martes, 23 de febrero de 2016

47

Usted tenía razón anuncia Gustavo en cuanto se sienta. ¿A qué se refiere? interroga Ana María. Él le cuenta el sueño de Camilo. El reloj de arena. Le sugerí que hablara con su padre de la tardanza.  Gustavo, satisfecho de sus intervenciones,  espera algún elogio pero Ana María, como si no hubiera escuchado cuanto acaba de transmitirle, pregunta  ¿qué fue lo que le generó más dificultades en su consultorio hoy? Él, de algún modo ofendido, intenta revivir las sesiones. Percibe, con horror, que  tiene la mente en blanco. No se acuerda; acaba de volcar todo en las fichas y no se acuerda. Luego le aparece una imagen de la última sesión. Suspira, aliviado. Estoy intentando recordar qué me altero de lo que me contó Daniela, pero se me escapa. Cierre los ojos, tómese su tiempo indica Ana María. Los segundos transcurren sin que él logre concentrarse. Una ira difusa creciendo en su interior. Gustavo abre los ojos.  Esto no tiene sentido  dice tengo que resolver qué voy a hacer con mi mujer y estoy aquí pensando pelotudeces y ni bien termina de decirlo se sorprende de su agresividad, de su grosería.  Perdón pide no sé qué me pasa. Ella sonríe, su puta sonrisa, piensa él, y pregunta  ¿es usted el que está decidiendo? No entiendo. ¿Depende de usted que su mujer decida irse o quedarse? Gustavo siente que el mundo se le viene abajo. Cecilia tiene el poder. Su única posibilidad de  decidir hubiera sido echarla el mismo día en que descubrió su infidelidad. Soy un pelotudo dice ni siquiera me había dado cuenta de que ya nada depende de mí; ella está usando nuestra casa con toda tranquilidad y confort hasta que pueda irse con el otro; no sé cómo pude equivocarme tanto con ella, jamás pensé que se animaría a hacer algo así. Quizás es más osada de lo que usted consideraba. Las palabras atraviesan su cabeza, de oreja a oreja, piensa, pero en lugar de irse retornan. No pensó que Cecilia es osada, jodidamente osada. No quiere estar ahí. Prefiero irme informa levantándose.  Ana María se encoge de hombros.  No puedo retenerlo a la fuerza. Gustavo vuelve a sentarse.  Me avergüenzo ante usted de mí mismo, cómo puedo hacerme cargo de pacientes cuando soy incapaz de hacerme cargo de mi propia vida. Una cosa no quita la otra, en tanto pueda separarlas dentro del consultorio sonríe y, por lo que me contó de su miércoles, puede con holgura. Ahora es ella la que se incorpora.  Le pido que durante esta semana piense por qué no pudo contarme que remueve en usted Daniela.  No es que no pude intenta justificarse. Lo dejamos para la próxima.


Mientras maneja, Gustavo piensa en Ana María. Se toma demasiadas atribuciones. Mañana llamará a … , le toma unos segundos recordar el nombre de su analista, llamará a Andrés a ver cuándo  comienza a atender, maldito el momento que eligió para enfermarse. Ya por Cabildo se da cuenta de que no quiere regresar a su casa. ¿Quién lo obliga?  Cuando el semáforo se pone en verde aprieta con brusquedad el acelerador. El motor grita.

