¿Se siente bien? pregunta Laura luego de darle la mano está pálido. Un poco cansado contesta
Gustavo y ella se apresura a ofrecer si
quiere nos vemos otro día. De ninguna manera, pase no más. Se me nota,
piensa Gustavo preocupado y recuerda que una vez su padre le comentó que los
negociantes versados, huelen la miseria y presionan. En cuanto ella se sienta,
él, tratando de recuperar el timón, pregunta ¿cómo se siente usted hoy? poniendo el acento en el pronombre.
Laura luego de un largo rato dice esta
semana estuve pensando mucho en todo lo que trabajé con usted; es extraño, no
sé cómo explicárselo; me di cuenta de que, una a una, me fui sacando capas,
como si fuera una cebolla y que gracias a eso me pude ver bajo otra óptica como
escritora, como madre, como hermana y logré, en consecuencia, comprender
procesos y modificar mis actitudes hace una pausa y luego, en voz muy baja,
añade pero ahora tengo miedo. ¿Miedo? pregunta
Gustavo, sumamente sorprendido. No sé si
quiero seguir con esto; si siguen cayendo las capas nos encontraremos con el
centro; estoy contenta con mi vida, qué si descubro cosas de mí que la pongan
en peligro; pasé aquí varios meses hablando intrascendencias, no crea que no me
doy cuenta, a lo mejor era mi manera de protegerme, pero al punto que hemos
llegado, sé que usted no me lo permitirá lo mira con intensidad y yo tampoco. A ver si la entiendo dice
Gustavo cuando logra reponerse me está
planteando suspender la terapia. Ella asiente con la cabeza y luego pide no se enoje conmigo, por favor. Estoy
paralizado, reconoce Gustavo, como esta mañana. ¿Por qué habría de enojarme con usted? consigue decir luego de
infinitos segundos solo está manifestando
sus temores; le sugiero que dejemos por hoy; durante la semana ambos pensaremos
en su propuesta y el miércoles próximo tomaremos una decisión al respecto; ¿de
acuerdo? De acuerdo repite ella incorporándose le pido de nuevo que no se enoje; usted bien sabe cuánto valoro el
trabajo que hizo conmigo.
Gustavo precisa hablar con Ana María. No supo qué
decirle a Laura. No sabe, en realidad, qué es lo más conveniente para ella.
Para él, obvio. No quiere que Laura se vaya. Laura también, se dice, y recuerda
en un instante el éxodo de Raúl y de María Inés. Soy un fracaso, determina. No
intentará reponer los pacientes así cuando se despida el último cancelará sus
miércoles y regresará a la fábrica de donde nunca debiera haber salido. Precisa
ya hablar con Ana María. Momento en que
descubre que tiene temas más importantes que tratar con ella. La visión de
Cecilia en robe y turbante se le impone. Por primera vez desde que la vio
entrar a la cocina experimenta el violento deseo de abrazarla. Se tira en el diván.
Inspira y exhala con profundidad hasta que, inexplicablemente, se queda
dormido. El timbre lo sacude.