¿Cómo anduvo la semana? pregunta
Gustavo. Bien contesta Camilo. ¿Algo que me quieras contar? El chico
niega con la cabeza. ¿Algún otro sueño? ¿Por
qué te interesan tanto los sueños? Los sueños suelen expresar sentimientos que
están muy dentro de nosotros, de los que a veces no nos damos cuenta. Camilo
saca un chicle del bolsillo y pregunta ¿te
molesta? Gustavo niega. El chico masca en silencio. Luego de un buen rato
clava la vista en Gustavo. Desafiante. Sí
que me acuerdo del accidente dice. Gustavo experimenta una profunda
emoción. ¿Me lo contás? propone. El chico hace un globo. Se le
revienta contra los labios. Se saca el
chicle de la boca, lo envuelve en un pañuelo de papel que agarra de la mesita y
se lo mete en el bolsillo. Crucé la calle
corriendo cuenta y un auto me
atropelló. Unos segundos después agrega la
culpa fue mía y calla. ¿Por qué
hablás de culpas? Porque soy un pelotudo, crucé mal. ¿Cambia en algo las cosas
adjudicarle a alguien la culpa? ¡¡No entendés que estoy rengo y encima es por
mi culpa!! Si la culpa hubiera sido del
auto, ¿te sentirías mejor? El chico lo mira, parece sorprendido. Me gustaría que me contaras el accidente con
detalle, todo lo que recuerdes, todo lo que se te vaya presentando. ¿Para qué?
Creo que si lográs revivirlo, te vas a sacar las pesas de encima. El chico
carraspea y cuenta estaba caminando por
la calle y empecé a correr, seguí corriendo y cuando llegué a la esquina no paré
y el auto me pisó y me quedé rengo. Gustavo sirve dos vasos de agua. Ambos
toman. Camilo se recuesta sobre el respaldo. Estoy muy cansado dice. ¿Querés
acostarte? propone Gustavo y como
el chico solo lo mira se rectifica me gustaría
que te acostaras. Camilo se encoge de hombros y obedece. Gustavo le alcanza
un almohadón. Cerrá los ojos pide pensá de nuevo en el accidente. Camilo se
oprime los párpados. ¿En dónde estás?
En la esquina del colegio contesta en
un susurro. Estás caminando por la calle
y de pronto empezás a correr hace una pausa ¿por qué empezás a correr? Porque lo veo a mi papá. ¿De dónde venís? De
lo de Leo, fui a lo de Leo a hablar por teléfono porque mi hermana tenía miedo.
¿Miedo de qué? Era tarde y papá no llegaba y yo lo llamo pero no me atiende
entonces vuelvo porque dejé sola a Luciana y ella tiene miedo porque es chica y
además mujer, y cuando vuelvo lo veo a papá y cuando lo veo me alivio entonces
corro y corro hasta que mi papá grita Camilo y entonces yo me paro y ahora
escucho los frenos del auto y después estoy en el piso y el auto está arriba
mío y me quiero parar pero siento tanto peso y se me cierran los ojos yo los quiero
abrir pero se me cierran y me duele y después lo escucho a papá y abro los ojos
y lo veo pero ya no los puedo abrir más y después escucho una sirena pero desde
afuera porque estoy adentro y alguien me golpea el pecho y cuando al fin puedo
abrir los ojos los veo a mi hermana y a mi papá pero no me miran porque mi
hermana llora y mi papá la abraza y el hombre me sigue pegando y me doy cuenta
de que me voy a morir porque ya no puedo respirar entonces me mueven y me bajan
y me sacudo y me duele y todos gritan y alguien me agarra la mano y es mi mamá
porque la escucho y tengo una máscara y me muero y me duele tanto que grito y
lo llamo a mi papá y le pido que me ayude porque un cocodrilo me está mordiendo
las piernas y mi papá me abraza y me dice que ya todo va a pasar pero no es
cierto porque abro los ojos y lo veo a mi papá que está llorando y yo nunca lo
vi llorar a mi papá. Camilo calla. Las lágrimas ruedan silenciosas por sus
mejillas. Gustavo se incorpora. Se sienta a su lado en el diván y le toma la
mano. Estoy con vos, acá. El chico
abre los ojos. Se sienta. Gustavo lo abraza. Camilo solloza.
Gustavo no puede tolerar el roce de la camisa, le duele la piel. Se
desabrocha un par de botones. Pocas veces en la vida se sintió tan conectado a
un ser humano. Quizás en los partos de Cecilia. El dolor del pibe metiéndose
dentro de su propia piel. ¿Habría servido para algo remover lo que la sabia defensa
del chico había decidido reprimir?, ¿qué le había hecho? A Camilo le había
costado incorporarse, caminar. Un Cristo arrastrando las muletas. Recién al
abrirle a María Inés, al sentir su perfume de mujer, recupera su propio dolor.
Cómo creerlo de Cecilia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario