No parece una puérpera, decide Gustavo cuando la ve
entrar. Una linda mujer, maquillada, bien vestida, casi en línea. Gustavo le
indica el camino hacia el consultorio y le señala el diván. ¿Me siento? pregunta ella. Él hace un
gesto afirmativo. Se ubica y busca la ficha, aún en blanco. ¿Mariana? Sí, Mariana Nuñez; Nuñez de soltera, Salaberry de casada. ¿Cuántos años
tenés? Treinta y ocho. Gustavo anota dirección, teléfono y otras
formalidades. ¿A qué te dedicás? Soy odontóloga.
¿Qué te trae por aquí? pregunta él, depositando la ficha sobre la mesita. Últimamente no me siento muy bien, el médico
me sugirió que viniera, bueno, no aquí en particular, que hiciera terapia. ¿A
qué te referís con últimamente? Hace dos meses. ¿Qué pasó hace dos meses? Nació
Benicio, mi hijo. O sea que estás mal desde que nació tu hijo. Así parece dice
ella. ¿Es el primero? Sí, me costó mucho
conseguirlo, antes perdí dos bebés. ¿Por qué? pregunta él. Ella lo mira
sorprendida. No sé, ¿pensás que yo tuve
la culpa? Ahora es Gustavo el sorprendido. ¿Te sentís culpable? Mariana calla. ¿Alguien te hizo sentir culpable? No, claro, bueno, tal vez, mi madre me retaba porque opinaba que yo
trabajaba demasiado. ¿De cuántos meses los perdiste? El primero de cuatro meses;
el segundo, de cinco. ¿Te habían recomendado reposo? Con el segundo, sí;
trabajaba desde casa; me pasé cinco meses encerrada, inútilmente; por eso,
cuando me embaracé de vuelta, decidí hacer vida normal; si el bebé era
suficientemente fuerte iba a sobrevivir, y así fue; mamá estaba horrorizada de
que yo trabajara como siempre, pero parece que fue el antídoto, porque aquí
está Benicio; y de que es fuerte no tengo ninguna duda. ¿Por qué lo decís?
Primero porque sobrevivió a mi ritmo y después porque lucha cada instante de su
vida. ¿Cómo es eso? Está dispuesto a arrasar con todo y con todos para obtener
lo que quiere. ¿Y qué creés vos que quiere? Leche y brazos, supongo. ¿Y eso
está mal? cuestiona Gustavo. Ella lo mira, parece desconcertada. No en
sí mismo, pero es mucho. Nadie pide lo que no necesita comenta Gustavo
recordando las palabras de la Gutman. ¿Y
lo que necesito yo? lo enfrenta ella. Los
adultos aprendimos a esperar, los recién nacidos, no; son puro deseo. Seré una
mala madre entonces. No estoy aquí para juzgarte sino para intentar que veas
las cosas como realmente son. Porque vos sos clarividente comenta ella con una sonrisa despectiva. Tengo más posibilidades porque estoy fuera
de la escena; ¿querés un vaso de agua? busca Gustavo distenderla. ¿Con quién dejaste al bebé? Con mi mamá.
Hablame de ella propone él. No me
entendiste, tengo problemas con mi hijo no con mi madre. Sin embargo comentaste
que te reprochaba tu compromiso con el trabajo. Ella siempre está lista para
reprochar. Mariana echa la cabeza hacia atrás y ríe. Me hiciste caer en la trampa; es cierto, no me llevo bien con mi madre.
¿Desde cuándo? Desde la adolescencia, antes me tragaba todo. ¿Fuiste una nena
gordita? Ella arquea las cejas. ¿Cómo
sabés?, de todos modos no tengo tiempo de dedicarle a mi infancia, tengo
problemas que urgen. Gustavo se sirve otro vaso de agua mientras
reflexiona. Luego de un rato dice mirá, Mariana,
la maternidad remueve la propia infancia; ante las demandas de un niño
recrudecen las propias demandas que quedaron insatisfechas; es muy difícil dar
lo que no se recibió. ¿Entonces? Te propongo que durante esta semana pienses si
estás dispuesta a remover tus cimientos; solo así tendrá sentido este espacio.
¿Y si no? Esperaremos hasta que estés preparada para hacerlo. ¡Mientras tanto
mi hijo me enloquece llorando! Si tu hijo no llorara, no estarías aquí;
escuchalo. Gustavo se incorpora. Espero
tu llamado. Ella tarda en pararse. En la puerta él le tiende la mano. Ella
le da un fugaz beso en la mejilla.
Gustavo está desconcertado. Se siente como un
ventrílocuo. Alguien habló por su boca. Martina me hizo tocar fondo, piensa, cuando
se percibe el roce de la muerte, no hay permiso para perder el tiempo. La llama
a Cecilia. Todavía no hay novedades del traslado. Cuando le llega un mensaje de
Natalia, repite la información. ¿Está
fuera de peligro? pregunta ella. No sabe qué contestarle. Él, al menos,
está en peligro. Y eso que, ni aun cuando hasta Grieco decía que había que
esperar, se había dado la posibilidad de pensar qué pasaría si Martina no
estuviera. El timbre. Camilo. Piensa en los padres del chico desde las
vísceras.