lunes, 1 de febrero de 2016

27

¿Cómo anduvo la semana? pregunta Gustavo. Bien contesta Camilo. ¿Algo que me quieras contar? El chico niega con la cabeza. ¿Algún otro sueño? ¿Por qué te interesan tanto los sueños? Los sueños suelen expresar sentimientos que están muy dentro de nosotros, de los que a veces no nos damos cuenta. Camilo saca un chicle del bolsillo y pregunta ¿te molesta? Gustavo niega. El chico masca en silencio. Luego de un buen rato clava la vista en Gustavo. Desafiante. Sí que me acuerdo del accidente dice. Gustavo experimenta una profunda emoción. ¿Me lo contás? propone. El chico hace un globo. Se le revienta  contra los labios. Se saca el chicle de la boca, lo envuelve en un pañuelo de papel que agarra de la mesita y se lo mete en el bolsillo. Crucé la calle corriendo cuenta y un auto me atropelló. Unos segundos después agrega la culpa fue mía y calla. ¿Por qué hablás de culpas? Porque soy un pelotudo, crucé mal. ¿Cambia en algo las cosas adjudicarle a alguien la culpa? ¡¡No entendés que estoy rengo y encima es por mi culpa!!  Si la culpa hubiera sido del auto, ¿te sentirías mejor? El chico lo mira, parece sorprendido. Me gustaría que me contaras el accidente con detalle, todo lo que recuerdes, todo lo que se te vaya presentando. ¿Para qué? Creo que si lográs revivirlo, te vas a sacar las pesas de encima. El chico carraspea y cuenta estaba caminando por la calle y empecé a correr, seguí corriendo y cuando llegué a la esquina no paré y el auto me pisó y me quedé rengo. Gustavo sirve dos vasos de agua. Ambos toman. Camilo se recuesta sobre el respaldo. Estoy muy cansado dice. ¿Querés acostarte? propone Gustavo y como el chico solo lo mira se rectifica me gustaría que te acostaras. Camilo se encoge de hombros y obedece. Gustavo le alcanza un almohadón. Cerrá los ojos pide pensá de nuevo en el accidente. Camilo se oprime los párpados. ¿En dónde estás? En la esquina del colegio contesta en un susurro. Estás caminando por la calle y de pronto empezás a correr hace una pausa ¿por qué empezás a correr? Porque lo veo a mi papá. ¿De dónde venís? De lo de Leo, fui a lo de Leo a hablar por teléfono porque mi hermana tenía miedo. ¿Miedo de qué? Era tarde y papá no llegaba y yo lo llamo pero no me atiende entonces vuelvo porque dejé sola a Luciana y ella tiene miedo porque es chica y además mujer, y cuando vuelvo lo veo a papá y cuando lo veo me alivio entonces corro y corro hasta que mi papá grita Camilo y entonces yo me paro y ahora escucho los frenos del auto y después estoy en el piso y el auto está arriba mío y me quiero parar pero siento tanto peso y se me cierran los ojos yo los quiero abrir pero se me cierran y me duele y después lo escucho a papá y abro los ojos y lo veo pero ya no los puedo abrir más y después escucho una sirena pero desde afuera porque estoy adentro y alguien me golpea el pecho y cuando al fin puedo abrir los ojos los veo a mi hermana y a mi papá pero no me miran porque mi hermana llora y mi papá la abraza y el hombre me sigue pegando y me doy cuenta de que me voy a morir porque ya no puedo respirar entonces me mueven y me bajan y me sacudo y me duele y todos gritan y alguien me agarra la mano y es mi mamá porque la escucho y tengo una máscara y me muero y me duele tanto que grito y lo llamo a mi papá y le pido que me ayude porque un cocodrilo me está mordiendo las piernas y mi papá me abraza y me dice que ya todo va a pasar pero no es cierto porque abro los ojos y lo veo a mi papá que está llorando y yo nunca lo vi llorar a mi papá. Camilo calla. Las lágrimas ruedan silenciosas por sus mejillas. Gustavo se incorpora. Se sienta a su lado en el diván y le toma la mano. Estoy con vos, acá. El chico abre los ojos. Se sienta. Gustavo lo abraza. Camilo solloza.


Gustavo no puede tolerar el roce de la camisa, le duele la piel. Se desabrocha un par de botones. Pocas veces en la vida se sintió tan conectado a un ser humano. Quizás en los partos de Cecilia. El dolor del pibe metiéndose dentro de su propia piel. ¿Habría servido para algo remover lo que la sabia defensa del chico había decidido reprimir?, ¿qué le había hecho? A Camilo le había costado incorporarse, caminar. Un Cristo arrastrando las muletas. Recién al abrirle a María Inés, al sentir su perfume de mujer, recupera su propio dolor. Cómo creerlo de Cecilia.