miércoles, 31 de julio de 2013

3

Camilo se estira los dedos, resopla, la vista clavada en la ventana.  Parece que estás de mal humor sugiere Gustavo y recuerda a Martina, en la próxima pausa tratará de calmarla. Re admite el chico. ¿Me querés contar por qué? La profe de Cívica nos mandó un trabajo superlargo para mañana y al final lo tengo que hacer yo solo. Qué tal si me explicás desde el principio.  Camilo se endereza en el asiento, lo mira. Me tocaba  con Leo, pero yo tuve que venir para acá; él me invitó a dormir para hacerlo a la noche pero yo no quise. El chico saca el celular del bolsillo, lo abre, vuelve a guardarlo. Se rasca la nariz.  ¿Por qué no quisiste ir? El chico se ruboriza Leo tiene una hermana. ¿Entonces? Las mujeres molestan, no te dejan estudiar. Gustavo, divertido, agrega vos también tenés una hermana. Pero es chica dice Camilo mientras juega con la malla del reloj. ¿Y la de Leo? Es más grande que yo, está en segundo¿Cómo se llama? Sofía contesta y las mejillas ya son dos frambuesas. A Gustavo le cuesta ocultar una sonrisa. Contame cómo es. Morocha, alta, con el pelo por la cintura la mirada de Camilo se entierra en el piso linda, relinda y dos  lagrimones comienzan a rodar. Al cabo de un buen rato Gustavo pregunta ¿por qué llorás? El chico levanta la cara mojada. ¿No te das cuenta?, por estas muletas de mierda. Gustavo siente el impulso de abrazarlo. No,  tras  dos meses de intentarlo Camilo pudo quebrarse, de ninguna manera debe consolarlo. Piensa y piensa hasta que le llega la frase correcta. Un alivio. Está por decir vos no sos tus muletas, cuando el chico se limpia las mejillas con la manga y pregunta ¿puedo ir al baño? Gustavo asiente, lamentándolo. Cuando lo ve de espaldas, alejándose, se acuerda de Nacho. Cierra los ojos. ¿Cuál era Tomás?, ¿el rubiecito que llevaron a Pinamar? Cuando la llame a Martina se lo preguntará. Solita en casa, qué peligro. Cecilia está loca, le hubiera avisado a Juana. Gustavo escucha las muletas. Parpadea. Camilo se acomoda. Él intenta ¿en qué estás pensando? y no se sorprende cuando Camilo, como si le hubieran apretado un botón, arranca en el trabajo de Cívica, tenemos que buscar en los diarios notas sobre la discriminación y después comentarlas. Gustavo podría intentar relacionarlo con las muletas pero el momento ya pasó. Habrá que tener paciencia. Camilo sigue hablando de lo que planea escribir. Qué lúcido es este pibe, evalúa Gustavo y escucha con interés los proyectos cívicos de Camilo.


Cierra la puerta tras chico y padre. Inspira hondo. Se acerca al escritorio,  busca el teléfono y llama a su casa. Sin éxito. El pulso se le acelera. Recién al tercer intento obtiene el jadeo de Martina. Me estaba duchando. ¿Cómo vas a bañarte estando sola?, ¡mirá si te pasaba algo! Vení, entonces. Ya te explique que los miércoles tengo pacientes. Qué me importa, deciles que me enfermé. Gustavo va a retarla cuando suena el timbre. Te dejo, preciosa informa. Papi, ¡me hiciste salir mojada del baño! Vuelvo a llamarte en cuanto pueda promete.  ¿Dónde mierda está Cecilia? ¡Papá! grita la nena  pero el timbre insiste y él tiene que cortar. No le gusta hacer esperar a sus pacientes. Se acomoda el cuello de la camisa a cuadros y se pasa los dedos entreabiertos por el cabello. Ensaya ante el espejo su sonrisa de analista. Abre. El perfume de María Inés lo arrasa. Se le humedecen las manos.

