Usted tenía razón anuncia Gustavo en cuanto se sienta.
¿A qué se refiere? interroga Ana María. Él le cuenta el sueño de Camilo.
El reloj de arena. Le sugerí que hablara
con su padre de la tardanza. Gustavo, satisfecho de sus
intervenciones, espera algún elogio pero
Ana María, como si no hubiera escuchado cuanto acaba de transmitirle, pregunta ¿qué fue
lo que le generó más dificultades en su consultorio hoy? Él, de algún modo
ofendido, intenta revivir las sesiones. Percibe, con horror, que tiene la mente en blanco. No se acuerda; acaba
de volcar todo en las fichas y no se acuerda. Luego le aparece una imagen de la
última sesión. Suspira, aliviado. Estoy
intentando recordar qué me altero de lo que me contó Daniela, pero se me
escapa. Cierre los ojos, tómese su tiempo indica Ana María. Los segundos
transcurren sin que él logre concentrarse. Una ira difusa creciendo en su
interior. Gustavo abre los ojos. Esto no tiene sentido dice tengo que resolver qué voy a hacer con
mi mujer y estoy aquí pensando pelotudeces y ni bien termina de decirlo se
sorprende de su agresividad, de su grosería. Perdón
pide no sé qué me pasa. Ella sonríe,
su puta sonrisa, piensa él, y pregunta ¿es usted el que está decidiendo? No
entiendo. ¿Depende de usted que su mujer decida irse o quedarse? Gustavo
siente que el mundo se le viene abajo. Cecilia tiene el poder. Su única
posibilidad de decidir hubiera sido
echarla el mismo día en que descubrió su infidelidad. Soy un pelotudo dice ni
siquiera me había dado cuenta de que ya nada depende de mí; ella está usando
nuestra casa con toda tranquilidad y confort hasta que pueda irse con el otro; no
sé cómo pude equivocarme tanto con ella, jamás pensé que se animaría a hacer
algo así. Quizás es más osada de lo que usted consideraba. Las palabras atraviesan su cabeza,
de oreja a oreja, piensa, pero en lugar de irse retornan. No pensó que Cecilia
es osada, jodidamente osada. No quiere estar ahí. Prefiero irme informa levantándose. Ana María se encoge de hombros. No puedo
retenerlo a la fuerza. Gustavo vuelve a sentarse. Me
avergüenzo ante usted de mí mismo, cómo puedo hacerme cargo de pacientes cuando
soy incapaz de hacerme cargo de mi propia vida. Una cosa no quita la otra, en
tanto pueda separarlas dentro del consultorio sonríe y, por lo que me contó de
su miércoles, puede con holgura. Ahora es ella la que se incorpora. Le
pido que durante esta semana piense por qué no pudo contarme que remueve en
usted Daniela. No es que no pude intenta
justificarse. Lo dejamos para la próxima.
Mientras maneja, Gustavo piensa en Ana
María. Se toma demasiadas atribuciones. Mañana llamará a … , le toma unos
segundos recordar el nombre de su analista, llamará a Andrés a ver cuándo comienza a atender, maldito el momento que
eligió para enfermarse. Ya por Cabildo se da cuenta de que no quiere regresar a
su casa. ¿Quién lo obliga? Cuando el
semáforo se pone en verde aprieta con brusquedad el acelerador. El motor grita.