jueves, 4 de septiembre de 2014

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A partir de marzo atenderé en el consultorio todas las tardes informa Gustavo. Qué buena noticia comenta Ana María desplegando su mejor sonrisa ¿está contento? Reaccionando; me lo propuso mi padre esta mañana. ¿Surgió de él? Me dijo que me precisaba en la fábrica; que prefería que trabajara, aunque fuera por las mañanas, todos los días, a que dejara de ir dos días. ¿Cómo le cayó el comentario? Ante todo me sorprendí; increíble que mi viejo admitiera que yo le era imprescindible. ¿Usted no se había dado cuenta? Gustavo se queda mirándola. Siempre sentí que él me estaba haciendo un favor a mí. Quizá sí al muchacho de veinte años que, de buenas a primera, se encontraba con la responsabilidad de un hijo, no al hombre de treinta y cinco que demostró sobradamente su eficiencia. Él se encoge de hombros. Va a contestarle cuando decide que hay algo más  importante de lo cual debe hablar. ¿Debo?, se cuestiona, porque, en realidad, quisiera obviarlo. Me acosté con Cecilia informa, luego de unos segundos, la vista baja. Hoy es usted una verdadera caja de sorpresas. No crea que me siento orgulloso. ¿Por qué no? Claudiqué dice y le cuenta el episodio de la toalla. No pude resistirme concluye su relato, las palmas unidas sosteniendo el mentón. ¿Tuvo consecuencias el episodio? Gustavo se endereza y la mira. Estamos de nuevo juntos, sin ponerle nombre, sin hacer planes, casi sin hablarlo. ¿Y cómo está usted? Él se toma su tiempo antes de contestar. Depende del momento; cuando estoy fuera, me reto bastante, por suerte estuve muy ocupado, pero cuando llego a casa y desde el palier siento el olor de la cocina, mi ánimo asciende abruptamente; no sé por qué su comida huele más que la de Juana; un placer la mesa puesta para cuatro, ver a los chicos contentos; hasta ahí todo bien, pero lo que es indescriptible es lo que experimento cada noche, cuando después de ducharme, entro al cuarto y la descubro en la cama; estamos teniendo sexo como nunca, bah, como cuando éramos pibes, mejor, porque llevamos quince años de ejercer el oficio,  conocemos cada uno de nuestros puntos sensibles;  no se asuste, Ana María, ni estoy descerebrado ni considero que tengo la vida resuelta; me dedico a disfrutar el presente; no sé cuánto durará, ya tendré tiempo para llorar cuando venga la mala. Si es que viene comenta ella, sonriendo. Él agita la cabeza. Todo es absolutamente endeble; mi sensación es que si respiro demasiado fuerte el castillo de naipes se desmoronará. ¿Cómo lo tomaron los chicos? Su nivel de percepción es sobrenatural; ¿me quiere creer que no hicieron la menor pregunta ni el más mínimo comentario?; se plegaron a la consigna nunca formulada: nada de planteos, dejémonos fluir; la que preguntó, y bastante, fue mi madre; pero le contesté tan mal que se le fueron las ganas de insistir; no sé qué le habrá dicho Cecilia a sus padres porque, al menos a mí, no me hicieron ningún comentario; decidimos que este fin de año lo pasaremos los cuatro solos, ya cumplimos en Navidad con todos los familiares. ¿Cómo está Martina? Aparentemente bien; mañana le hacen de nuevo análisis, esperemos que vuelva a zafar de la diálisis. Ana María, en completo silencio, casi inmóvil, lo observa con su enigmática sonrisa. Como tantas veces, piensa él.Mona Lisa ¿Tiene registro de cómo creció durante estos seis meses? pregunta ella y él experimenta una emoción tan profunda que carraspea para controlarla. Se sirve agua y pregunta ¿seguimos con el mismo horario el año próximo?

Gustavo se dirige hacia el auto. Está poniendo la llave en la cerradura cuando lo sacude el olor a jazmines. Gira. Justo frente a él, un kiosco de flores. A Cecilia le encantan los jazmines, piensa. ¿Cuánto hace que no le compra flores? Es solo un momento de debilidad. Abre la puerta del coche con brusquedad. Y, sin calentar el motor, arranca.

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