martes, 30 de julio de 2013

2

Laura le tiende la mano. Gustavo nota que hoy está especialmente arreglada. El pelo distinto, ¿más corto? evalúa mientras la observa sentarse. Todos sus modales son delicados, de señora. Ayer llamé a la editorial, “no debe considerarlo un negocio sino un gasto”, me aclaró el dueño,  dice con retintín como si yo no lo supiera  se reacomoda en el diván, suspira y continúa estuve revisando álbumes y rescaté una foto para la tapa, tendría unos dos años. ¿Quién? la interrumpe Gustavo. Yo contesta irguiéndose  ¿usted tampoco me presta atención cuando hablo de mi libro? ¿Usted supone que no le prestan atención? Laura hace una mueca despectiva y sigue la foto es de mala calidad pero los ojos dan exactamente el tono. ¿Y cuál sería ese tono? Ella permanece callada unos segundos. Mira la alfombra. Tristes, muy tristes. Como los tiene hoy piensa él y los ojos de ella se llenan de lágrimas. No sabe lo que fue mi mañana  Laura se seca las mejillas con el dorso de la mano desde que están los pintores la casa es un caos, por suerte ayer me había dejado la ropa preparada, pero el sobre con la foto no aparecía por ningún lado, subí y bajé mil veces, finalmente lo encontré en el primer lugar en que lo había buscado; le tocó entonces el turno al celular, me llamé otras mil veces pero no sonaba, hasta que me iluminé y lo encontré en el bolsillo de la robe colgada dentro del placar; cuando miré el reloj casi me muero,  corrí las siete cuadras hasta el subte, la camisa chorreada de transpiración; mientras bajaba las escaleras busqué en mi billetera. Gustavo carraspea, Laura no está diciendo nada, cuánto más debe dejarla hablar. Ella continúa. Luis siempre me da tarjetas que nunca uso, encontré una;  el molinete la chupó pero el fierro se atrancó; fui hasta la ventanilla, todos cargaban la SUBE, Gustavo tose para ocultar un incipiente bostezo, la mujer me miró mal cuando compré un pase; lo probé pero el molinete no cedió, hasta que lo empujé con más fuerza, o sea, la tarjeta anterior hubiera servido; me sentí tan idiota  hace una pausa y cabecea, abatida  por fin logré salir del subte, atravesé el gentío de  Corrientes y llegué; me atendió una chica joven, que hojeando la novela mientras hablaba por teléfono dictaminó “se nota que no es una principiante”. ¿Usted considera que su obra es la de un principiante? Basta, Gustavo ella eleva la voz pero instantes después pide perdón  y como él solo esboza una sonrisa ella continúa a veces al  releerme siento que sí, y a mi edad, es tristísimo. Veo que no está en un buen día dice él sonriendo. Todavía no le conté la pelea con Luis. Laura se acomoda el cabello y lo mira. La escucho dice. Discutimos por la plata, por lo que debía invertir en la publicación. Qué raro viniendo de él acota Gustavo. Me pidió que esperara la respuesta de Alfaguara  aclara ella. Entonces no le cuestionó la inversión la corrige. Sí, porque nunca me van a contestar. Quizás él considera que sí, confía en usted. Los ojos de Laura de nuevo se humedecen tampoco le conté que me estaba esperando en la puerta de la editorial. ¿Con quién, entonces, está tan enojada? ¡Conmigo! contesta y se echa a llorar. Gustavo espera a que se calme y luego dice pues yo la felicito. Laura se suena la nariz, abolla el pañuelo entre las manos y sigue hablando. Ahora de los pintores. A él le cuesta mucho prestarle atención. Le recuerda a su madre. Esa manera de enhebrar las frases casi sin fisuras. Ella cambia de posición. Cruza las piernas. Él le observa los tobillos. Sorprendentemente finos para su edad. En eso no se parece a su mamá.


Gracias dice Laura mientras le da la mano me salvó el día. Él sonríe y cierra la puerta, despacio,.Todavía sonríe  cuando vibra su celular. ¿A qué horas venís? dice Martina no tuve clases a la tarde, mamá tiene una reunión y no vuelve hasta las nueve.  ¿Y Nacho? Recién se fue a lo de Tomás. ¿Quién es Tomás? ¡Papi!, ¡Tomás es el mejor amigo!  Él tiene la extraña sensación de que se hunde  en algo blando. Pero estás con Juana atina a decir y sigue hundiéndose porque Martina resopla los  miércoles no viene. Entonces estás solita. Obvio dice la nena y agrega, burlona a menos que cuentes a Lacán que está acá, lamiéndome. El timbre suena. En cuanto pueda te llamo, no le abras a nadie. Corta interrumpiendo las protestas. El timbre vuelve a sonar.  Gustavo se apura a atender. Hoy lo tengo que retirar diez minutos antes dice el padre de Camilo y se mete en el ascensor que dejó abierto. El chico avanza con dificultad,  apoya las muletas en el diván y se deja caer sobre el respaldo. Bufando se saca la campera.

lunes, 29 de julio de 2013

1

AGOSTO 2012
Miércoles 1

Gustavo  junta los papeles llenos de tachaduras esparcidos sobre el escritorio. ¿Para qué imprimís mil veces, pa? se burla siempre Nacho, gastás los cartuchos, corregí en la pantalla.  Se incorpora, abre la puerta del balcón y se acoda sobre la baranda. Dan ganas de dejarse caer sobre el colchón tejido de vereda a vereda por las copas de los jacarandás. Por eso, a pesar de la opinión de su padre, eligió el departamento. Ama esas pocas cuadras de Melián. El follaje amortiguando el ruido de los escasos autos sobre los adoquines. Se llena los pulmones de aire frío  y entra. Ya en la cocina, revisa el cronograma adherido a los azulejos. Sus pacientes, todavía no puede creerlo. Soy un aprendiz, piensa, un aprendiz de treinta y cinco años. Aprendiz de terapeuta, dice en voz alta. Pone sobre la bandeja una jarra con agua fría y dos vasos; la deposita sobre la mesita del consultorio. Casi la hora.