Veni, papi. Gustavo se desembaraza de Lacan y se dirige a la cocina. La nena, en un banquito, revuelve la cacerola con una cuchara de madera. Cecilia, el pelo recogido con una gomita, delantal, cuela el arroz en la pileta. Una nube de vapor asciende hacia su rostro. Él besa a la nena en el cabello. Lo hice casi sola. Cecilia lo mira, sonriente. Hola le dice él mientras tira la pastilla en el cesto.
Gustavo, sentado en su lugar, usando su servilleta, observa a su familia. A mi exfamilia, piensa. Nacho conversa animadamente con Cecilia, sobre la fiesta que tendrá el próximo sábado. Martina pasa el pan por la salsa. Qué rico que me salió dice viste, papi, qué suerte, cuando mami se vaya a Chile yo ya puedo cocinar. La cabeza de Cecilia gira pero cuando nota que Gustavo la está mirando desvía rápidamente la vista. Nacho aparta el plato a medio comer. Me voy a bañar informa mientras se levanta. Mami, cuando vuelvas lo vas a encontrar a papi más gordito. Ahora sí, las miradas de Gustavo y Cecilia coinciden.
Gustavo se está secando cuando toma una decisión. El piyama se resiste a deslizarse sobre su cuerpo todavía húmedo. Lo tironea. Cuando entra al cuarto Cecilia se está desvistiendo. Él gira instintivamente la cabeza. Dame unas sábanas para el sillón del living pide. La cabeza de Cecilia emerge del camisón. ¿Por qué? Y vos me lo preguntás… ¿será porque me cansé de compartir la cama con la amante de otro hombre?; ¿dónde están? reclama de muy mal modo, momento en el que repara que ni siquiera sabe dónde se guardan las sábanas. No quiero que te vayas dice ella. ¿Me estás tomando el pelo? Ella se acerca y le apoya las manos en los brazos. Tratemos de aprovechar los días que nos quedan. Él se aparta. ¿Estás loca o lo hacés de jodida? Bajá la voz pide Cecilia y luego agrega yo te sigo queriendo. Gustavo siente que las piernas se le aflojan. Tengo ganas de pegarle, piensa. Traga saliva y dice ¿te das cuenta de lo que me estás haciendo?, te vas a Chile con tu amante, abandonás a los chicos y en lugar de ayudarme a cortar lo que me une a vos, decís que me querés para que yo no pueda desprenderme del amor que te tuve. Ella se echa el cabello hacia atrás. Tenés razón dice perdóname. ¡Papi! grita Martina ¿me traés soda? Gustavo va a la cocina. Cuando regresa del cuarto de la nena, el sillón está abierto y la cama hecha. Se está metiendo entre las sábanas llenas de princesas cuando escucha los pasos de Cecilia. ¿Tomamos un café? propone. Él quiere no estar, desaparecer, dejar de existir pero la sonrisa de Cecilia, camisón rosa, chinelas, cabello alborotado, es irresistible. Busca las pantuflas y se incorpora. La sigue a la cocina. No te voy a preguntar cómo estás porque te vas a enojar pone el agua y el café en la máquina, saca los pocillos de la alacena; luego agrega pero necesito saber qué pensás, qué sentís. Claro, porque me querés dice él con sorna. Aunque no puedas entenderme, te quiero tanto como siempre. El rostro de Gustavo se crispa. Lo único que conseguís así es irritarme; accedí a este café porque los días van corriendo y todavía no solucionamos lo operativo. ¿Querés que los chicos se queden aquí? pregunta al tiempo que sirve el café. Gustavo la mira desconcertado, ¿esa es la mujer con quien vivió durante quince años? Se clava las uñas en la palma de la mano. Por lo visto considerás un dato menor el hecho de no desarraigar a tus hijos; ¿te parece sumarle a tu ausencia un cambio de decorado?; malditas las ganas que tengo de hacerme cargo de chicos y casa pero no se me pasa por la cabeza sumarles otro dolor: Cecilia, ¿tan loca estás que ya no te importa lo que les pase? Ella lo mira con intensidad al decir no te esfuerces porque no conseguirás hacerme sentir que los abandono; me voy solo dos meses y los dejo en buenas manos, ya sean las tuyas o las de las abuelas apura de un trago su café el que más me preocupa es Nacho. A él le sorprende el comentario. ¿Nacho?, a mí me aflige más Martina. Cecilia sonríe con sorna. Por eso me preocupa Nacho. No te entiendo dice él mientras siente una opresión entre las costillas. Vos solo pensás en la nena, Nacho no forma parte de tu mundo. La opresión ya es una garra. Vos sí que pensás en ellos. Sí, hace catorce años que son el centro de mis pensamientos, los dos por igual, porque yo nunca hice diferencias entre mis hijos. ¿Qué querés sugerir? No lo sugiero, lo digo, lo afirmo, lo firmo; vos no los querés igual; ¿no te diste cuenta todavía? Gustavo quisiera poder contestarle que no es cierto, que es un infamia pero solo dice ¿te parece que este es justo el momento para que deliberemos sobre mis deficiencias paternas cuando a vos te ne frega lo que les pase; sí, vos sos muy ecuánime porque te importa tan poco una como el otro; tratemos de centrarnos en los temas de índole práctica, horarios, instrucciones. Cecilia lo mira, con desprecio, cataloga, Gustavo, y dice ya vengo mientras abre la puerta. Regresa al rato con un cuaderno. Se sienta, lo abre y toma un trago de café. Está frío comenta, lo mira y explica te anoté los horarios de las actividades; todos los números de teléfono que puedas precisar; los remedios que toman para cada malestar; las fechas de las próximas pruebas, las reuniones de padres, las citas con el dentista; con Juana ya hablé, le dejé los menús preparados para todo este tiempo; ya llené el freezer y el placar del baño explota de dentífricos y champús; ahora te muestro donde dejé unos regalos para los eventuales cumpleaños de los amigos. Gustavo está azorado, nunca pensó que fueran tantas las cosas en las que había que pensar. El hogar transformado en una PyME. ¿Y se supone que él debe ocuparse de esa infinidad de ítems? Una pesadilla. Creo que no faltará nada dice Cecilia, satisfecha. No, quedate tranquila, solo faltarás vos. Los ojos de Cecilia se humedecen. Mejor me voy a dormir dice y sale. Gustavo deja las tazas en la pileta. Apaga la luz.
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