chico queda suspendida en el aire del consultorio. Los dos parecen perder de vista que solo fue un accidente rompe Gustavo el silencio cada día miles de personas sufren accidentes y lo importante no es quiénes son los responsables sino como se superan; toda la familia resulta afectada y si hay algo que no sirve es echarse culpas a uno mismo ni entre sí; bastante ya se tiene como para sumar la carga de culpas y rencores.  Gustavo sirve tres vasos de agua. Todos beben. Hagamos un trato propone Camilo luego de tirar el chicle en el cesto. Lo miran, sorprendidos. Yo me perdono por boludo y vos te perdonás por impuntual. Los ojos de Francisco se humedecen. Hecho dice y eleva la mano. Camilo se la choca. Gustavo, conmovido, carraspea.


Luego de despedir a padre e hijo, Gustavo controla el reloj. Cuatro y cinco. Abre la heladera, se sirve un vaso de Coca-Cola y come un trozo de queso. Cuatro y diez. A veces María Inés llega tarde. Gustavo se sienta y tamborilea sobre la mesa de la cocina. Es obvio, se dice, no vendrá. Porque ella se lo advirtió. A las cuatro y cuarto siente la enorme necesidad de ir a dar una vuelta. No corresponde, determina, ella ya me pagó; tengo que permanecer acá, a lo mejor llama para controlarme. Hasta fin de mes deberé quedarme, piensa y experimenta una opresión insoportable. Le devolveré el dinero, decide.  Se incorpora y sale al balcón. Qué hermosa tarde. Acodado en la baranda recupera abruptamente su presente. Cecilia volvió, lo que no significa que haya vuelto. El cielo deja de importarle. Entra y se deja caer en el diván. No quiere que llegue la hora de ir a lo de Ana María. No quiere que llegue la hora de regresar a su casa. No quiero verla a Cecilia murmura y sabe que miente. La recuerda en robe. Esa imagen se transformó en un fetiche. Se le ablandan los huesos pero se le endurece otra parte del cuerpo. Me desprecio, reconoce. Para redimirse teclea el número de Natalia. Sigo ocupado. Intrépidos besos. Ya se siente mejor. Bastante.

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