Por primera vez festejamos la Nochebuena en casa; mamá no quería saber de nada, decía que cómo me iba a tomar tanto trabajo estando el nene; pero yo sentía que, por alguna razón que se me escapaba, precisaba organizar todo yo cuenta Daniela fue rarísimo; compré un mantel rojo, un arbolito y montones de adornos; Lucas estaba encantado, me alcanzaba las bombitas para que yo las colgara. ¿Nunca antes tuviste ganas de armar el arbolito? Nunca se me pasó por la cabeza, es increíble, teniendo mi propio hijo; para mí el único árbol que existía era el de la casa de mis padres y punto. A lo mejor, recién al poder revivir tu propia infancia en toda su magnitud, pudiste dejarla de lado y sentirte, por primera vez, una completa adulta. Sí, es raro; se supone que debería estar enojada con mis viejos, sin embargo, mi clara sensación era que tenía que agasajarlos; y, la comida no me salió tan bien como a mi madre, obvio, pero todos estuvimos contentos; el nene comió sentado a la mesa con todos y entendió que tenía que esperar a las doce para abrir los regalos; está progresando a pasos agigantados; bien, todo mucho mejor. Daniela busca en su cartera un paquete de pastillas. Lo abre con parsimonia. Se pone una en la boca. Me parece que te olvidaste de alguien en tu relato. No entiendo. No lo nombraste a Ariel. Ah Daniela sonriendo, pero luego se pone seria al decir la verdad es que lo tengo relegado últimamente; estoy deseando irme de vacaciones; Lucas siempre está rodeado de todos los profesionales que lo atienden, nos vendrá bien estar los tres solos; la macana es que tendremos al nene en el cuarto de nuevo sonríe en fin, todo no se puede. Gustavo está por preguntarle qué pasó con su deseo de tener otro hijo pero decide que no es momento de abrir temas; ya lo hablarán en febrero, lo anotaré en la ficha para no olvidarme, piensa, y cuando lo piensa lo invade una profunda satisfacción; su profesión se proyecta en el futuro, logró surcar el primer año. ¿Me escuchó? reclama Daniela. Gustavo se sobresalta. Perdoname dice estaba pensando en qué trabajaremos a la vuelta de las vacaciones. Ella ríe. Creí que se había aburrido de mí dice. Gustavo siente la necesidad de hacer un cierre y pregunta ¿qué sentís que te llevás de estos se toma unos segundos para calcular cinco meses de trabajo? Ella se queda reflexionando. Qué decirle, no quedó nada en pie; primero y principal, admití el autismo de mi hijo y, gracias a Dios, ya está en tratamiento y mejorando día a día; pude recuperar los terrores de mi infancia lo que alivió mis irracionales temores del presente; me acerqué más aún a mi madre; logré trabajar desde casa; me queda pendiente el tema de Ariel, ¿eso es lo que anotó para febrero? pregunta sonriente. Él asiente con la cabeza. Eso y el proyecto de otro hijo adelanta. ¡Tenemos asegurado todo el 2013! comenta ella. Si mantenemos el ritmo con el que estuvimos trabajando creo que lo vamos a resolver en unos pocos meses. Ella mira el reloj. Hoy me tengo que ir un rato antes; le dejé el nene a mamá pero tiene dentista; se rompió el puente comiendo nueces. El costo de las fiestas comenta Gustavo levantándose. Buen fin de año se despide ella y ojala que su hijita se reponga del todo. Él oprime la mano que ella le tiende y luego la besa en la mejilla.
Gustavo se tiende en el diván. Cruza las manos debajo de la nuca y cierra los ojos. Último día del 2012 en el consultorio. Abre los ojos, recorre las paredes. Demasiado blancas, haría falta otro cuadro. Quizá también almohadones de colores. Recuerda que discutió con Cecilia al respecto. Él frenó todos los intentos de ella de decorar el consultorio. Lo había querido así, casi aséptico. Pero ya no. Tal vez sus pacientes estarían más distendidos en un ambiente más acogedor. ¿O soy yo el que necesita sentirse como en casa?, reformula, ¿el que empieza a sentir este consultorio como su propia casa? Uno, dos, tres, piensa. Se levanta, va al baño, baja las persianas. Mañana se ocupará Juana de la basura. Cuando está por cerrar la puerta, vuelve a abrirla y observa el consultorio en penumbras. Por suerte vendré por María Inés, recuerda mientras pone la llave en la cerradura.
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